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Mariano Asla, filósofo argentino: “El acceso a la información no nos hace más cultos”

Mariano Asla, filósofo argentino: “El acceso a la información no nos hace más cultos”
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Nos sugirieron entrevistarlo durante su visita a Montevideo y de apuro tuve que ponerme a estudiar el tema transhumanismo, que maneja con solvencia. Pero la charla con un filósofo siempre arranca para lugares insospechados y esta vez no fue la excepción. Aprendí mucho, espero que les suceda lo mismo a los lectores.
Por Alfredo García / fotos: Rodrigo López

PERFIL:
Nació en Córdoba, en 1973. Estudió el profesorado y la licenciatura de filosofía en la Universidad Católica.El doctorado lo hizo a distancia en la Universidad de Navarra, en Pamplona. Es profesor de Filosofía en la Facultad de Ciencias Biomédicas en Buenos Aires. Casado, padre de siete hijos.

¿Sobre qué tema hiciste el doctorado?
Me dediqué a cuestiones en las cuales la filosofía y la ciencia tienen una especie de solapamiento. Quería un tema filosófico pero que también interpelara la cuestión biológica y psicológica, y entonces estudié a un autor que toma una tesis de Chomsky, que es la tesis de la gramática universal, a la que le da una significación en el ámbito moral. Chomsky postula que debajo de todas las lenguas naturales que conocemos hay núcleos lingüísticos comunes que derivan de que en el fondo pensamos con cerebros más o menos parecidos. Sobre ese núcleo de coincidencias lingüísticas fundamentales cada idioma y cada cultura van seteando idiomas distintos. Lo que hacen los autores que estudié en mi tesis doctoral es tomar esa intuición que da lugar a lo que se llama lingüística generativa y aplicarla al ámbito moral, y se preguntan si acaso no existe un núcleo fundamental de intuiciones morales que compartimos los seres humanos por el hecho de pertenecer a una misma especie.
Tendríamos todos más o menos la misma base moral, a nivel universal.
Exacto. En el fondo la tesis no es demasiado pretensiosa en términos metafísicos o religiosos, sino que deriva de la noción de que somos animales cooperativos y sociables, y que determinadas pautas son esenciales para el funcionamiento de los grupos. Está lo que se llama principio de doble efecto, por el cual no es lo mismo hacer un mal que permitir un efecto negativo indeseado de una acción buena o indiferente. Sería un principio moral transcultural. Después está la valoración asimétrica de acciones y omisiones, por la cual consideramos más mala una acción que produce un resultado malo que una omisión con el mismo resultado. También eso es transcultural. Y luego, yendo a cuestiones de moral más concreta, está la prohibición de la mentira, la alabanza del soldado valiente, del juez no venal, justo.
Refutarían a Hobbes, sin duda.
Irían en una línea distinta. Lo que pasa es que el ser humano es ambivalente. Así como tenemos determinadas tendencias naturales al florecimiento, también tenemos libertad y podemos malograr eso. En el fondo el postulado de esta tesis es que cuando el ser humano no deja desarrollar estas tendencias más profundas o fundamentales se malogra a sí mismo y las sociedades no funcionan. Veo algunas aplicaciones prácticas. Argentina ha vivido siempre de crisis económica en crisis económica, desde que tengo memoria y antes también, y un componente muy importante de la crisis económica es la pérdida de credibilidad. La credibilidad, básicamente, tiene que ver con que otro me crea, y eso sucede cuando no miento. Aun de las crisis económicas, hay una raíz moral. Si fuéramos un país más confiable, es decir, donde lo escrito tuviera más valor, muchas cosas se solucionarían. Me parece que no hay tanto margen para el relativismo: si me han mentido, no vuelvo a hacer negocios con esa persona. En todas partes del mundo y en todo momento.
Es interesante la idea de que todos compartimos un núcleo básico de moral, pensando en las diferentes religiones, culturas e ideologías.
Creo que hay diferencias muy espectaculares que se observan de una cultura a otra, y valoraciones muy asimétricas y divergentes, pero que se dan sobre la base de un núcleo fundamental de coincidencias que hace posible que la especie humana haya sobrevivido sobre la Tierra. Vamos a cosas muy elementales, pero existe una cierta inclinación natural, luego refrendada moralmente, a que las madres y los padres se hagan cargo de sus hijos. Si así no hubiera sido, la especie no existiría.
¿No es instinto?
Sí, pero en el caso del ser humano el instinto no es solamente instinto. En el ser humano el instinto se encuentra sublimado, según la perspectiva psicoanalítica, o llevado al plano de la cultura, filosóficamente asumido en el actuar de un sujeto libre. Tiene una parte instintiva pero que luego hay que realizar con actos, y esos actos se dan en el ejercicio de la libertad. Son las dos cosas. La perspectiva más naturalista de la moral siempre me pareció interesante porque sirve de contrapeso a una visión a veces un poco ingenua de la naturaleza humana, como si fuera una hoja en blanco sobre la cual se puede escribir cualquier cosa. Creo que se puede escribir cualquier cosa, pero que no da lo mismo. El resultado es malo o terminás haciéndoles daño a las personas. La naturaleza humana tiene un aspecto maleable pero también tiene tendencias profundas, que hay que desarrollar, que son las que tenemos todos nosotros hacia el conocimiento, la amistad, la sociabilidad, el desarrollo físico.
Es una visión optimista del ser humano.
Creo que sí. Los autores que estudio son fuertemente naturalistas, es decir, hacen filosofía en diálogo con la ciencia, y en el fondo lo que les interesa es cuánto de este núcleo fundamental de coincidencias tiene paralelismos en la conducta animal o tiene antecedentes en la historia de la genética humana. O cuáles de estas constantes de comportamiento se pueden probar transculturalmente. Es una aproximación bastante empírica. Y es una forma interesante de darle a un mensaje filosófico muy antiguo: que en el ser humano no todo tipo de conducta le hace bien, ni a él ni a los demás. Da una especie de visibilidad o atractivo nuevo a partir de lo que pueda aportar la ciencia. Esa fue la primera parte de mi carrera académica. A partir de eso me quedé pensando en el tema de la naturaleza humana y qué implica. Estudié un poco la cuestión de los universales humanos, por ejemplo, si de hecho la etnografía puede mostrarnos características humanas que se desarrollen con cierto margen de independencia respecto al contexto cultural. A mi juicio, hay autores muy interesantes, como Donald Brown, que postulan que hay muchas conductas humanas que se dan en todas las civilizaciones de las cuales tengamos registro.
Más allá de las características particulares.
Exacto. La división por edades, por ejemplo. Espontáneamente los seres humanos han dividido a los grupos por edades. También por sexos y por actividades. No siempre uniformemente en la división de tareas, pero es una división que también estuvo. O la división del día, la periodización del tiempo, los rituales, el adorno corporal. Los seres humanos, en el fondo, nos pareceremos mucho más de lo que nos diferenciamos. Eso es lo que hace posible, por ejemplo, que uno lea Confucio, cuyo contexto cultural no podría ser más alejado del nuestro, y sin embargo entenderlo, descubrir esa profundidad, y luego compararlo con Séneca y encontrar aspectos comunes. O leer las cartas de Abelardo a Eloísa en el siglo XIII y conmoverse con eso. En el fondo hay una naturaleza humana que tiende a salir, y cuyas notas fundamentales son muy comunes.
