¿Mambrú se fue a la guerra?
En el día del Ejército, su Comandante, Gral. Mario Stevenazzi dijo:
“Ojalá que el día en que se analice seriamente esto se haga en un ámbito exclusivamente profesional desprendido de toda ideología, como parte de un estudio global de todo el Estado y por el bien del país”. Y agregó: “Tampoco parece real el concepto de para qué queremos Ejército si nunca vamos a entrar en guerra, depende a lo que se le llame guerra, basta mirar para el costado, o un poco más lejos para contestar esto”.
¿Cuándo será el momento de discutir si tiene lógica la existencia de Fuerzas Armadas en nuestro país? ¿Existen solo para enfrentar un enemigo interno, como parece desprenderse de las palabras del Gral. Stevenazzi? ¿No basta para ello con una Policía más potente? ¿Hay alguna razón que lleve a que la relación de efectivos respecto a la población sea la más alta de América Latina, superando incluso a Colombia, que sale recién de un conflicto armado de 60 años? ¿Qué hipótesis de conflicto o potenciales enemigos nos llevan a que el presupuesto militar, también de los más altos de América del Sur, desangre año a año al presupuesto nacional? Y aún con este gasto, ¿podrían nuestras fuerzas militares, malamente equipadas, tener alguna chance de derrotar las amenazas externas que se presentaran? ¿Sería una buena propuesta electoral que algún partido prometiese llevar adelante una consulta popular para decidir sobre la conveniencia o no de que sigamos teniendo y manteniendo fuerzas armadas? ¿No se debería utilizar esos recursos para solucionar la situación de miseria de muchos uruguayos, entre ellos muchos soldados? ¿Es un seguro de paro encubierto para mucha gente? ¿No sería más barato pagarles el sueldo a los soldados hasta su jubilación y ponerlos por ejemplo a reforzar la Policía, construir viviendas y lo que se precise en su momento? ¿No es más conveniente invertir mejor en una defensa de nuestras aguas territoriales y fronteras?
Las Fuerzas Armadas por Gonzalo Abella
En primer lugar, no son herederas del artiguismo; más bien, son su antítesis. Aquellos pueblos armados, federados, participaban en una lucha de clases abierta que se daba en el seno mismo del bando independentista. En destacamentos interprovinciales, luchaban por la Patria Grande y por tierra para el que la trabajara, expropiando a los “malos europeos y peores americanos” o sea, a los latifundistas no residentes en sus campos.
En cambio, el Ejército “Oriental”, fue desde su origen el brazo armado de un Estado escindido de sus hermanos por intromisión extranjera. Tuvo su bautismo de fuego con un genocidio indígena, organizó una serie permanente de golpes de Estado desde 1836, fue cómplice en la Triple Alianza de la brutal agresión al Paraguay, ha violado todos los derechos humanos, participando siempre en el terrorismo de Estado, y hoy oculta información vital para todos los que nos sentimos familiares y compañeros de los desaparecidos.
Pero hoy existe el Estado Oriental, y en tanto no recuperemos nuestro lugar en la Patria Grande, que es nuestro destino, debemos impedir su desmantelamiento al servicio de las trasnacionales. Desde luego, ante todo debemos recuperar las empresas estatales. Ellas nacieron en un tiempo en el que un Capitalismo de Estado creaba las condiciones mejores para la competitividad de la industria nacional privada, hoy casi inexistente. El actual Capitalismo Dependiente las ha desmantelado y deberemos recuperarlas, pero con auditorías públicas y control obrero para evitar la corrupción.
En cuanto al aparato represivo (militar y policial) no puede ser simplemente desmantelado, sino modificado en su esencia. Atender el control de fronteras, velar por la protección de nuestra riqueza marina (¿Qué negoció, en realidad, Bustillo en China?) y por nuestro medio ambiente, preparación para intervenir en catástrofes naturales, y trabajar científicamente en su prevención, todos estos temas deben ser parte de su responsabilidad, para lo cual se necesita un cambio en su formación profesional. Para empezar, las Ciencias Sociales en los liceos militares deben ser impartidas por profesores del Sistema Público en puestos ganados por concurso, como en todos los institutos públicos, y de ahí para arriba.
Hay, sin embargo, otro aspecto que debe tenerse en cuenta. No se puede subestimar el nivel de información sobre la realidad nacional y los recursos naturales que manejan las Fuerzas Armadas. No se pueden ignorar las tecnologías de punta que poseen en exclusividad para estos estudios ni subestimar la inteligencia y la preparación de algunos de sus cuadros, ni la infraestructura de sus institutos de estudios superiores.
