Lula va por la tercera; 51 millones de sufragios fueron para Bolsonaro por Ruben Montedonico
Con dolor rememoro haber anticipado la creciente expansión derechista europea -aquella a la que en septiembre se sumó Suecia- y que Italia sería el siguiente gobernado por un conservadurismo con apoyos neofascistas. Me siento convocado a escribir, aunque -en un paréntesis- lo haré acerca de otro tema que importa e impacta en América: el anunciado fracaso reeleccionista de un “trumpista” de prácticas sórdidas, Jair Bolsonaro, derrotado por un ex presidente. Lula da Silva, quien de acuerdo con su interés formuló discursos de aspectos nacionalistas, socialdemócratas, progresistas (cada una de sus campañas con menos compromisos de cambio), en caso de acceder al “Palácio do Planalto” el 1º de enero de 2023 (con 76 años), intentará que unos 40 millones de sus connacionales ingresen al mercado consumidor (propósito de corto plazo como un ramo de flores: dura poco y se marchita).
Por algo menos de 2% por ciento Lula tendrá que competir en un balotaje el 30 de octubre, pese a haber ganado por alrededor de seis millones de sufragios la primera vuelta de una elección con algo menos del 75% de los habilitados obligados y potestativos. Llegar a la tercera presidencia tarda pero al parecer le será una ronda más fácil si es cierto que quien pega primero lo hace dos veces.
El número de votos que consiguió Bolsonaro objetó la calidad de las encuestas -las que superó por lo menos en 5% a unas y en 8% a otras- consecuencia de la votación menor a la esperada de Lula y escaza de otros candidatos. En ese sentido puede hablarse de que existe una extrema derecha menos golpeada -hasta ahora- de lo que se predecía. Otro lugar de consuelo debe asignársele a Simone Tebet, con pocos votos, pero ocupante de un tercer lugar que se anunciaba para Ciro Gomes.
A pesar de una colección de barbaridades en su haber, tras estos comicios el presidente aceptó los resultados, no atacó al Tribunal Electoral acusándolo de fraude. Dijo, según la proestadunidense VOA, que su derrota se debió a la persistente inflación; reprobó la baja credibilidad que le dieron las encuestas y aseguró que para el balotaje hablará de su actuación durante la pandemia; este imitador de las atropelladas antinstitucionales del “trumpismo” -creo que se trata de la versión tropical de la especie- la noche del domingo se pareció con sus pretextos a un educado segundo lugar. En todo caso, estaba sorprendido que no hizo propuestas de campaña -donde actuó equivocado- sustituyéndola por una colección de insultos a su principal oponente y a las autoridades de otros poderes: su acción del 2 de octubre asombró para alguien expulsado del ejército, con 28 años de inútil diputado, electo presidente cuando coadyuvó a descarrilar al principal candidato y a encarcelarlo.
Más allá del supuesto resultado del último domingo de mes, de esta primera ronda comicial saco algunas conclusiones. Una primera, semi futbolera, es de que el contrario también juega, por lo que no se puede creer en los pronósticos y menos cuando a política se refieren: debe opinarse -en todos los casos que se cuente con elementos suficientes- al razonamiento propio, atendiendo los análisis de gente seria, sin tomar los deseos por realidades. Recuerdo al que llamé y me contestó “¿por casa cómo andamos?”, pregunta retórica plena de enseñanza: nada termina hasta que se decreta el final. A lo anterior agrego ciertas cosas: ¿es muy diferente el futuro político y comercial de algunos individuos y empresas según los motes que les apostillan en la prensa?; además Bolsonaro saldrá del lugar que está y a nadie le importará, pero los 51 millones que votaron por él algo dejarán provecho a futuro; quedaron constantes el antilulismo y antiPT e incólume el valor neopentecostal.
Por otra parte, los grandes especuladores y los representantes de poderosas empresas de agronegocios que la emprendieron contra el Amazonas (a quienes molestan los indígenas y un poco los “garimpeiros”), ya se sientan amablemente a comer con quien creen que será el siguiente mandatario y a este eso le gustará o no, pero se abstiene de hacer gestos de desagrado.
El 30 de octubre puede marcar definitivamente el naufragio del gobierno que, asimismo, hace rato que exhibe rumbos políticos graves y solo logra dilatar su hundimiento, pero eso no redundará en un nuevo curso global del país-continente ni de las naciones en que influye. Sí, por un tiempo limitado, los millones que se reintegren al mercado estarán agradecidos -más aún si los acompañan mejoras en salud, educación, empleo o vivienda- pero toda complementariedad representa muchos millones y demasiados años. Y aun siendo de esta forma, ¿se puede hablar de nuevas dimensiones, de cambios profundos? Asegurar que algo es de izquierda estimo que no significa dejar de ser neoliberal sino luchar contra el capitalismo.
No creo que, en el mejor de los gobiernos, una tercera administración de Lula vaya a darnos posibilidades alternativas al socialismo: él representa un caudillismo -con características de cesarismo- que supera la miseria y la pobreza actuales, pero no ofrece nada que cambie un imperialismo de ojos azules por uno de mirada oscura y ojos rasgados que se visualiza como porvenir. El eje São Paulo-Santos / Buenos Aires-Córdoba será más industrializado, pero alcanzará únicamente a ser complementario de áreas de más desarrolladas.
Cuando veo al PT, lejano a sus días de nacimiento y propósitos en el cinturón metal-mecánico paulista, no puedo alentar otro pensamiento de que quizá haga un buen gobierno, nada más, donde su mayor aspiración pase por desembarcar en un contemporáneo “estado de bienestar” sustentado por frustrados veteranos que bregaron alguna vez por un cambio y se han retirado a “cuarteles de invierno”. Lo acompañarán generaciones que decidieron su destino ligado a un mercado que los contiene. Ya no tendremos un PT y un Lula que acumulen fuerzas con los de abajo, con sindicatos, organizándolos, convocándolos; todo será administrado por una concepción de paz y colaboracionismo interclases.
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