Hay confluencias entre diferentes épocas, culturas y pensadores. A veces uno piensa más en lo diferentes que somos.
Porque las diferencias llaman la atención. Cuando uno va de viaje no cuenta lo parecido. Cuando tenemos dolor de panza todos ponemos una cara más o menos parecida. O estrechamos la mano, o esperamos algo, y entendemos la reciprocidad, y nos conmueve el dolor del vulnerable. Eso está, aflora, y es lo que encontramos en la mirada del otro y genera empatía. A partir de esto empecé a pensar en la idea de los universales humanos, que me pareció muy interesante. Luego me pregunté si acaso no cabría pensar en características que fueran universales en un sentido todavía más profundo, y que pudiéramos compartir con especies extraterrestres. Ahí algunos dicen que mordí la banquina. Pero escribí un paper. En realidad pensé que era un tema muy original y no lo era, como pasa con la mayoría de las ideas.
Siempre hubo alguien que las pensó antes.
Y que las escribió. Desde Kant hasta muchos otros autores escribieron sobre esta misma cuestión. Entre filósofos y científicos hay distintas líneas. Están aquellos más cargados de un compromiso metafísico, que dicen que las leyes básicas de la ontología y la lógica tienen que ser comunes, y que no podríamos pensar una civilización extraterrestre que no entienda qué es la causalidad, la responsabilidad o el principio de no contradicción. Los astrónomos, en general, son los que bancan la matemática como el mejor candidato para la universalidad. Otros hablan de la imagen científica del mundo, y ahí depende cuán constructivista sea uno en materia epistemológica. Y luego hay toda una línea más biológica que habla del altruismo y la cooperación como características esenciales a cualquier civilización que alcance un grado de desarrollo tal que pudiera contactarnos. En cualquier caso, me parece que lo interesante era el experimento mental de mirarme hacia adentro, o de mirar a los humanos hacia adentro, y preguntarme qué de esto que soy no es solamente parroquial, local.
Encontraste varias…
Encontré muchos autores que tratan el tema, que señalan distintos candidatos posibles a eso, que van por el lado filosófico, matemático, de las conductas más prosociales o de grupo. Y luego lo que hice es una especie de conclusión filosófica a partir de este tema de pensar los límites del antropomorfismo. El antropomorfismo implica que cada vez que conocemos algo no humano necesariamente proyectamos nuestras propias categorías. Los que tenemos fe decimos “Padre nuestro” cuando rezamos, y nos viene a la cabeza…
Una imagen humana de Dios.
No lo podemos comparar con un potus o con una ballena, porque nos quedamos cortos. Lo mismo hacemos cuando establecemos vínculos con los animales, proyectando sobre ellos toda una carga cognitiva y afectiva que es propiamente humana. Toda la discusión actual sobre la inteligencia artificial está cargada de antropomorfismo. Se habla de que la máquina decide, cuando es muy impropia la utilización de ese lenguaje. Lo mismo con la neurociencia, que carga de antropomorfismo la lectura sobre el cerebro, con la idea de que es el cerebro el que decide y hace, cuando es un órgano dentro de una persona. Lo interesante de la discusión filosófica es qué hay dentro de la naturaleza humana como posible candidato a una universalidad mayor.
¿Elegiste las matemáticas o altruismo?
En matemática hay una fuerte discusión filosófica. Están los que dicen que habría estos núcleos muy compartidos. Otros tienen una visión más constructivista y dicen que no, y que incluso la matemática es mucho más dependiente del contexto de lo que parecería ser a primera vista. No conozco tanto del tema como para tener una opinión. Pero sin lugar a dudas me cuesta mucho pensar en una inteligencia en soledad, porque contradice todo lo que sabemos del cosmos. Que no es mucho, pero es lo único que sabemos. Creo que todos los que van por el lado del altruismo, de las conductas prosociales, de la justicia, de la capacidad de obrar por razones y, por lo tanto, descubrir qué está bien y qué está mal, son esenciales a cualquier ser inteligente independientemente de la base biológica. Y luego podría haber diferencias muy espectaculares. Darwin se pregunta qué hubiera sido de la especie autoconsciente si la evolución se hubiera dado a partir de especies como las abejas. Ciertamente sería muy distinto. O una especie sin reproducción sexual. La vida moral sería muy distinta si no hubiera vínculos sexuales, o si no existiera la indefensión del neonato. Son cosas que configuran mucho la identidad humana. Podría tener diferencias muy espectaculares, pero entiendo que es una hipótesis. A partir de este tema de la naturaleza humana, de qué tenemos en común y de los límites del antropomorfismo, accidentalmente me tocó participar como jurado de una tesis de transhumanismo. Ahí me metí en el tema, por afinidad. El transhumanismo es un tema que tiene mucho punch, que está muy presente en los medios.
¿Tiene tanto punch?
Lo que veo es que causa interés de un modo inmediato. Hay cuestiones filosóficas que las das a un gran público y es difícil adaptarlas al auditorio. Si, como nosotros en el trabajo que hicimos con Juan Francisco Franck, empezás preguntándole a la gente si aceptaría una sustitución robótica de una persona amada, o si clonaría a una persona, ya se tocan fibras más íntimas. Aunque el planteo de una biología distinta a la naturaleza humana sea lejano, lo que está en juego es más entendible.
¿Lo que está en el fondo es la necesidad de trascendencia?
Hay muchas cosas. Por un lado, está el afán de progreso. El ser humano también se define por una especie de canto de sirenas del “más”. Siempre queremos más, más conocimiento…
O más cosas.
O más cosas, también. Es inherente a la especie humana, nunca fuimos estáticos ni estables en el tiempo. Nacimos al amparo de la técnica y la cultura. Somos una especie que nunca tuvo una naturaleza desnuda. Desde que existen los primeros hombres la biología resulta de la negociación, de las restricciones del ambiente, de nuestro cuerpo y de la técnica que en el medio va oficiando de amortiguador. No nos hace falta tener garras enormes porque tenemos utensilios, no nos hace falta tener cueros porque podemos prender fuego. Nuestro sistema inmune es bastante deficiente pero podemos cocinar los alimentos. Tenemos una naturaleza que está imbuida e infiltrada por la tecnología, y ahí tenemos deseos que siempre tenemos, como ser más, tener más, conocer más, vivir más.
El tema de la permanencia. El transhumanismo resulta atractivo porque habla de vivir más tiempo. El miedo a la muerte está patente en todo el mundo.
Y es algo más espectacular. El transhumanismo es un movimiento muy amplio. Lo primero que hay que decir es eso, que no es homogéneo. No tiene un sistema de creencias único, un magisterio o un Papa que logre uniformidad. Es un movimiento compuesto por científicos, filósofos y pensadores de distintos espectros políticos y convicciones religiosas que tienen en común la idea de que la naturaleza humana tal como la conocemos es el resabio de un nicho evolutivo que ya no es el nuestro. Tenemos un cuerpo más o menos parecido al actual desde hace sesenta mil años, y entonces vivíamos en sociedades muy pequeñas, necesitábamos trasladarnos mucho para conseguir el alimento, solamente teníamos trato con personas con las cuales teníamos una proximidad genética muy cercana, nuestra alimentación era escasa, vivíamos menos tiempo, no sobrecargábamos tanto la memoria. De algún modo teníamos un cuerpo adaptado a una situación biológica que no es aquella en la que vivimos hoy. Hoy vivimos más tiempo, nos relacionamos con más personas, sobrecargamos las capacidades cognitivas. Lo que dicen es que necesitamos un upgrade del cuerpo para ponerlo a la altura del mundo en que vivimos.