Una política estatal al servicio del pueblo trabajador debe encarar con mucha seriedad el trabajo hacia las Fuerzas Armadas. Debemos ser inflexibles en la lucha por verdad y justicia, también en la lucha por la reforma institucional profunda de los institutos represivos, pero debemos encontrar formas de acceso a (y de compartir, por acuerdos) la información y las metodologías de investigación que poseen, subordinándolas en lo posible a la UDELAR y a los otros institutos del Estado.
Tenemos un gran desafío. El neofascismo opera sobre el falso concepto de “familia militar” (según él, la alta oficialidad y el soldado raso serían lo mismo) y a través de la “familia militar” (30 000 funcionarios del Ministerio de Defensa, 20 000 de ellos del ejército de tierra, y 30 000 del Ministerio del interior) la extrema derecha extiende su influencia política sobre los pobres no organizados, empezando por las familias de estos 60 000 funcionarios públicos mayoritariamente armados.
En un plano más subjetivo, debemos prestar atención a la oficialidad joven, especialmente a la que no proviene de dinastías familiares castrenses sino de familias humildes, especialmente del interior, donde hay a veces un sentimiento artiguista auténtico que poco a poco la institución va falsificando y manipulando.
Desde luego, la lucha por verdad y justicia, por sanear las filas implacablemente, por una reforma institucional profunda, son sólo los puntos de partida. Deberemos avanzar para ver algún día “a los indios formar el batallón y aprontar los morenos el corazón” en el fogón armado y fraterno de la Patria Grande.
Como cenicero de moto por José Luis Perera
En 2011, Tabaré Vázquez contó ante unos alumnos de un colegio del Opus Dei, que se había planteado la hipótesis (absurda, por cierto) de un conflicto bélico con Argentina. “Yo me planteé todos los escenarios, desde que no pasara nada, y al otro día nos levantáramos y estuviera solucionado el problema, hasta que hubiera un conflicto bélico» -dijo- «Me reuní con los tres comandantes en jefe y les planteé el escenario, y me dijeron: ‘Bueno… podemos hacer una lucha de guerrilla’… El comandante en jefe de la Fuerza Aérea me dijo: ‘Tenemos cinco aviones y combustible para 24 horas; si salen nuestros cinco aviones no vuelve ninguno'».
No sabemos si esta conversación realmente se dio entre el presidente y los comandantes –Vázquez era un mitómano contumaz-, pero es lo que todos sabemos que pasaría en caso de un conflicto con cualquiera de nuestros vecinos.
Si las Fuerzas Armadas son una organización militar del Estado que tienen como misión fundamental defender la soberanía y la integridad territorial ante enemigos externos, es evidente que las nuestras son inútiles por dos razones: 1) no hay enemigos externos a la vista ni los ha habido desde nuestra independencia, y 2) si los hubiera, no servirían para nada.
Hay quienes sostienen que son necesarias para el mantenimiento del orden interno (que traducido al español significa: reprimir al pueblo cuando sea necesario). Tesis sostenida ni más ni menos que por el ex presidente Mujica en uno de sus programas radiales. Se refirió a las FFAA y la importancia que estas tienen dentro de una sociedad. Dijo que “ningún economista del mundo” puede garantizar que no habrá una nueva crisis mundial como las que se dieron a lo largo de la historia. “Es prudente que pensemos que eso que ha pasado puede volver a pasar y nos tenemos que hacer una pregunta: ¿cuál es la última garantía de una sociedad para asegurar la democracia de derecho?”, interrogó; y se respondió: “la gran garantía es que los cuerpos armados en la hora de las tensiones sociales defiendan la estabilidad institucional”.
Inaudito. La última garantía para asegurar la democracia es que esté asentada sobre bases sólidas, en las que el pueblo consciente, sea el verdadero protagonista y el más interesado en defenderla. Un par de ejemplos: 1) Venezuela 2002: las cámaras empresariales, junto a sectores de la iglesia y con el apoyo de los EEUU, dan un golpe de estado, el que es ejecutado por los militares; quien defiende la democracia -y sale a las calles a hacerlo, desafiando a las fuerzas armadas- es el propio pueblo, que triunfa y repone a su legítimo presidente; 2) Uruguay 1973: crisis en curso, peligra la democracia, las fuerzas armadas se inmiscuyen en la política. El presidente Bordaberry convoca al pueblo a la plaza Independencia y concurren unas 200 personas. Las fuerzas armadas dan un golpe de estado, se quedan 11 años en el poder, asesinan, torturan, roban niños, hacen desaparecer, violan los derechos humanos. Entonces, ¿de dónde saca Mujica que los cuerpos armados son la garantía de la estabilidad institucional a la hora de las tensiones sociales?
