Cuando pasaron casi dos meses del fin del torneo electoral para integrar un nuevo Parlamento (llamada Asamblea Nacional, disuelta por decreto presidencial), el gobernante francés, Emannuel Macron, designó un primer ministro quien deberá presentar su equipo de gobierno.
Michel-Jean Barnier -quien fue el nominado- sustituye a quien vino haciéndolo durante el actual mandato y en este tiempo postelectoral, como una suerte de interinato, Gabriel Attal. Se trata, según me entero, de un veterano político que ya integró el Legislativo y en tres oportunidades fue comisario francés de la UE, donde en uno de esos mandatos no solamente propuso y fiscalizó (junto a otras instancias) el gasto de la organización, sino que dada sus instrucciones e investido de la correspondiente personalidad jurídica, sostuvo las conversaciones que norman las relaciones de la entidad con la escindida (post brexit) Gran Bretaña.
Con la referida actuación, Barnier acrecentó su currícula de militante de Republicanos (herederos lejanos del gaullismo), personaje conservador de derecha, impulsor de la represión de manifestaciones públicas y antimigrantes, con la de buen negociador.
Luego del balotaje, se asignaron los 577 diputados del Parlamento. De acuerdo con el sistema propuesto por el belga D’Hondt, dio como resultado que la Asamblea Nacional distinguirá tres grandes grupos parlamentarios: un primer lugar para la izquierda de Nuevo Frente Popular /NFP (182 diputados; 78 de Insumisos); una segunda bancada conformada por Ensemble (el oficialismo,168) y la ultraderecha dirigida por Marine Le Pen (143).
La presentación de esta división, que adjudicó un lejano cuarto lugar a Republicanos (alrededor de 50 curules), reconoció de facto la división y que era momento para proponer alianzas. A esto hay que sumar la declaración de Macron de que no negociaría con el ala radical de la NFP (Insumisos de Mélenchon y comunistas) porque se negaba a unirse con “extremistas” y “antisemitas”. De acuerdo con una tradición no escrita en la Constitución, el presidente debió nombrar primer ministro a alguien de la mayoría electoral, lo que en el caso correspondía a la NFP.
Según el zigzagueante rumbo del gobernante se puede concluir que el primer objetivo de su administración es cumplir todo el ciclo para el que fue elegido originalmente, que finaliza en 2027.
Macron, en el momento en que creyó que su régimen se tambaleaba, tuvo a la mano un solo instrumento y lo empleó: disolvió el Parlamento y convocó a elecciones para escoger otro. Tras una primera vuelta en la que su competidora de la extrema derecha lo rebasó, propuso y obtuvo una alianza con la NFP que logró derrotar a su incursora rival Le Pen.
El día del balotaje, conocidos los resultados, rompió lo tratado: había conseguido derrotar a los competidores de derecha, obtuvo un segundo lugar electoral en diputados (con votos de izquierda surgidos del aliancismo) y como gran jugador volvió a hacer futurismo. Era el 7 de julio y el 11 de ese mes titulaba mi nota “Macron tejerá las alianzas que le permitan gobernar”.
Apunté en esa ocasión: “Con el entretejido Macron pretende (…) postularse para una eventual continuación en el poder (reforma constitucional de por medio) en la elección presidencial próxima”.
Para llegar al momento actual, después de dos meses pasados, el mandatario debió “abdicar” -o enterarse- que la salida de la No. 1, Angela Merkel, no supuso “heredar la corona” en la UE y que su brazo armado (la OTAN) sigue teledirigido desde EEUU y no admite -por ahora- la existencia de ninguna formación totalmente europea.
Por aquel 11 de julio, escribía ciertas cosas de las que no me arrepiento sino que, por el contrario, reivindico. Este presidente no volverá a creer ser el émulo del momento del corso Napoleón, ni propondrá mandar tropa francesa (salvo que así se lo ordene la OTAN) a Ucrania.
De acuerdo con lo generado en estos dos meses, el Ejecutivo obtuvo una suerte de laissez passer de los ultraconservadores dirigidos por Le Pen que admitirán a Barnier como primer ministro -entretanto- y no lo “molestarán” en sus primeras acciones.
Pero en otra dimensión de acción Macron no dejará de pensar que puede recurrir a su sector de legisladores; romper la unidad de la coalición triunfadora atrayendo a los Verdes y al Partido Socialista -críticos de Rusia (convalidan el militarismo que permea a la “Europa otanista”)- y apenas son críticos (sin efectos tangibles) de Netanyahu y su ejército asesino en Gaza. A este binomio sumará la “asistencia” de algunos partidarios de Le Pen y unas decenas de legisladores de los Republicanos.
Por ahora, Macron consiguió mayorías que le permitirán el nombramiento de Barnier y un tiempo de gobierno, sin dejar descubierto el flanco de una eventual moción de censura que pudiera incoarle Mélenchon y los comunistas. Al ver este nuevo giro presidencial a la derecha, con los pastores se puede afirmar que “la chiva al monte tira”: la derecha se va a la derecha.
Cuentan voceros de los entremeses políticos que varios electos como socialistas se han pasado a Ensemble; de acuerdo con la literatura a mi alcance -y algo puntualizado antes- creo que en Francia algunos ecologistas y socialistas son los que ven vallas muy accesibles para pasar al lado gubernamental.
Mi intención al sentarme ante la computadora no ha sido presentar a Macron como un fracasado, un hábil maniobrero o un simple inescrupuloso. Solo sé que no es de mi gusto y se saltea cosas. Entre lo que está a su alcance, sugiero un texto en relación con la actualidad internacional del doctor en ciencias jurídicas y sociales por la argentina Universidad del Litoral, José Miguel Amiune: “El conflicto que se plantea deberá dirimirse entre la declinación de la occidentalización unipolar del planeta o el ascenso hacia una era multipolar. Occidente ya no puede decidir por sí solo, unilateralmente, el destino del planeta. EEUU, se expande instrumentando la “otanización” del mundo; el futuro imperio de China lo hace {en parte} apoyando a los BRICS”.
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