¿No es natural la evolución que se va dando?
Por supuesto que sí. Pasa que por primera vez pareciera que en esa evolución tenemos un protagonismo de decisión. Ahora, si uno acepta la teoría estándar de la evolución, los cambios se producen azarosamente, y dentro de esos cambios, algunos de ellos, los que facilitan la vida o la reproducción, se trasladan por herencia a los que vienen después. Pero siempre es un mecanismo de cambio aleatorio más por parte del ambiente. Ahora, por primera vez, podríamos encontrar una situación de cómo queremos ser. Uno podría decir que quisiera que su hijo no fuera alérgico, o que fuera más alto, y otro que tuviera más masa muscular.
O que fuera más inteligente.
Sí, por supuesto. O más bueno. Mejor persona.
Eso también es moral.
También es moral. El transhumanismo tiene esta idea de que por fin vamos a poder modificar el cuerpo para ponerlo a la altura del mundo en que vivimos. Y no solo eso, sino también para ponerlo a la altura de las cosas que deseamos. Un transhumanista dirá que hoy tenemos una longevidad muy grande, y que vivimos el doble en comparación con otros períodos históricos. También hay que decir que la evolución de la longevidad a lo largo de la historia no fue lineal. Hubo períodos en los cuales se vivió más y otros en que se vivió menos. Dependía mucho del contexto. Hubo contextos en los cuales una proximidad mayor con la naturaleza y menos hacinamiento prolongaban un poco más la expectativa de vida.
Hubo muchas idas y vueltas.
Lo mismo en la altura, que tampoco tuvo una evolución lineal. En cualquier caso, lo que los transhumanistas dicen es que por fin vamos a poder llevar el cambio. Básicamente lo que postulan son cuatro emancipaciones del cuerpo. La primera sería la somática, por la cual la esencia no la define nuestro cuerpo, y entonces modificarlo mediante el concurso de las tecnologías, la nanotecnología, la biotecnología, la infotecnología, la conexión inmediata con internet, o la cyborización, que sería la incorporación de artefactos a la propia biología, en una especie de colonización del cuerpo por parte de lo tecnológico. Esa liberación morfológica o somática podría seguirse con la liberación cognitiva o afectiva, que sería la potenciación de las capacidades cognitivas más allá de los límites de la especie, pensando en la supermemoria, la supercreatividad o una mayor capacidad de análisis, lo que podría conseguirse por medios farmacológicos o por estimulación transcraneal profunda, o por medios que todavía no conocemos.
¿Y las otras?
Luego hay un capítulo para mí bastante interesante en todo lo que ellos plantean como el mejoramiento moral, que sería el trabajo sobre las predisposiciones tecnológicas que de algún modo nos invitan a las conductas prosociales. Hablan de potenciar la empatía, por medios químicos u otros, y existe la hipótesis de que una persona más empática tiene más razones para ejercer actos prosociales. Tendríamos, entonces, una liberación somática y otra cognitivo afectiva, y luego habría una liberación reproductiva sexual, que tiene dos caras. La primera es liberar la reproducción del acto sexual y la otra es liberar la sexualidad de la reproducción. No son hipótesis exclusivas del transhumanismo pero las hace propias. La idea de fondo en esto de liberar la reproducción de la sexualidad es, de nuevo, la eficiencia o el mejoramiento.
¿Cómo sería?
Un transhumanista entiende que la forma habitual de reproducción de los mamíferos es muy ineficiente. El argumento diría que los días en que la mujer es fértil son pocos, no más de dos, y que un espermatozoide en el tracto puede vivir tres días, lo cual da un lapso fuera del cual una mujer no puede quedar embarazada. Si a eso se suma que hoy las parejas se casan más grandes, y que además se ha observado, y las causas son bastante oscuras, un decrecimiento del número de espermatozoides móviles en la mayor parte de los seres humanos varones, desde principio de siglo hasta ahora, eso hace que la reproducción sea ineficiente. Y se suma otra cosa, que son los riesgos, los riesgos de tener un hijo que no esté a la altura de los deseos del padre, que tenga una enfermedad genética o congénita, o que tenga alguna característica indeseada, y al mismo tiempo el costo que implica que la mujer, cuando está embarazada, no está inmersa en el mundo laboral. Mezclando todo esto, el futuro de la reproducción humana es la ectogénesis. Fecundación in vitro, obtención de embriones específicamente seleccionados y monitoreo permanente de la embriogénesis.
Se da ya en animales.
No desde etapas iniciales, porque todavía no se ha logrado producir placenta a partir de células pluripotenciales.
El otro día leí que un cordero…
Sí, pero son corderos en las fases más iniciales del desarrollo en placenta, que luego se llevan a la incubadora. O que yo sepa. Por ahí me falta información. No se ha logrado desde la fecundación. Me parece que no se va a conseguir por medios externos. Creo que es más fácil construir potenciales placentas. Pero es una discusión técnica. En cualquier caso, lo que hay es una eficientización del proceso de reproducción humana. Y ahí cabe la pregunta de qué tipo de relación puede tener una persona con un hijo que fue criado según los propios deseos, elegido, monitoreado y controlado. Ciertamente siempre será la relación entre un padre y un hijo, pero uno puede preguntarse si es igual.
O cuánto influye la formación de los propios padres. La simbiosis no es inocua. Para bien y para mal.
Ahí estaría todo el tema del primer contacto del niño con el útero materno, con el intercambio hormonal y esa presencia que empieza a desarrollarse. Ciertamente no podemos decir que luego no tenga influencia en el desarrollo biológico. Pero en el fondo, y esta idea la desarrolla Michael Sandel, un filósofo de la Universidad de Harvard, que me parece un tipo muy interesante y tiene un libro que se llama The Case against Perfection, algo así como “el Juicio contra la Perfección”. Dice que en una relación materno filial o paterno filial hay algo que es la incondicionalidad, y es que te voy a aceptar porque sos mi hijo, no porque sos el mejor ejemplar posible.
Y que no importan los defectos que tengas.
No, te voy a querer igual. Creo que eso puede verse comprometido, si tengo una relación donde a mi hijo lo elegí. Volviendo al ejemplo, si yo elegí que no tenga alergia y a los dos años estornuda, ¿qué pasó? ¿Lo devuelvo?
Se tiende hacia la homogeneización de la sociedad.
Las cosas que nos resultan atractivas en general son parecidas. Un peligro posible de esto es que suceda como cuando se pusieron de moda las primeras cirugías estéticas, por lo menos en Argentina a fines de los ochenta, cuando todas las mujeres eran iguales. Un riesgo sería la homogeneización de los seres humanos por pérdida de la diversidad del pool genético. Y otro sería la constitución de castas. La casta de aquellos que han sido modificados genéticamente para ocupar cargos de gobiernos y ejercer la autoridad.
El libre albedrío desaparece.
La capacidad de poder se ve amenazada.