En el año 2010, Oscar Arias (presidente de Costa Rica), envió una carta al entonces presidente Mujica, en la que decía así: “En gran parte del mundo, y sobre todo en América Latina, las fuerzas armadas han sido la fuente de la más ingrata memoria colectiva. Fue la bota militar la que pisoteó los derechos humanos en nuestra región. Fue la voz del general la que pronunció las más cruentas órdenes de captura contra estudiantes y artistas. Fue la mano del soldado la que disparó en la espalda del pueblo inocente. En el mejor de los escenarios, los ejércitos latinoamericanos han significado un gasto prohibitivo para nuestras economías. Y en el peor, han significado una trampa permanente para nuestras democracias.” Nada que agregar.
Mala pregunta; peor respuesta por David Rabinovich
El 18 de mayo -cuando recordamos la batalla de Las Piedras-, el Gral. Mario Stevenazzi Comandante del Ejército dijo, para contestar a quienes se lo preguntan o lo cuestionan: “…para qué queremos Ejército si nunca vamos a entrar en guerra, depende a lo que se le llame guerra, basta mirar para el costado, o un poco más lejos para contestar esto”. Tomaron el 18/05 como el Día del ejército. El legado artiguista que incluye, entre tantas otras cosas, la ‘clemencia para los vencidos’ es algo ajeno a la práctica de las Fuerzas Armadas.
Sea lo que sea que el general entienda por guerra, la idea de guerra está indisolublemente asociada al ejercicio de la violencia con el objetivo de matar al enemigo. A nosotros no nos gusta la violencia, ni las armas, ni las ideas políticas que exhibe impúdico el comandante y sus secuaces militares o civiles.
Sobre la lógica de la existencia de Fuerzas Armadas nos convocan a pensar y opinar. Son parte integral de cualquier sistema que incluya el dominio y la explotación de unos pocos sobre grandes mayorías de la población. Porque llegado el momento son el último recurso para preservar el ‘statu quo’, más allá de lo que quieran las mayorías; que la Democracia no es para todas ni todos como bien se sabe.
Punto delicado a explicar es por qué Uruguay tiene la relación de efectivos respecto a la población más alta de América Latina. El presupuesto militar también es de los más altos de América del Sur y significa una limitante para las posibilidades de atención a problemas impostergables, como la situación de los marginados del sistema. Es delicado porque todavía, quienes vivimos la dictadura, tenemos el miedo a flor de piel. Miedo por nuestros hijos y por nuestros nietos. El miedo es esa arma tan mortífera como un fusil, con el que se nos apunta desde las derechas. Es delicado porque fuimos gobierno durante 15 años y lo que se avanzó fue insuficiente, lento y torpe. Dicen que para pelear en el futuro hay que evitar dar batallas de antemano perdidas. También dicen que ‘Las Piedras’ fue ejemplo de una batalla que parecía perdida… El cantor nos advierte que ‘un solo traidor puede con mil valientes’. Para alguna cosa faltó un voto. Sólo un voto. Para otras faltó voluntad suficiente o quizá el temor ‘a las consecuencias’ se impuso. ¡Qué sé yo!
Creo que una buena propuesta electoral es generar más y mejor conciencia, aunque cueste algún voto. Creo que, por ganar elecciones, sin que importe la propuesta ni el ánimo de cumplir lo prometido, más temprano que tarde, las causas esas que ‘no admiten la menor demora’, terminan postergadas de forma indefinida. Porque entre el ser y el deber ser sigue habiendo un trecho largo y empinado por el que transitar.
Institucionalidad nueva para realidades en cambio por Isabel Viana
El Comandante en Jefe del Ejército Nacional, Gral. Mario Stevenazzi, en el Día su Arma, dijo: … “Tampoco parece real el concepto de para qué queremos Ejército si nunca vamos a entrar en guerra…” y asumió en esa frase que el concepto de guerra tenía hoy alcances diferentes al definido a principio del SXX. Puede inducirse que desaparecieron las guerras tradicionales entre estados o fracciones de éstos y que nunca existieron son guerras globales, en las que el campo de batalla fuera el planeta entero.
El equipamiento bélico de nuestras Fuerzas Armadas (especialmente el de las fuerzas de mar) proviene de material descartado en la 2ª. Guerra Mundial. Podemos agregar que, a menos que nuestro pueblo tuviera la heroicidad y resistencia del de Vietnam, si nos viéramos forzados a entrar en guerra con vecinos o potencias de otros continentes, nos veríamos arrollados en pocos días. La memoria de Argentina en Malvinas me exime de aclaraciones.
No participaremos en guerras tradicionales y si entráramos, las perderíamos, junto con las vidas de nuestros combatientes. El presupuesto 2022 del de Defensa e Interior asciende al 6,76% del del Estado, de los que el 2,2% corresponde al Ministerio de Defensa Nacional y un 4,56% al rubro Seguridad Pública (datos: OPP – 2022). La capacidad de defensa de ataques externos de nuestro territorio, espacio aéreo y aguas territoriales es casi inexistente, especialmente en una época alta tecnología bélica y de conflictos globales.
