En la jornada del 30 de octubre en Brasil, Luíz Inácio Lula da Silva resultó -como creía- electo 39º presidente y se espera que asuma ese cargo -con 77 años de edad y la promesa de no ser candidato en 2026- el primero de enero de 2023. La estrechez porcentual de su logro (50.82% contra 49.18% de Jair Bolsonaro) demostró que el balotaje puso al elector ante la posibilidad de votar por uno de estos dos caudillos y el escrutinio exhibió un país partido en dos mitades casi de tamaño similar. La singularidad del proceso global es que fue una campaña limitada a dos candidatos y la ausencia de ambos a propuestas profundas de gobierno.
Algunos analistas -seguidores del paso a paso- calificaron los debates del último mes como ríspidos, propios de una confrontación en un ring boxístico. Si observamos todo el ciclo, veremos que su desarrollo fue el de un ring lleno de rispideces, dicterios, golpes bajos, falsedades, “bordados” por similares acompañamientos en prensa y redes sociales pletóricas de todo lo anterior en igual o peor tono. Si bien ese modo de campaña y sus malas artes deben ser atribuidas principalmente a Bolsonaro y acompañantes, lo evidente es que se impuso, obligó a recurrir a un tono parecido a Lula, que incorporó su lema de defensa de la democracia, en tanto la alusión a los buenos momentos de sus anteriores presidencias quedaron subsumidas por los salvajes ataques de quienes propugnaban un segundo período del presidente.
Como mandatario (primero de enero de 2003 a igual fecha de 2011), Lula tuvo lo que podemos recordar como un ciclo social dorado de extendida prosperidad económica en el país, reducción de la pobreza, ampliación de políticas sociales y abatió los índices de pobreza, miseria y, en particular, el hambre. El poder de compra de los trabajadores tuvo un aumento real de 58%, siendo que en 2010, la casi totalidad la clase trabajadora recibió incrementos salariales más altos que la inflación. La combinación de los gobiernos de Lula seguidos por los de Dilma Rousseff sacaron a 36 millones de brasileños de la extrema pobreza. Entre 2003 y 2012 el 10% más pobre vio subir su renta per cápita en 107%, mientras que los más ricos tuvieron alzas de 37% en sus rentas acumuladas, de acuerdo con una encuesta encargada y divulgada por gremios patronales.
De su segundo mandato Lula fue despedido con un récord de popularidad: según la encuestadora Ibope (hoy IPEC), consultada por la Confederación Nacional de las Industrias, un 87% de los entrevistados señalaron la gestión como “buena u óptima”.
En una tercera oportunidad que le espera a partir de enero, se menciona que intentará retomar por donde pueda los temas sobre los que trabajó en sus dos gobiernos anteriores, sin cambios en la filosofía de su régimen, con un partido propio disminuido en su estructura, pero liderizando la alianza política de una decena de organizaciones, representantes de la sociedad civil, del capital y la derecha y algún que otro antiguo adversario político, como su vicepresidente Geraldo Alckmin, el símbolo más evidente de las alianzas con la centroderecha. Esta, obviamente, no se siente muy cómoda con sectores de Lula de discursos -a veces- radicales, pero se negaron a la conducción de una fracción de la burguesía con algunos puntos de contacto que resultaban sumamente primarios, anticuados y bárbaros. Los relacionamientos que preveo como más complicados de Lula los sostendrá con los oficiales militares (que perderán posibilidades de asomar sus perfiles ante los civiles) y los “pastores comerciales” del neopentecostalismo. Sobre la política externa, habrá que hacer una nota separada en marzo o abril.
El proceso político brasileño de este siglo, por lo menos, no puede esquivar el fenómeno Lula: dos veces presidente; encaminar al PT para que alcanzara con Dilma (con todos sus renuncios y errores) un tercer y un cuarto mandato consecutivos; haber sido preso político en una causa que le fue fabricada (desnudó cuánto había de oposición a él, el tamaño de temor que despertaba como rival político y electoral); que fue sobreseído y en libertad armó una alianza que lo condujo a derrotar al ex capitán y a su pandilla de merodeadores. Lula es ineludible como el sindicalista que surgió desde abajo para llegar a lo más alto y cuya sensibilidad política le permitió encarnar lo más progresista en la periferia de una socialdemocracia partidaria que en el Occidente desarrollado venía retrocediendo desde 1980.
Asimismo, habrá que decir que las diversas expresiones de la derecha (la que se alineó detrás del presidente; las empresas de medios hegemónicos; los dueños del capital, los racistas y toda la caterva conservadora y sus agentes “cazavotos”), fueron derrotados en una primera contienda electoral (2 de octubre) por 6 millones de sufragios y cuatro semanas después, remontaron sus primeros 51 millones y llegaron a 58 millones: perdieron el balotaje por poco más de 1 millón y medio. Esa derecha hoy vencida (considerando solo la fracción bolsonarista) fue capaz de acortar distancias, tejiendo alianzas o como se quiera, en menos de un mes. Allí estará en el futuro, conquistando a más y acrecentando su fuerza por el desgaste de otros.
En los poco más de 60 días que le faltan para llegar en Brasilia al Palacio de Planalto, Lula podrá pensar en lo que supusieron quienes lo apoyaron: proveer alimentos a millones de hambrientos; procurar sacar de la pobreza extrema a aquellos que sumergió el cuatrienio; exponer un plan social de reforma laboral; mantener como empresa pública a Petrobrás y subsidiarias; acceder a dar solución a algunos temas referidos a la zona amazónica y a la minería ilegal que invade y contamina tierras indígenas.
Como se ve, no espero mucho del tercer gobierno: entiendo que será una forma de reformismo débil, de conciliación con las elites políticas y económicas. Al optar por apostar todo a la actividad gubernamental, el PT es un partido (en orden jerárquico) controlado por Lula, su entorno, gobernantes y parlamentarios.
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