Si vamos a tener seres humanos mejores, se supone que ellos son los que van a dirigir en todos los ámbitos.
En general, hay distintas líneas cuando se hacen críticas al transhumanismo. La mayor sensibilidad se da hacia lo que llamaría críticas que vienen por izquierda. Lo he visto en varios congresos en distintos lugares del mundo. Las críticas que tienen mejor recepción en la sensibilidad contemporánea son esas, las que dicen que ojo, que ya vivimos en un mundo suficientemente inequitativo. He visto con dolor desplomarse la educación pública en Argentina en los últimos veinte años. Trabajo en una universidad privada donde tenemos algunos chicos becados que vienen de colegios públicos, y la diferencia entre el chico que viene de un colegio público y uno privado se ha acentuado mucho. Un chico que va a un colegio bilingüe, que desde los siete años está rodeado de un ejército de profesores a la mañana y a la tarde, contra otro, pobre, que tiene educación simple, en la que en Argentina hay, además, muchos temas sindicales mal manejados, con paros docentes y muy poca carga horaria y calendarios educativos que no se cumplen. Eso da una diferencia muy grande. Si a eso pudiéramos sumar que los padres modificaran genéticamente a sus hijos a fin de hacerlos o más inteligentes o de darles características que en otro tiempo se consideraban valiosas, como la altura. Está bastante atestiguado que la gente alta tiene mejores índices de éxito económico y laboral.
¿Es viable que se llegue a un tipo de sociedad de esas características? Llegar a esa situación en la que vamos a ser medio hombres, medio robots. ¿Es moralmente aceptable?
Creo que una de las lecciones de la pandemia fue que la futuroscopía es muy compleja, o prácticamente inútil. Es muy difícil ver qué es lo que de hecho va a pasar. Siempre les digo a mis alumnos que, hasta donde sabemos, un solo tipo habló de la posibilidad de la pandemia. Nadie le dio bolilla y nos agarró a todos inermes. Nunca en mi vida supuse que se iba a resucitar el miedo a una guerra termonuclear, como existía con la Guerra Fría. Es un miedo que había quedado sepultado, y hoy la guerra de Ucrania nos pone a todos otra vez frente a eso. Era impensable que dijésemos que ojalá hoy Putin tenga un buen día. Y hoy estamos en esa. Es muy difícil hacer futuroscopía, porque el ser humano es libre y el futuro es contingente, y fundamentalmente porque en términos filosóficos el futuro no existe. Lo que no existe no puede ser conocido, y como no es conocido lo que puedo ver son tendencias.
¿Cómo se van a cristalizar esas tendencias?
Con el concurso de la actividad libre de los humanos, de la resistencia al ambiente, de los eventos imponderables e impredecibles, los llamados “cisnes negros”. Es muy difícil saberlo. Pero creo que es muy interesante empezar a plantearnos preguntas, decir que si seguimos en esta línea el riesgo es este, plantearnos si lo queremos correr o no y hablar de estos temas abiertamente. Pongo un ejemplo. Cuando un transhumanista dice que un padre tiene la obligación de tener al mejor hijo posible, porque un hijo no pidió nacer y entonces tengo la obligación de pagarle el mejor colegio que pueda, la mejor nutrición, las mejores amistades, y modificarlo genéticamente, si está en mis manos. Uno puede compartirlo o no, pero es entendible. La contracara de este culto a las capacidades humanas, y está sucediendo en muchos países del mundo, es la eliminación del vulnerable y el discapacitado. En Inglaterra, por ejemplo, el Estado no cubre los tratamientos de chicos discapacitados porque se alega que con el diagnóstico prenatal tenías la posibilidad de abortarlo. No me pidas a mí que pague con mis impuestos tu intención de tener un hijo discapacitado. El culto de las capacidades, que es muy propiamente humano, también tiene, como carga negativa y que me llena de vergüenza y espanto, que muchas veces eso significa un certificado de aptitud para la existencia. Se está viendo en Argentina, sobre todo en las clases medias y altas, la prácticamente desaparición de chicos con síndrome de Down.
Se hacen estudios y no se tienen los hijos.
Exactamente. El razonamiento implícito es que no se condice con mis estándares cognitivos, o estéticos, o ambos, y entonces elijo no tener ese hijo.
También está el tema de qué pasa con ese chico en esta sociedad después de que yo no esté.
Sí, pero evitar un mal evitando un nacimiento es bravo. Es un tema muy sensible para mí, porque conozco chicos con síndrome de Down y no me puedo convencer de que no sean pares míos. Todo este culto a las capacidades muchas veces tiene, como rostro negativo, que la valoración de los seres humanos tiene que ver con el “tanto puedes, tanto vales”, y eso me parece inhumano, porque somos una especie que siempre se hizo cargo del vulnerable.
La cuestión del nacimiento puede llevar a que mañana los padres puedan no tener ningún rol que jugar.
Algunos estipulan que hay una especie de relación entre las intenciones más profundas del transhumanismo que tienen que ver con la inmortalidad, y, ellos dicen, sobre todo con la baja de la natalidad. Hay un teólogo brasileño que se llama Eduardo Cruz, que profesionalmente se dedicó a la física y tardíamente se cambió al ámbito teológico, que actualmente está en la Universidad Pontificia de San Pablo. Tiene muchos escritos con investigaciones muy largas sobre transhumanistas intentando ver qué afirmaciones tienen sobre el tema de la natalidad, los nacimientos y las familias. Descubrió que en la literatura transhumanista es un tema que está prácticamente ausente. Algunos insinúan que es medio inevitable que si somos sociedades de hombres más longevos seamos también sociedades de hombres menos fecundos, sobre todo viendo lo que se observa en los países nórdicos, donde la gente vive más pero tiene menos hijos. Si esa curva se mantiene en el tiempo va a llegar un momento, dicen algunos, en que seremos una sociedad de hombres hiperlongevos pero no fecundos, y que entonces, por entidades empresariales o por el Estado mismo, se producirán seres humanos de recambio.
También la situación económica influye en términos de mayor o menor natalidad.
Sí, y no. Porque los países que más reproducción tienen son los africanos. Me parece que es al revés.
Las clases medias quieren pocos hijos para poder darles las cosas que consideran necesarias. Hay que ser muy valiente para tener siete hijos.
(Risas). Salen así las cosas.
No necesariamente la idea de mayor o menor fecundidad radica en la cuestión de la longevidad.
No creo que sea una cosa monocausal, de ninguna manera. Creo que es un fenómeno que tiene múltiples aristas. Muchas tienen que ver con lo económico, con las expectativas económicas que uno tiene para con su familia. Pero creo, sí, que el tema de la prolongación de la vida y del sueño de una transcendencia o de un “no morir” de algún modo está reñido con la idea de trascender a través de los hijos. Nick Bostrom, un transhumanista sueco de Oxford, tiene un escrito muy lindo que se llama “La fábula del dragón-tirano”, donde dice que el dragón es la muerte que todos los días viene sobre la Tierra y se lleva a cientos de miles de personas, y que nos acostumbramos a eso porque siempre lo consideramos un dragón invencible, creando aparatos ideológicos que justificaran lo que hace, de preparación, de sistemas de pensiones, sin nunca animarnos a darle muerte a ese dragón. Apurándonos, como sabemos que vamos a morir, a casarnos antes y a tener más hijos. Está la idea de que, sabiendo que voy a morir, tengo ganas de dejar algo o alguien que haga que mi vida haya valido la pena.