El ejército es, en lo interno, un factor de poder capaz de doblar la voluntad del poder político, si éste es débil en el ejercicio de su condición de mando. Son los que tienen las armas de la nación y la verticalidad de su organización puede oponerse a fuerzas irregulares. Es en ese campo que puede poner en riesgo los valores políticos de la nación.
En conocimiento de estos datos, puede afirmarse que hay invertir en función de las tecnologías contemporáneas para la protección de nuestro territorio emergido, marítimo y espacio aéreo, dotándonos en tecnología y formación de personal de alta calificación. No precisamos soldados armados y disciplinados en la obediencia. Necesitamos funcionarios capaces de cumplir su rol, subordinado al poder político, para ubicarnos estratégicamente en un mundo en que el poder de decisión y la institucionalidad están cambiando muy rápidamente. La respuesta a la pregunta planteada es que resulta imprescindible repensar no sólo la existencia de la institución Ejército, en el contexto indispensable de la renovación de la organización e institucionalidad de todo nuestro estado. Hay que encarar la remoción de las partes obsoletas de su estructura político-institucional y su cambio por una nueva institucionalidad a definir de manera que, sin perder los valores republicanos y democráticos, sea capaz de resolver los desafíos del presente y el futuro inmediato. Las instituciones que sustituyan a las actuales FF.AA. deben estar dotadas de tecnología vigente, sin perder la apertura y transparencia necesarias para que nuestra ciudadanía sea en cada momento actora de su historia y no una mera ejecutora de decisiones tomadas no se sabe dónde ni por quien, sin su conocimiento ni aprobación.
El “para qué” de las FFAA por Julián González Guyer
Desde que el autoritarismo se instaló en el país -y muy especialmente durante la dictadura- el “para qué” de las FFAA fue la tutela de la sociedad y el control del Estado. Para ello los militares construyeron un gran aparato con más de 40 mil efectivos que llegó a concentrar el 20% del gasto público total.
Con la restauración democrática, recién en 2010 el Parlamento estableció el “para qué” de las FFAA con la unánime aprobación de la Ley Nº18.650 Marco de Defensa Nacional. En su Art. 18 aquella ley estableció: “Las FFAA (…) se constituyen como la rama organizada, equipada, instruida y entrenada para ejecutar los actos militares que imponga la Defensa Nacional. Su cometido fundamental es la defensa de la soberanía, la independencia e integridad territorial, la salvaguarda de los recursos estratégicos del país que determine el Poder Ejecutivo y contribuir a preservar la paz de la República en el marco de la Constitución y las leyes”. Complementariamente, además de contemplar -Capítulo II- la participación en operaciones de paz de NNUU, su Art. 20 agregó: “En tiempos de paz y bajo la autorización expresa del Ministro de Defensa Nacional, podrán prestar servicios o colaboración en actividades que por su especialidad, relevancia social o conveniencia pública les sean solicitadas y sin que ello implique detrimento en el cumplimiento de su misión fundamental”.
Sin embargo, aquella definición del “para qué” las FFAA nunca logró hacerse realidad. Por el contrario, paulatinamente las FFAA fueron reafirmando su condición de “fuerza multi-propósito” orientada a cumplir funciones domésticas. Paralelamente, los recursos que el Estado destina al Inciso 03 del Presupuesto (Ministerio de Defensa Nacional) -alrededor del 7% del gasto del estado, equivalente a alrededor del 1% del PBI-, financian el amplio espectro de actividades que desarrollan las FFAA; un 80% se destinan al pago de salarios de su personal. Un exiguo 3% se dedica al rubro inversiones.
De hecho, el camino de recuperación de las FFAA como instrumento de la defensa nacional que quiso iniciar la Ley Marco de Defensa resultó frustrado. La Ley Nº19.775 de Modificación de la Ley Orgánica de las FFAA lo confirmó. En ella quedaron estampadas en prolijo detalle veinte diferentes misiones de los militares; cinco definidas como “tareas” y quince como “tareas subsidiarias”. Como ello fuera insuficiente también consagró que las FFAA (art.23) “podrán participar en la producción de bienes y servicios para la Defensa, así como colaborar con la producción de aquellos que por sus características sean estratégicos para el desarrollo nacional” y que (art.24) “en el marco de sus competencias y en forma conjunta con otros órganos del Estado, efectuarán las acciones que les encomiende el Poder Ejecutivo, en áreas que por su especialidad, conveniencia o relevancia, fueran de interés público”. Pero no sólo eso; el art.25 agrega: “El Poder Legislativo podrá autorizar la participación de las Fuerzas Armadas en el desarrollo de actividades de carácter productivo, industrial, comercial o de servicios que contribuyan a los fines del desarrollo y de la Defensa Nacional” y por si quedara alguna duda, el art. 26 complementó: “El Poder Ejecutivo, con carácter excepcional y por razones de interés general, podrá autorizar la realización de actividades que permitan atender las necesidades básicas del personal del Ministerio de Defensa Nacional”.
