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María Freire: Con lenguaje propio por Alejandra Waltes

María Freire: Con lenguaje propio  por Alejandra Waltes
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Innovadora, rupturista, aprendiendo y nutriéndose siempre de diversas corrientes y artistas pero sin dejar de transitar un camino concreto y personal, María Freire es otra de las artistas uruguayas que no han tenido la difusión y valoración que merece. Quizá por su particular enfoque del arte, quizá por su condición de mujer, o quizá por ambas cosas, su fecunda obra permanece virtualmente ignorada excepto para un puñado de conocedores.

 Poco se sabe sobre las razones o influencias que la llevaron a entrar al Círculo de Bellas Artes y estudiar pintura con José Cúneo y escultura con Severino Pose entre 1938 y 1943. Siempre ávida de conocimiento, estudió además con el escultor Antonio Pose y concurrió al taller de Yepes. En su formación, jugaron un rol particular las revistas de movimientos artísticos europeos, especialmente las referidas a la abstracción geométrica.                                                                                                                                                        En 1951 conoció al artista uruguayo Roth Rothfuss, perteneciente al grupo Madí, quien le enseñaría sobre las indagatorias concretistas e invencionistas de los grupos en Argentina.  Ese mismo año comenzó una serie de esculturas móviles y polimorfas, afines a dicho movimiento.                                                         Esta actitud «purista» implicaba abandonar las técnicas de modelado para sustituirlas por el trabajo directo con materiales de procesos industriales como alambre, hierro, bronce, madera o plexiglass. En 1952 conoció al artista José Pedro Costigliolo, con quien conformarían una dupla estético sentimental ejemplar. Este mismo año fue cofundadora del Grupo de Arte No Figurativo.                                                           Como creativa, se volcó a una disciplina de estudio que la llevaría, cada vez con más rigor, hacia las técnicas pictóricas planas. La geometría sostuvo un diálogo permanente entre la pintura y la escultura a lo largo de toda su obra, era para ella un instrumento para crear el espacio plástico, una herramienta para la libertad plástico-constructiva del artista. Hacia 1952 su lenguaje estaba perfilado, lo cual no evitó su participación en múltiples exposiciones del grupo de artistas “no figurativos”.                                               En 1953 en la II Bienal de San Pablo, entraría en contacto con importantes artistas de la época. En 1955 asistió en París a cursos de mosaico ravenés, dictados por Gino Severino. “Descubrí que por debajo de las obras que veía de los artistas de todos los tiempos, existía una estructura geométrica escondida y pensé que debía partir de ella.”, diría la artista.                                                                                                    Entre 1962 y 1973 se desempeñó como crítica de arte del periódico uruguayo “Acción” y como profesora de Dibujo en Secundaria. Participó en numerosas exposiciones individuales y colectivas en Montevideo, Buenos Aires, San Pablo, Río de Janeiro, Nueva York, Washington, Barcelona, Venecia, Bruselas, Madrid y Londres.                                                                                                                                                       En 1966 representó a Uruguay en la XXXIII Bienal de Venecia. Este mismo año expuso en la Pan American Union en Washington. En 1992, en la misma ciudad, formó parte de la exposición From Torres García to Soto en el Museo de las Américas.                                                                                                  A lo largo de su trayectoria recibió importantes distinciones, entre las que destacan el Premio de Honor en la Bienal de San Pablo, 1957; Primer Premio Acuarela del Salón Nacional, Montevideo, 1961; Gran Premio de Pintura del Salón Nacional, Montevideo, 1968 y Premio Figari, Montevideo, 1996.                                Las ideas impulsadas por el grupo de Arte no Figurativo se expresan en el catálogo de la muestra dónde se afirma: “La presente exposición ofrece un panorama vernáculo de una de las tendencias de arte plástico universal que se define por arte no figurativo. Agrupa a algunos pintores y escultores, que, siguiendo los lineamientos de los problemas plásticos del presente, tratan de crear un arte que responda a exigencias de esencialidad.”                                                                                                                           La ausencia de representación obedece así a un propósito consciente de crear, prescindiendo de otra finalidad. En los años siguientes siguió experimentando, como puede apreciarse en las series Capricornio y Córdoba. En Vibrantes, entre 1975 y 1985, María Freire desarrolló un camino de búsqueda de efectos lumínicos en la pintura a partir de la subdivisión de la superficie que genera, en su secuencialidad cromática, vibraciones características del Arte Optico-Cinético.

En la serie América del Sur de la década del 90, su pintura se volcó hacia lo escultórico, particularmente en sus formas primitivas, tal como se verá claramente en sus máscaras. La artista trabajó siempre siguiendo esta modalidad seriada, lo que revela su concepción del arte como una permanente construcción. Los “signos” con los trabajó a partir de 1957, no eran concebidos como signos convencionales portadores de algún contenido; no son designadores que apuntan a un significado externo, sus signos refieren a sí mismos en su pura plasticidad.                                                                  Innovadora, influyente y personal, Freire logró mantener su independencia creativa junto a una figura tan reconocida como Costigliolo. Ni el ambiente conservador de entonces ni los prejuicios locales, lograron que la figura de su compañero la opacara, ni él influenció su tan personal lenguaje expresivo.

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