La trascendencia es parte de la naturaleza humana. Los hijos son una forma de hacerlo.
Sí, y es una forma de trascendencia que no tiene parangón con otras. La vinculación y la demanda de la que es capaz un niño no tiene comparación con otro tipo de relaciones humanas. Creo que eso da lugar a las mayores muestras de altruismo en la conducta humana, y en ese sentido me parece una realidad humana irremplazable. Si me preguntás qué discusión del transhumanismo me parece interesante, te digo que es la pregunta sobre qué rol le vamos a dar a la maternidad y la paternidad.
O la vida eterna.
También. Es otro gran tema, la inmortalidad. En esto para los transhumanistas hay dos líneas de…
Dentro del transhumanismo hay diferentes corrientes. ¿Hay ideólogos fuertes? ¿Y qué tan fuerte es el movimiento a nivel internacional?
Sigue siendo una cuestión sobre todo académica. Hay distintos centros de pensamiento transhumanista, algunos en la costa este de Estados Unidos, otros en Inglaterra, sobre todo en Oxford, donde está el Instituto para el Futuro de la Humanidad. A mi juicio hay autores muy interesantes, como Bostrom, el filósofo sueco, un transhumanista muy entusiasta al principio y que hoy tiene una visión con muchos más recaudos. Hablando sobre inteligencia artificial, por ejemplo, dice que somos niños jugando con una bomba y que tenemos que tener mucho cuidado. Está revisando un poco sus supuestos tan optimistas. Después está Julian Savulescu, un filósofo inglés con apellido rumano. Y este, que fue discípulo de Peter Singer, no se reconoce como transhumanista sino como biomejorador, porque el transhumanista es el que cree que la especie humana va a derivar en otra, transicional, donde la colonización que lo tecnológico hace del cuerpo humano es un proceso muy manifiesto. Savulescu admite la posibilidad de mejorarnos genéticamente pero que no quisiera cambiar la especie en otra. Después hay otros como Anders Sandberg, y otros personajes más estrafalarios pero, a mi juicio, no tan relevantes. Luego hay pensadores y científicos de espíritu transhumanista, como Ray Kurtzberg, que es ingeniero de Google y un gurú en el desarrollo de la inteligencia artificial, que predijo con mucho nivel de exactitud muchos desarrollos científicos que se han dado a lo largo de la historia.
Es un tipo al que hay que escuchar cuando dice cosas.
Sus predicciones con respecto a la inteligencia artificial son conjeturas. Para él, alrededor del año 2020 íbamos a poder producir una inteligencia artificial que sea general y fuerte y sistemas de procesamiento de la información semejantes al humano, capaces de ponerse sus propios fines, seleccionar los medios, ubicarse en el espacio y obrar por razones. Luego de desarrollado, ese tipo de inteligencia artificial va a desarrollar, ella misma, un nuevo tipo de inteligencia artificial potenciándose a sí misma en una especie de curva de movimiento exponencial del desarrollo hasta producir, al alrededor del año 2050, la singularidad, una especie de explosión de la inteligencia artificial que, metafóricamente hablando, dice que será la autoconsciencia del universo a través de la inteligencia artificial, momento en el cual la humanidad, dice él, tendrá que tomar una decisión: o se acopla a ese movimiento, por ejemplo clonando las mentes humanas y subiéndolas a ese horizonte, o va hacia la desaparición de la especie. El tipo está convencido de que esto se va a dar en el tiempo. Hay algunos más proféticos y otros que ven las cosas tanteando en la oscuridad. Es un movimiento muy variado.
¿El transhumanismo tiene expresiones políticas?
Pocas. Sobre todo, está en lo académico, en elaboración y discusión. El transhumanismo tiene una cara ideológica. Y por ideología entiendo la noción de Karl Löwith, discípulo de Heidegger, que decía que las ideologías son filosofías de proyección política que se dan en el ámbito delimitado por cuatro tesis. La primera sería el espíritu prometeico, la idea de que el ser humano va a alcanzar su verdadera dimensión emancipándose de Dios, cuando seremos autores de nuestro propio destino. Esto es propio de la dialéctica marxista. Este combate a Dios da lugar a una segunda tesis, que es la que filosofía se transforma en praxis, y acá volvemos a la tesis de Marx sobre Feuerbach de que los filósofos se han encargado de interpretar el mundo…
Y de que lo que se trata ahora es de transformarlo.
Y se trata de transformarlo porque en el fondo no ha sido pensado por nadie y no tiene diseño ni sentido. El primer sentido que va a tener va a ser el que nosotros le pongamos con nuestra acción revolucionaria, que va a aplicar la tecnología sobre el cuerpo humano para producir la sociedad sin clases y el paraíso terrenal de los transhumanistas, la nueva especie de ser humano. Me parece que es un aggiornamento científicamente adaptado de un esquema de pensamiento ideológico. Obviamente tiene muchas cosas distintas, como que no hay un cuerpo doctrinario, o que los transhumanistas no son violentos. Pero tiene ese esquema mental de filosofía como praxis, y de escatología intramundana, es decir, vamos a un paraíso terrenal en la historia. Pero del otro lado del transhumanismo también hay un foro de discusión. Son las dos cosas, es una especie de dios Jano, por un lado, cargado de optimismo y promesas y que por otro advierte que no sabemos hasta qué punto sigue esto.
No es un dilema sencillo.
Fijate que la pregunta de los transhumanistas no es fácil de contestar. Si me preguntan si me gustaría cambiar mi propio cuerpo, diría que en algunas cosas sí, por cosas bastante obvias. Pero si me pongo a pensar en si me gustaría cambiar radicalmente mi cuerpo, entonces esta pregunta se transforma en si me gustaría cambiar radicalmente todo aquello que depende de mi cuerpo, y eso ya pasa a ser una cuestión de si te gustaría cambiar todo. Y ahí ya no contestaría que sí, sino que depende de a qué costo, con qué riesgos. Creo que estamos en ese momento en el cual estamos pensando cosas que se van a dar de un modo necesario, aunque nos opongamos, y otras que no se van a dar nunca, pero sobre todo es interesante que nos obligan a preguntarnos qué queremos conservar de lo que somos. ¿Qué es valioso?
¿Cómo se para la religión frente al transhumanismo?
Yo soy católico, y no puedo negar un espíritu cristiano, del que no me puedo disociar. Sin embargo, soy un filósofo académico, y cuando escribo me esfuerzo por intentar no usar argumentos que dependan de la fe. A veces se consigue más o se consigue menos, pero uno tiene que ser honesto. Hay distintas posiciones. Una es fuertemente reactiva, contra el transhumanismo en tanto entiende que es jugar a ser Dios.
Una visión ortodoxa.
Sí, y a veces un poco exagerada. Entiendo que Dios le dio al hombre el mandato de domesticar la creación y administrarla. Mientras que para los griegos la hybris, o la desmesura, ocurría cuando el ser humano quería hacer cosas que solo estaban permitidas a los dioses, y hay muchas historias de castigos divinos por eso, en la tradición judeocristiana tenemos la obligación de transformar al mundo, y dentro del mundo está nuestra naturaleza. No veo con tanta claridad que modificar nuestra propia tecnología sea, de suyo, algo reñido con la fe. Luego hay que preguntarse qué modificar, a qué costo, con qué medios, con qué fin.