El Proyecto de Ley Modificativo de la Ley Orgánica de las FFAA que el gobierno envió en julio de 2022 al Parlamento sólo incluye un cambio llamativo en el “para qué” de las FFAA; agrega el vago e indefinido concepto de “defensa de la Nación” a su misión fundamental abriendo el cauce para viejas tutelas. Por lo demás, el “para qué” permanece sustancialmente incambiado.
Resulta llamativa la continuidad en la definición de las misiones de las FFAA desde que en 2016 se aprobara el Decreto Nº129 de Política Militar de Defensa, aún vigente. Dicho decreto estableció veinte “objetivos de la defensa militar” y once “lineamientos del empleo del instrumento militar”, incluyendo un amplio número de muy diversas tareas. Esta notable continuidad doctrinaria da cuenta del rol jugado por la corporación militar, por la vía del Estado Mayor de la Defensa y los Comandos Generales de las FFAA, en la elaboración de todas estas normas.
Resulta insoslayable interrogarse acerca de las razones que explican la necesidad de explicitar detalladamente todas esas actividades que, en realidad, ya están comprendidas en el Art. 20 de la Ley Marco de Defensa, citado textualmente más arriba. La respuesta es simple: los mandos militares tienen interés y voluntad de jerarquizar esa amplia variedad de tareas, ajenas a su misión fundamental, pero que les permiten justificar las actuales características de las FFAA y su exigencia de mayor presupuesto y personal.
Sin embargo, la realidad muestra que esa persistencia en priorizar las misiones ajenas a la defensa nacional conduce a erosionar las capacidades reales de FFAA para cumplir con los cometidos que definen su “para qué”: repeler una agresión militar terrestre, marítima y/o aérea. Cuando una organización militar está organizada, equipada y entrenada para cumplir su tarea fundamental, podrá atender las otras de menor envergadura. Sólo es necesario, en caso de ser necesario, que el gobierno ordene a las jerarquías militares cumplir de manera excepcional las tareas puntualmente requeridas.
El “para qué” de las FFAA es seguramente una de las más decisiones más complejas para un gobierno a la salida de una dictadura. Desde 1984, cuando se pactó el retorno de los militares a los cuarteles, el sistema político ha preferido soslayar las definiciones sobre la política militar y ha optado por delegar el “para qué” de las FFAA en los militares. En instituciones tan verticales como las FFAA, ello equivale a dejar las decisiones en un pequeño número de oficiales generales y superiores. Es decir, supeditarlas a los intereses inmediatos de los mandos militares.
Cualquier cambio significativo que se proponga en las FFAA, genera la reacción contraria de la corporación militar y ello explica que los partidos políticos hayan preferido no adoptar ninguna iniciativa que toque sus intereses. El resultado está a la vista; las FFAA han terminado por perder las escasas capacidades de ejercicio de la soberanía en el mar y en el aire. Por su parte, el deterioro del equipamiento blindado del Ejército ha conducido a que los contingentes militares uruguayos en operaciones de paz corran riesgo de no cumplir los estándares exigidos por NNUU.
Más allá de cualquier retórica; las FFAA uruguayas cada vez asemejan más a una “guardia nacional”; fuerza militar organizada y equipada para cumplir básicamente tareas domésticas. Ello corresponde al papel que la doctrina norteamericana de “disuasión integrada” otorga a los militares de la región.
General Stevenazzi: Levantó el guante por Esteban Pérez
El comandante del ejército dijo el 18 de mayo: “tampoco parece real el concepto de para qué queremos ejército si nunca vamos a entrar en guerra, depende a lo que se llame guerra, basta mirar para el costado o un poco más lejos para contestar esto”.
Los pueblos de América Latina, al igual que Damocles tienen sobre sus cabezas una espada pendiente de un fino hilo la que, al menor tris, cae sobre ellos. Esa espada se llama fuerzas armadas.
La historia de Suramérica es la historia de sucesivos golpes de estado y desestabilización institucional generados por las fuerzas armadas.
Nuestro país no fue la excepción; el pueblo uruguayo padeció las terribles consecuencias de tener sobre sí las garras de un ejército de ocupación, paradójicamente el propio, el que debería defenderlo.
En América Latina no hay guerras entre países, los fusiles de los ejércitos no apuntan hacia afuera, apuntan hacia adentro, contra su pueblo.
