Al inicio del invierno boreal (fines de 2023), mezclado con informaciones y pronósticos para el inicio del siguiente año, se incluía que 2024 sería uno donde la mitad de la ciudadanía mundial se la convocaría por 67 países a comicios.
En un escenario complicado por dos hechos destacados, la guerra en Ucrania -apoyada según unos y apoyada y auspiciada por la OTAN, según otros- y el genocidio ordenado desde Tel Aviv contra los palestinos de Gaza, era difícil incrustar entre la gente que la democracia liberal (en todas sus tonalidades locales) le significaran lustre a los actos electorales anunciados. Más allá de algunas rotaciones o confirmaciones de autoridades nacionales o regionales, ejecutivas o legislativas, gubernamentales, municipales o de alcaldías, el deterioro observable de sus “democracias” no recuperarían nada de lo perdido al pasarles un “trapito” de votos.
A ojos vista del mundo y de quienes lo quieren entender sin anteojeras ideológicas o pasados tics seudopolíticos, tanto el equivocado intento de “sangrar” y disminuir el poder militar y económico de Rusia, como los crímenes de guerra con el pretexto de perseguir al brazo armado de una organización antisionista y/o antijudía resultaban suficientes para alterar el desenvolvimiento de Occidente, En cada caso quedaron de manifiesto que las acciones terroristas (contra los ductos I y II del Báltico hacia Alemania o los atentados contra centros civiles de esparcimiento en Israel o Rusia) merecieron condenas de la sociedad mundial, aunque las pesquisas serías siguen en lista de espera o sus análisis abandonados.
Las respuestas de ONU a las referidas acciones, sirvieron para observar que la vetustez de más de siete décadas -surgida como conciliábulo al calor de la postguerra- han demostrado su inutilidad que abarca a la mayoría de las agencias dependientes: se trata de un ente burocrático internacional políticamente inocuo y que quienes proclaman que debe reformarse (en caso que la propuesta sea de buena fe) implica cambios de fundamentos tal que es mejor demoler el edificio y construir uno nuevo.
Habrá de recordarse que en este tiempo en EEUU comenzaron los grandes movimientos político-electorales y se perfilaron de inmediato las figuras de sus plutócratas cuan ancianos y cuestionados candidatos que se apuntaron como reeleccionista demócrata el “mayorcito” (Biden) y el ex presidente Trump por los republicanos (con casi un ciento de averiguaciones jurídicas e impugnaciones que lo tienen como centro). Los demócratas, que quieren ganar alguna cosa en el ámbito internacional, abogan por más ayuda exterior dirigida a Ucrania e Israel; Trump y la Cámara de Representantes republicana se oponen, salvo que en “compensación” aprueben una ley draconiana sobre migración.
En tanto, la Casa Blanca y el Pentágono, juntos, envían misiones mixtas -diplomáticas y militares- para asegurar su preeminencia u hostigar a China Popular, salvaguardar los intereses estadunidenses y británicos sobre petróleo, gas, litio, pesca y tener una posición dominante, en un futuro, al repartirse la Antártida. Se encarga de la maniobra la general Laura Richardson, 32ava, Comandante del Mando Sur.
Aún por fines del año pasado seguíamos un poco pendientes de los pasos de Petro y Lula en el escenario internacional, donde uno había dado uno enorme en el tratamiento y combate a las drogas y el brasileño dividía sus empeños entre superar las influencias de Bolsonaro en parte de la sociedad y las fuerzas armadas y llevar al Cono Sur a un acercamiento con Xi Jinping mediante la incorporación directa o “facilidades” a los BRICS. Por supuesto, que en ese cometido hubo quien intentó adelantársele, pero fracasó rotundamente,
En eso estábamos muchos, siguiendo los avatares de Bolsonaro; los dislates iniciales de Milei (que continuo con carretadas de insultos, cohechos y presiones); el fracaso del segundo texto constitucional chileno y la subida de Kast; la dictadura de Boluarte; a lo que persistieron las dudas sobre la asunción de Arévalo y el fraude de Bukele.
Además de las cuestiones de la guerra en Ucrania, el genocidio en Gaza, las “desobediencias” de Netanyahu y las acciones de los hutíes, una mañana nos levantamos en medio que se cumplieran los peores presagios mundiales: Teherán vengaba con drones y misiles las inúmeras provocaciones de Tel Aviv. Tuvo y tiene sus singularidades este hecho: un dron lanzado desde Irán, demorará unas ocho horas en llegar a Israel, tiempo más que suficiente para ser esperado, neutralizado y consultado con el Pentágono, Biden y su canciller.
Tiempo suficiente para declarar (según agencias): “ (…) funcionarios estadounidenses que conversaron con la prensa dejaron claro que Washington no participará en eventuales acciones de represalia israelíes contra Irán”. Entonces, ¿todo se trató de un “farol” interno de Teherán dirigido a su población, intentando apagar la exigencia de dar respuesta a las intrusiones provocativas israelíes?
Esta reacción chiita, ¿quiere decir que no habrá por el momento ninguna respuesta de Tel Aviv, que todo seguirá como si no hubiese sucedido nada? La lluvia de drones que como enjambre fueron lanzados, ¿no será aprovechada por Netanyahu para seguir “defendiendo” a los habitantes de su Estado? Una eventual respuesta de las fuerzas armadas israelíes -que ya se declararon prontas para la defensa (es decir, atacar) no supondrá una contrarrespuesta iraní y así una y otra vez, lo que acabará por involucrar a la flota estadunidense y a los ingleses, desde sus bases mediterráneas, y a otros países.De acuerdo a cómo le vaya en un eventual enfrentamiento, el ejército israelí, ¿no sucumbirá a destinar su potencial nuclear, o parte de él, almacenado en Kfar Zajariyay -se afirma- constituido por más de 200 bombas (algunas de neutrones, se dice)? Lo mismo lo suponemos para Irán: ¿se abstendrá de cerrar Bab al-Mandeb? Creo que lo prudente (aunque parezca absurdo por las circunstancias) es observar atentamente si estamos en los prolegómenos de un conflicto universal.
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