¿Y las otras religiones cómo se plantan?
Después hay transhumanistas cristianos que en el fondo hacen visiones más heterodoxas. Hay autores que vinculan el pensamiento de Teilhard de Chardin con el transhumanismo, un teólogo jesuita que venía del ámbito de la tecnología y que hace una lectura teológica de la teoría de la evolución. Simplificándolo, lo que dice es que el espíritu de Dios se encuentra debajo del movimiento evolutivo, que lleva la materia a la vida, a la vida inteligente y al desarrollo de la tecnología, que va a producir una especie de inteligencia artificial que él llama “noósfera”, una especie de inteligencia global que todo lo abarca, y que luego de eso vendrá la segunda venida de Cristo y la culminación de los tiempos. Algunos autores transhumanistas cristianos dicen que es inevitable la ciborgización del ser humano, o la clonación, y que detrás de ese movimiento evolutivo estaría Dios mismo, llevando a la redención. Me parece una interpretación que termina siendo un cristianismo no tan cristiano y un transhumanismo no tan transhumanista. Me da la sensación que me daba la teoría de la liberación cuando era joven, que terminaba siendo un marxismo muy diluido, un cristianismo con falsas componendas. No me resultan tan simpáticas. Aunque tampoco iría a una crítica en bloque al transhumanismo. Creo que la discusión es muy rica en matices, muy compleja. Y dentro del pensamiento transhumanista, hubo una compulsa en el año 2018 donde se preguntó cuántos tenían algún tipo de fe religiosa, de lo que resultó que el 75% son agnósticos o ateos, mientras que el 25% se reconoce creyente de algún credo religioso. Creo que tomando el transhumanismo como biomejoramiento y sin alterar los límites de la naturaleza humana sería compatible con alguna visión religiosa.
Que sean agnósticos o ateos tiene sentido.
Es como más lógico. Es más esperable que la mayoría de los transhumanistas depositen en los adelantos técnicos expectativas y esperanzas que uno, como religioso, muchas veces deja de lado.
El religioso tiene expectativas en otras cosas.
En la trascendencia. Ray Kurtzberg va un poco en ese camino. Dice que su problema es la muerte y que va a hacer lo que haga falta para no morir. Y agrega que toma ciento veinte fármacos al día para detener el proceso de envejecimiento, y que si hace falta hacerse un ciborg lo va a hacer, porque no quiere desaparecer. Está esa no aceptación de la finitud.
¿Hay riesgo de que el transhumanismo se mercantilice?
Me parece que sí, que todo lo que sean técnicas de mejoramiento son un mercado. Pensá en toda la discusión teórica entre terapia y mejoramiento, y si es lícita o no la utilización de la medicina para…
El marcapasos, por ejemplo. Te meten un aparatito, ya no sos todo humano.
Exacto. Ese es el tema de que las fronteras son difusas. Las fronteras entre la terapia y el mejoramiento, o entre lo biológico y lo tecnológico, están interpenetradas en el caso del ser humano. Un marcapasos es un clarísimo ejemplo, o las dentaduras postizas y las prótesis. Sería absurdo decir que una persona con prótesis en las piernas ha dejado de ser un ser humano. Los límites son difusos, pero eso no significa que no existan y que no haya que discutirlos. No da lo mismo reemplazarle los brazos a una persona que intervenir su cerebro. Es un asunto mucho más delicado, donde el tema de la mercantilización está presente.
El mejoramiento o la terapia es otra cosa.
El tema de la terapia es bastante claro. La terapia busca restituirle a una persona la salud o las capacidades que le corresponden. El mejoramiento es potenciar las capacidades naturales más allá de lo que naturalmente era esperable. En ese sentido también hay algunos límites difusos. El típico ejemplo que ponen los transhumanistas es el tema de la utilización de las vacunas. ¿Una vacuna es terapia o mejoramiento? En realidad, no es terapia, porque no es que el tipo está enfermo.
Es prevención.
Pero la prevención es un potenciamiento del sistema inmune. Es un mejoramiento. Por otro lado, podríamos decir que el café es un mejorador de la capacidad de foco. Y el alcohol es un lubricante social. Ya estamos mejorando nuestras capacidades naturales con el concurso de la tecnología. El transhumanismo nos obliga a ser conscientes de que no podemos prescindir de la tecnología, porque forma parte de lo que somos, pero que tampoco nos podemos vender a ella. Hay un proceso de negociación en el cual el ser humano utiliza la tecnología, un instrumento que genera condiciones de vida a las cuales nos debemos adaptar. En ese proceso tiene que haber una negociación inteligente.
Está el tema de los chips implantados.
Con respecto al tema de los chips, Yuval Harari, que es un tipo que…
¿Sos hincha de Harari?
Haciendo una especie de confesión, tengo amigos que vienen más del palo de la derecha que lo detestan. Creo que es un tipo muy inteligente. La semana pasada estuve con un rabino que compartió con él una cátedra en la Universidad de Jerusalén, y me dijo que era un historiador bueno, aunque no especialmente descollante, hasta que escribió un libro de divulgación. Resulta que escribe tan bien que le dijeron que dejara de dar clases y se dedicara a escribir. Encontró un nicho en dar grandes explicaciones históricas. Los seres humanos somos contadores de historias, y nos gusta que nos cuenten historias. Eso nos define. Desde acostar a los chicos contándoles un cuento.
Desde Adán y Eva hasta el arca de Noé.
O peronismo. Hay relatos de todo tipo. Te lo digo porque lo sufro en primera persona. Él descubrió ese nicho en hacer grandes visiones históricas y ocupar un lugar que antes habían ocupado otros intelectuales, que estaba medio vacío, porque nadie se animaba a hacer ese tipo de cosas. Por fuerza una visión tan amplia es muy simplificadora. Es un tipo que a veces tiene sus errores de supersimplificación, en apreciaciones sobre la filosofía y la teología. Tengo mis reparos. En algunas cosas es un materialista muy duro.
¿No es la vulgarización de la historia para que la gente la comprenda?
En cierto sentido, sí; pero no sé si de suyo eso es malo. No sé si la historia no se puede simplificar hasta un punto sin falsearla. Es toda una discusión epistemológica sobre lo que es la divulgación de la ciencia. ¿La ciencia puede divulgarse? Creo que, si uno tiene honestidad intelectual, si expone sus fuentes y de alguna manera muestra los marcos de interpretación, no me parce que de suyo sea algo criticable. Por otro lado, le reconozco el mérito de haberse anticipado bastante bien a esto de la pandemia, en una entrevista en 2018, cuando dijo que llevábamos bastante tiempo de tranquilidad. La humanidad nunca soportó cincuenta años sin grandes guerras, y anticipó que algo se estaba tejiendo. No sé si tenía en mente la pandemia. Hay ciclos históricos. Luego vino la pandemia y ahora la crisis de Ucrania. Nos habíamos malacostumbrado a la prosperidad y la paz.
La paz se quiebra en Europa. En el resto del mundo siempre hubo guerras locales. En África y Asia no importa.
De acuerdo.