Las fuerzas armadas son, en definitiva, el brazo armado de las burguesías de las oligarquías casadas con el imperialismo, cuando ven que sus ganancias pueden achicarse o corren el riesgo de perder el control de la economía, no vacilan en soltar la fiera contra sus compatriotas.
Nuestras fuerzas armadas en el año 1969 tenían dieciséis mil efectivos, hoy tienen veintiséis mil y se comen mil quinientos millones de dólares del Presupuesto Nacional.
Además del peligro que significan para la estabilidad institucional y la democracia, son un gasto enorme y encima mal empleado.
¿Necesitamos un ejército tan numeroso? Como país, por nuestra pequeñez, no podemos soñar en tener aspiraciones imperialistas, en atacar a otros países, como un mosquito parándose en la frente de un gigante. Brasil tiene trescientos sesenta mil efectivos y un millón trescientos cuarenta mil reservistas. Por su parte Argentina tiene ochenta y tres mil quinientos efectivos. Por lo tanto, se cae de maduro que la mejor defensa que podemos tener es llevarnos bien con nuestros vecinos.
Por otra parte, la estructura de nuestro ejército y el mejor armamento al que podamos acceder, con suerte nos permitiría resistir una invasión durante un par de horas.
Es claro entonces que nuestro país mantiene un exagerado número de militares con un armamento lo suficientemente poderoso como para aplastar al pueblo cuando la oligarquía le dé la orden o cuando algún ambicioso general quiera erigirse en presidente de facto.
Aquí es cuando empieza la discrepancia de fondo: debemos volver a la visión artiguista de defensa:”vestíos siempre de pueblo armado para precaverse de los enemigos exteriores e interiores”. “Estáis con las armas en las manos para defender vuestros derechos”. A la vez que trataba de poner todas las trabas posibles por la vía legal para evitar “el despotismo militar”.
El ejército actual precisamente fue fundado por quienes traicionaron a Don José y su ejército popular.
Pienso que debemos tender, quizás mediante un gran debate nacional, a reconstruir de acuerdo a la realidad actual “un ejército nuevo” al decir del Prócer, un ejército no de mercenarios, no un cuerpo militar separado como una casta del pueblo, sino milicias populares para que el pueblo armado pueda sostener sus derechos: “estáis con las armas en las manos para sostener vuestros derechos y os haréis dignos de la memoria de vuestros hijos si llenáis este deber”.
Desde el punto de vista estratégico además es la manera de que, en una hipotética invasión, podamos hacer frente al enemigo. La táctica de defensa no debe ser una guerra de posiciones que el enemigo pulverizaría en ciento veinte minutos, sino una guerra de desgaste y de largo plazo, con apoyo popular, con un permanente hostigamiento y capacidad de sabotaje como para que el hipotético invasor vea no rentable continuar ocupando y se vuelva por donde vino.
En lo inmediato (lo otro será probablemente un proceso largo) hay otros aspectos de defensa nacional que urgen: nos roban la pesca, los gobiernos nos han entregado a las multinacionales las que nos están llevando el agua, la contaminan, nos pudren la tierra con agrotóxicos y nos planifican la producción a su antojo.
No tenemos milicias populares, tenemos gobiernos que nos venden con un ejército siendo cómplice de los entreguistas, pero tenemos pueblo que, en la medida que vaya tomando conciencia, se irá organizando en defensa de nuestro patrimonio. Comienzo tienen las cosas…
No hay mejor defensa que una buena planificación por Leo Pintos
Quizá la inteligencia artificial algún día sea capaz de pronunciar un discurso aséptico de toda ideología, pero por el momento, mientras un ser humano hable, lo ideológico estará allí. Y está bien. Además, sabido es que exigir un pronunciamiento despojado de ideología, sobre el asunto que sea, en el fondo es algo profundamente ideológico. Otra cosa es emitir una opinión impregnada de revanchismo, desprecio, odio, o cualquier otro signo similar. En ese caso puede ser cuestionada, incluso desechada. Está de más decir que mi opinión pretende estar despojada de cualquier animosidad hacia la institución castrense.
Hace tiempo que algunos nos cuestionamos la existencia de las fuerzas armadas. O por lo menos su actual configuración. Siendo más concreto, su sobredimensionamiento. En ese sentido, la política de defensa de nuestro país no escapa a los históricos males del Estado, en lo que se refiere a la pertinencia o conveniencia para el desarrollo nacional. Es decir que deberíamos discutir acerca de la utilidad de tener la mayor proporción de militares en relación a la población entre los países de Latinoamérica. Si ese aparato militar es pertinente en relación a los desafíos en el marco del actual contexto de las relaciones regionales e internacionales. Si es efectivo para la protección de la soberanía. Si su doctrina tiene vigencia frente a las nuevas amenazas.
El discurso del Comandante en Jefe del Ejército Mario Stevenazzi, en ocasión del acto del 212º aniversario del Ejército, está fuera de tiempo, en concordancia con la doctrina y equipamiento de la fuerza que comanda. Fue un discurso lleno de paranoias, en tono amenazante, que no refleja la realidad del país. Porque la principal amenaza a la seguridad nacional pasa por el crimen organizado, y hay suficientes experiencias negativas en el mundo de militares puestos a luchar contra la delincuencia como para siquiera pensar en proponerlo. Las fuerzas armadas están llamadas a cumplir un rol defensivo, jamás policial.
Uruguay necesita fuerzas armadas reducidas, quizá a su tercera parte de las actuales, bien equipadas dentro de las posibilidades del país y en total concordancia con el único objetivo al que pueden aspirar, la protección de las fronteras y de la riqueza de nuestro mar territorial. Pensarlas en clave de hipótesis de conflicto externo es tan disparatado como pensarlas en clave de amenaza subversiva interna. Ya es hora de que el país asuma el cambio climático, la verdadera amenaza a la estabilidad y la seguridad nacional que se cierne en el futuro cercano. Distraer recursos económicos, materiales y humanos en pos de sostener aviones que no vuelan, embarcaciones que no flotan y fuerzas terrestres sedentarias es persistir en un error. Parece impostergable pues, pensar en una fuerza de defensa civil preparada para intervenir ante desastres naturales como inundaciones, sequías, o el crecimiento del nivel del mar. Problemas que tarde o temprano tocarán a nuestra puerta y que demandarán ingentes recursos. Los mismos recursos que hoy malgastamos en sostener este aparato militar desproporcionado mientras la mitad del agua potable se va por las roturas en la red. Porque, seamos sinceros, no parece rentable poner militares a cavar zanjas para arreglar la red de agua corriente si paralelamente hay que gastar en repuestos de aviones y carros de combate vetustos.
En todo caso cualquier decisión que concierna la adecuación del aparato militar debe pasar por una política de Estado, a largo plazo y consensuada. El discurso de Stevenazzi se agota allí, en la opinión de una parte interesada.
Urge pensar una política de defensa seria y madura, acorde a las necesidades y posibilidades de nuestro país, y sin reducirla únicamente a lo militar. A esta altura del siglo XXI, sería conveniente hacer algo por bajarnos de los tristes podios de los países del mundo con más efectivos militares, personas privadas de libertad, tenencia de armas y suicidios en relación a su población. Dejemos de dispararnos en el pie.
Neoliberalismo militar por Juan Pablo Grandal
¿Creo que es probable que el Uruguay entre en un conflicto armado en el futuro cercano? Claramente que no. Pero la forma en la que se plantea su imposibilidad es algo que hace mucho tiempo que me molesta. Un Estado debe siempre estar preparado para cualquier eventualidad, y la eventualidad de tener que defender el territorio nacional en un conflicto bélico es una para la que cualquier Estado debe estar preparado.
Una de mis principales misiones ideológicas considero que es enfrentar las recetas neoliberales en cuanto al rol del Estado en la economía y la sociedad y particularmente en cuanto al gasto público. Esa visión tan parte del sentido común en muchos sectores, de que el presupuesto estatal está lleno de “cosas innecesarias” que serían fácilmente recortables. Generalmente esta posición me alinea con la izquierda. Pero en cuanto a las Fuerzas Armadas parece que buena parte de este sector del espectro político fueran unos obsesivos del gasto público que harían sonrojar al mismísimo Milton Friedman, algunos incluso entrando en el territorio de Murray Rothbard. Cada peso invertido debe ser visto con una lupa binocular, y generalmente para decidir que su utilidad es nula y debe recortarse o invertirse en otro lado.
Yo no vengo acá a argumentar que no sea una discusión razonable la reducción del gasto militar. Y más razonable aún es discutir en qué se debe invertir ese presupuesto. Hoy la prioridad debe estar claramente en cuidar nuestras fronteras, nuestro mar territorial y nuestro espacio aéreo. Cualquier hipótesis de conflicto es bastante improbable. Reorganizar nuestras FFAA para que estén mejor organizadas para cumplir con estos fines más inmediatos es de gran importancia. Desde el punto de vista ideológico, terminar con cualquier resabio de la nefasta y anti-nacional Doctrina de la Seguridad Nacional en la formación militar también es vital. Ahora, yo no pienso tomarme en serio ninguna propuesta sobre buscar eliminar las FFAA. Y gracias a Dios, en nuestro sistema político tiende a reinar cierta sensatez en esta materia, ya que si bien existen varias voces que se refieren a reducir el gasto militar, quienes buscan eliminar las FFAA son pocos y, por cierto, bastante irrelevantes.