Nos preocupa Europa. Está el tema nuclear de por medio, sí, que es algo distinto.
Sí, está ese riesgo que no tenían otros conflictos. Pero coincido que hay matanzas de millones de personas en Uganda, absolutamente escandalosas y con el silencio del mundo occidental. Es parte de las cosas que nos van a dar vergüenza.
¿No estamos siendo ya rehenes de la tecnología? Uno de los planteos del transhumanismo es que nos vamos a volver máquinas.
La tecnología se va metiendo en los ambientes, sí. Se invisibiliza, se naturaliza y pasa a formar parte del contexto vital y uno la vive como una extensión de su propio cuerpo y sus capacidades. Tenemos con ella una relación instrumental, y a veces orgánica. Una de mis hijas gastó sus ahorros de un año para comprar un celular.
¿En qué fallaste?
Si fuera solo eso, estaría tranquilo… Siempre es culpa de uno. Por eso los argentinos somos muy freudianos. Los ahorros de un año en un celular. Tiene veintidós, está estudiando economía y le va muy bien. De mis siete hijos es la más intelectual. Pero es que no es solo un instrumento. Su vida social pasa por el celular, la incorporación de información. Estudia para la facultad desde el celular. Se ha hecho como una extensión. Es un instrumento muy poderoso, pero también implica un riesgo muy grande. El riesgo para mí tiene que ver con la alienación.
Concepto marxista, si los hay.
También, aunque en realidad el concepto es de Feuberbach, que es el primero que habla de alienación religiosa en un sentido filosófico. Después Marx le da otra connotación. El alienado es el que está fuera de sí. Creo que la tecnología puede alienar y aislar al ser humano. El Quijote, por ejemplo, cuando se empieza a explicar por qué está loco y se dice que se le secó el cerebro por leer libros de caballería. Podría pasarme a mí, perfectamente. La tecnología potencia ese tipo de riesgos. Hay un autor que recomiendo mucho, que se llama Alfredo Marcos, un filósofo de la Universidad de Valladolid, que tiene un artículo muy lindo que se llama “Silencio tecnológico”. Dice que cada tanto tenemos que lograr islas de soledad y de señorío sobre la tecnología, desprendiéndonos del celular en determinados momentos o usando la bicicleta en lugar del auto, o prender la estufa a leña en lugar de la calefacción. Yo tengo chimenea, y es increíble el atractivo que todavía hoy ejerce el fuego.
Es un atractivo muy ancestral, en los niños y en todos.
Y además es una lógica distinta, porque el fuego permanentemente está consumiendo cosas, y lo tenés que avivar para que no se apague. Hay riesgo, incertidumbre, disfrute, todo junto, cuando en realidad la lógica de la tecnología es la de ser fácil, inmediata, barata. Alfredo Marcos dice que necesitamos ese silencio tecnológico, y pone como ejemplo, también, el senderismo, el ir al bosque a caminar, el ir a acampar. En el fondo implica volver a sentirse pequeño, vulnerable, sentir la incertidumbre, mirar el cielo y preguntarse si lloverá. Como especie nos viene bien probar nuestra pequeñez frente a la naturaleza. Y en ese sentido la tecnología crea falsas sensaciones de realidad. Es un mundo donde todo está a la mano, donde todo es modificable, donde todo se ajusta y donde no hay otros.
El mundo de la inmediatez. Todo tiene que ser ya, la satisfacción del deseo. Y no se quiere la frustración.
Los ritmos humanos no son los mismos que los de la tecnología. La tecnología tiene un ritmo de inmediatez y de renovación de sí misma que es mucho más rápido que la capacidad humana de adaptación. Ahí empieza a haber un divorcio. Con el tema de la educación por Zoom vi el divorcio entre los viejos a los que no les gustaba dar una clase por cámara, entre los cuales me encuentro, y los otros que decían que tenemos que adaptarnos al ritmo. Es un poco peligroso, porque la psicología humana no puede adaptarse tan rápido a la tecnología. Vamos a terminar quebrando a los seres humanos para adaptarnos a un contexto y luego inmediatamente a otro, al ritmo en que reemplazamos el software. El ser humano, al igual que cualquier organismo humano, es una simbiosis y un equilibrio entre aspectos dinámicos y estables. Si no es dinámico, se muere, porque todo el tiempo estamos reconstruyéndonos. Pero al mismo tiempo tiene que haber estabilidad, porque un crecimiento desordenado es un cáncer. El ser humano tiene una estructura psicológica que por un lado requiere inmediatez y por otro recuerdo, profundidad, vínculo. Muchas veces la tecnología impone una visión de la identidad humana muy al modelo tecnológico, con identidades volátiles, cambiantes, fluctuantes, y eso me parece peligroso en términos psicológicos. No creo que el ser humano pueda vivir identidades múltiples a lo largo del tiempo sin sacrificar su propia unidad del yo. El yo no es multiplicable. Somos diversos y cambiamos en el tiempo, pero hay márgenes para ese tipo de cambio. Una multiplicación excesiva del yo se llama esquizofrenia. Plantear que las identidades humanas no tienen nada que ver con lo biológico y lo físico y que dependo absolutamente de mi autopercepción y que puedo vivir sucesivas identidades fluidas es una idea que va a salir cara en términos psicológicos, que le va a hacer daño a mucha gente. La naturaleza es parca en sus dones, nos da unas cosas y no nos da muchas otras.
Y muy diversa.
Cuando sabés qué podés explotar, cuál es tu originalidad, qué le podés aportar al mundo o qué no te va a salir nunca… La verdad es que nunca voy a poder jugar como Roger Federer, por más que me encante el tenis. La tecnología da una falsa sensación de que todo está en nuestras manos, y no es así. Una de las dificultades que nos presenta la tecnología es que nos plantea desafíos evolutivos que no enfrentamos antes como especie. La abundancia, por ejemplo. Nunca fuimos una especie que abriera la heladera y tuviera alimentos a cualquier hora del día, o que no tuviera que desplazarse para conseguirlos. O que no sufriera ningún dolor a lo largo del día. La no necesidad de movernos, la presencia de analgésicos que impiden el más mínimo dolor, y al mismo tiempo la sobreabundancia de estímulos placenteros que tenemos, todo eso hubiera sido absolutamente insospechado antes. La crisis de los opioides en Estados Unidos, con el fentanilo, puso sobre la mesa que hay sustancias con una capacidad adictiva tal que cambian el perfil del adicto. Hubo una política demasiado permisiva para la utilización del fentanilo como terapia después de las operaciones, y el adicto pasó a ser un tipo de clase media que tuvo la mala suerte de probar este tipo de sustancias, cuya sensación de placer es cien veces más poderosa que la de un orgasmo. ¿Cómo negociamos con eso? ¿Regulamos la droga y que cada uno elija lo que quiera? ¿O restringimos el acceso?
Es un tema ese.
¿Qué argumentan quienes promueven el acceso? ¿En qué profesiones médicas se da la mayor cantidad de adicciones? Anestesistas y psiquiatras. ¿Un anestesista no sabe lo que hace el fentanilo o un psiquiatra lo que produce un psicotrópico? Lo sabe perfectamente, pero lo tiene al alcance de la mano. El tema de la disponibilidad de elementos que causan placer es un desafío para el cual tenemos que educar a las personas.
Tampoco la otra política ha tenido mucho éxito.
Hay dos extremos que hay que evitar. En Estados Unidos el debate está más marcado y, por un lado, está la guerra contra las drogas; y, por otro, está la crisis de los opioides, de la cual se habla muy poco, pero que fue tan grave en Estados Unidos que llegó al punto que superó al SIDA. Y después de la pandemia creció el consumo de sustancias y de alcohol. Es un problema que estamos subestimando. No creo que la prohibición sea la mejor salida, pero me parece que una política demasiado liberal, donde cada uno se regule, es muy peligrosa, con el poder que tienen hoy las sustancias. Creo que la salida es mucho más compleja e implica que cada sociedad tenga los medios para desalentar el uso problemático.
En el fondo es un tema educativo y de formación.
Sí, del autocontrol. ¿Hoy a los jóvenes se les habla de autocontrol? No se hace. Y eso es algo que necesitamos todos, en cualquier profesión o sistema de creencias. El tema del autocontrol y la capacidad de resistir la frustración.
O la necesidad de estímulos para divertirnos.
Detrás de la industria de las drogas, legales o ilegales, hay intereses económicos enormes. El 80% del alcohol que se consume lo consume el 20% de los consumidores, que son consumidores diarios, y en ese porcentaje tenés a los alcohólicos, que son poquitos. ¿Pero cómo se asegura la industria un consumidor diario? Iniciándolo tempranamente. Cuanto más rápido empiecen a consumir alcohol o cannabis, y eso está estudiado con exactitud, mucho mayor es la posibilidad de que ese consumo se haga problemático y diario. Tenemos agendas morales muy instaladas, que pueden ser muy valiosas, como la ecológica, que está alejada en el tiempo, o como la de género, que es importante pero afecta a pocas personas. Mientras tanto estamos mirando para otro lado con este problemón.

Que el género afecta a pocas personas es relativo, cuando hablamos de que la mitad de la población mundial son mujeres.

Me refería a cuestiones de identidad de género, en concreto a las identidades trans, un grupo minoritario. Las cuestiones de inequidad de género por supuesto que deben ser enfrentadas. Pero me refiero a que tenemos sensibilidad para determinados problemas morales y nos falta frente a otros. Todos los problemas morales que tienen que ver con la incapacidad de lidiar con la administración del placer son un tema que nos estamos comiendo. No figura en la agenda.

¿El tema tecnológico se puede regular? ¿Es un aliado o somos esclavos? ¿Cómo lo ves con tus alumnos?

Yo doy filosofía, y en filosofía hay que encadenar los argumentos. Si me hacés una pregunta, intento seguir una secuencia lógica, de forma tal de mostrarte lo que yo veo. Pero eso requiere de tu parte una atención sostenida en el tiempo, que implica habilidades cognitivas absolutamente distintas a estar mirando TikTok, que es lo que hacen mis alumnos en clase. Y no me puedo aprovechar de esa herramienta para dar una clase de filosofía porque son capacidades cognitivas, en cierto sentido, incongruentes. Lo que necesito es que me presten atención, que sigan el razonamiento y que en todo caso levanten la mano y me digan que no están de acuerdo, para que yo diga: “Por fin tengo a alguien vivo adelante”. No veo tan sencillo el tema de utilizar estas herramientas como aliadas en clase. El alumno en general es inércico y, salvo algunos que realmente tienen el afán de saber, muchos de ellos tienen una visión instrumental. Quieren saber lo que precisan en el examen para salir del paso. La capacidad de acceso a información que permiten los dispositivos electrónicos es monumental. Pero me pregunto si esa capacidad de acceso instantánea a cualquier cosa ha dado en la cultura colectiva un salto cualitativo en el conocimiento y la sabiduría con respecto a veinte años atrás. Hace treinta años uno tenía que ir a una biblioteca a buscar un libro. Hoy se hace con una aplicación, todo el mundo tiene un celular en la mano y hay acceso a lo que sea. ¿Eso nos ha hecho una especie más culta? Me parece que no. No alcanza el acceso a la información. Es maravilloso, sí. Las predicciones más optimistas de la década de los noventa planteaban que cuando el acceso a la tecnología fuese para todos iba a llegar hasta el África subsahariana, y que cualquier persona en cualquier lugar del mundo iba a estudiar. Hoy en el África subsahariana hay un celular y medio por persona y se sigue viviendo en situaciones de pobreza y marginalidad espantosas. No creo que la tecnología sea suficiente por sí misma.

¿Por qué en los últimos años se ha popularizado tanto la filosofía? Ahora los filósofos son mediáticos. ¿Es un avance en la sociedad?

No lo puedo decir yo, que soy juez y parte, porque sería deshonesto. Creo que, en lo inmediato, en lo coyuntural, lo que vi fue que la pandemia nos sacudió profundamente. Lo noté con mis alumnos, sobre todo ese año que estuvimos encerrados. Di clases como hacía muchos años no daba. En el fondo, planteo cuestiones de sentido. Qué sentido tiene lo que estás haciendo, para qué te estás preparando. Doy clases en medicina, a gente especialmente conmovida por el dolor de haber tenido que haber presenciado en muchos casos la muerte de seres queridos y la incertidumbre del futuro. En esas circunstancias, creo que la filosofía puede ofrecer respuestas y demostrar que no todas las respuestas son igualmente buenas. Por otro lado, creo que la filosofía académica se ha transformado en algo muy aburrido y los filósofos buscamos ámbitos en los cuales podamos ejercer con más libertad el pensamiento. Por ejemplo, si yo escribo un paper académico, no lo lee literalmente ni mi mamá, porque se transforma en algo árido. Inútilmente sofisticado, y en los espacios de divulgación filosófica uno puede exponer con mayor libertad grandes tesis. Hay una generación de filósofos que no tienen miedo de divulgar lo que saben y de exponerse a que los critiquen. Y después hay mucho filósofo que sabe lo que hay que decir, qué valores están de moda y se hacen filósofos oficiales. Hoy la filosofía feminista se ha transformado en mainstream y en algunos casos en discurso oficial. También la ecología y la diversidad.

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Alfredo Garcia Nació en Montevideo el 9 de agosto de 1954. Es Licenciado en Historia por la Universidad de Estocolmo, Suecia; que fue su lugar de residencia entre 1975 y 1983. Hizo un postgrado en Marketing y realizó los cursos del Master de Marketing en la Universidad Católica de Montevideo. Trabajó durante veinte años en la industria farmacéutica en el área privada. Su labor como periodista comenzó en los semanarios Opinar y Opción a principios de los ochenta. Participó en 1984 en el periódico Cinco Días clausurado por la dictadura. Miembro del grupo fundador del diario La Hora, integró luego el staff de los semanarios Las Bases y Mate Amargo. Escribió también en las revistas Mediomundo y Latitud 3035. Es el impulsor y Redactor Responsable del Semanario Voces. Publicó el libro Voces junto con Jorge Lauro en el año 2006 y el libro PEPE Coloquios en el año 2009. En el año 2012 publica con Rodolfo Ungerfeld: Ciencia.uy- Charlas con investigadores. En 2014 publica el libro Charlas con Pedro y en 2019 Once Rounds con Lacalle Pou. Todos editados por Editorial Fin de Siglo.