En cuanto a la posible popularidad que tendría una propuesta electoral de ese estilo, no debo hacer más que recordar las encuestas de opinión pública en las que las FFAA son una de las instituciones más valoradas por los uruguayos junto a la policía; o los miles de familias que reciben su sustento gracias a las FFAA. Generalmente de ingresos muy bajos, lo cual debe ser un tema a solucionar. No iría en el sentido de reducir el gasto, pero es una cuestión de justicia, como lo es garantizar una vida digna para cualquier familia, militar o no.
En mi visión, favorable por sobre todo a la integración regional y la constitución de al menos el Cono Sur como un bloque geopolítico, deberíamos ir en el sentido opuesto de la eliminación de las FFAA. Debemos generar estrategias de defensa conjuntas con nuestros vecinos, ¿por qué no plantear una especie de OTAN del sur? Una industria militar común, cooperación en inteligencia. Es un trecho muy largo el que debemos recorrer para llegar a este punto, estamos muy lejos tanto por la situación regional como por cuestiones propias de la política nacional y, sin duda, de una interna militar todavía con errores y horrores del siglo pasado que no cicatrizan (no solamente en nuestro país). Sería algo a plantear a largo plazo, pero justamente, planificar a largo plazo en todas las áreas de la política nacional es algo que hace mucha falta. Y bajo ningún concepto puede ser tomado en serio un proyecto de país que incluya la eliminación de las FFAA, dejaríamos de ser una nación soberana, para ser una región más del Comando Sur de los Estados Unidos.
Fuerzas Armadas sociedad desamparada por Oscar Mañán
Ciertamente la discusión sobre las fuerzas armadas y su función en un país pequeño es vetusta, tal vez un sin sentido desde el punto de vista lógico. No obstante, desde su historicidad sigue más que vigente. Tan vigente, que hoy los intereses de las FFAA aparecen representados en un partido político que fue la 4ta. fuerza (muy cercana a la 3ra.) según juicio de las urnas.
Es, además de obvio también trillado, afirmar que las dimensiones del ejército uruguayo es un despropósito. Tiene casi nula posibilidad objetiva de defender la soberanía ante una agresión externa, incluso, para enfrentar organizaciones con capacidad de ejercicio organizado de la violencia (i.e narcotráfico). Si existiera un poder desafiante, seguro se buscaría una vía diplomática o bien el apoyo de algún protector.
La función de un ejército, cuando no puede defender las fronteras, es una herramienta de dominación política y control social, con tareas ya no de mantener la democracia, sino de asegurar un orden despótico con intereses espurios.
Claramente, el ejército del país no es el mismo que atentó contra las instituciones democráticas hace medio siglo, pero sigue siendo una posible fuerza de ocupación. Los viejos actores se murieron o jubilaron, pero la filosofía con que se formaron los nuevos mandos sostiene las mismas prácticas.
Tan verificable es lo anterior que los muy atesorados secretos sobre “dónde están” los desaparecidos o los partes que atestiguan los eventos oscuros del período dictatorial, siguen siendo impenetrables. Asimismo, el 20 de mayo, día en que se celebró la “marcha del silencio” que recuerda a los desaparecidos y exige “verdad y justicia”, en Minas un vehículo de “inteligencia” siguió todo el recorrido de la marcha. No se sabe de intenciones, se podría especular, tal vez seguridad, intimidación, control, etc.
El ejército por definición debe ser subordinado al poder político y al Presidente de la República (su comandante en jefe), empero no ha sido permeable a las múltiples solicitudes de información para construir una verdad objetiva sobre el pasado reciente.
Además, el papel de Cabildo Abierto, con la anuencia de toda la coalición, sigue asegurando para el ejército un sistema de pensiones de privilegio, bien diferente al resto de los trabajadores. Incluso, se está proponiendo una ley para que los mayores de 65 años cumplan sus condenas en prisión domiciliaria, cuestión que aplica básicamente a los acusados de delitos de lesa humanidad.
Por supuesto, el trance de eliminar al ejército no es automático y pasa por fortalecer a la sociedad civil para que resista posibles embates ante la pérdida de privilegios de aquellos que hoy detentan el poder de fuego.
Sin duda, sería por demás interesante romper con esta logia militar que hoy, en cuanto institución, sigue siendo un cáncer para la sociedad toda. Terminar con el tumor implica meter bisturí, no solo en el presupuesto sino en el bloque en el poder que se siente respaldado por tal ejército. Tal vez no es fácil, y delicado dado que podría enfrentar fracciones de peso político y de influencia en los sectores armados, empero son temas que luego de instalados ya nadie los podrá ignorar.
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