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Mi problema con la geopolítica por Hoenir Sarthou

Mi problema con la geopolítica por Hoenir Sarthou
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Cada vez que leo análisis de política internacional, incluso muchos estudios geopolíticos académicos, ni hablar de los que difunden los medios de comunicación, tengo la misma sensación de cuando leía cuentos infantiles, llenos de ogros, brujas, princesas y príncipes encantados. Una sensación de irrealidad, de que nos contamos cuentos que fingimos creer, aunque todos sabemos que son imaginarios.
¿Qué significan hoy expresiones como “EEUU quiere”, “China planea”, “Alemania necesita”, “Rusia invade”, “Europa sanciona”, “Israel ataca”, o “Bélgica y Finlandia invierten” ¿Quién es el que realmente quiere, planea, necesita, invade, sanciona, ataca o invierte? ¿Los sistemas políticos de esos países tienen la voluntad y el poder para decidir por sí mismos esos actos?
Es posible que, en el Siglo XIX, cuando las empresas industriales y comerciales todavía se circunscribían al territorio de un Estado y dependían de algún modo de las decisiones de ese Estado, los análisis geopolíticos pudiesen hacerse en términos de “Estados” y de “intereses nacionales”. En esa época, es factible que expresiones como “EEUU quiere”, o “Inglaterra presiona”, pudieran leerse como políticas de esos Estados para defender los intereses de empresas que se radicaban en sus territorios y aportaban al trabajo y a la riqueza de sus respectivos países.
Pero hoy casi nada de eso es cierto. Pensemos en cualquiera de las grandes empresas transnacionales que conocemos. Amazon, Google, Monsanto Bayer, JP Morgan Chase, Microsoft, Coca Cola, Pfizer, Nestlé, Netflix, piensen en la que quieran, sin excluir a las empresas chinas y rusas. ¿Dónde están radicadas realmente? ¿Dónde guardan su dinero, pagan sus impuestos, fabrican sus productos y los venden? En ningún lugar y en todos. Obtienen sus materias primas donde sea fácil conseguirlas, producen donde el trabajo y los impuestos sean más baratos, venden en todo el mundo, evaden impuestos transfiriendo dinero a fundaciones que promocionan políticas y pautas culturales convenientes a sus intereses, guardan sus ganancias en paraísos fiscales y pagan impuestos -si los pagan- dónde y cuanto les convenga.
La cosa se complica aún más cuando se advierte que el capital accionario de esas empresas, y de muchas otras que sería imposible nombrar, está controlado por las mismas firmas administradoras de fondos de inversión (Vanguard Group y sus colaterales, BlackRock, State Street, Fidelity, etc.).
De modo que es fácil concluir quién dirige la economía del mundo y quién tiene el poder para influir decisivamente en las políticas de todos los Estados. Sobre todo porque esos mismos capitales, que poseen todos los bancos, financian a través de sus empresas dependientes a los organismos internacionales (ONU, OMS, FMI, Banco Mundial, BID, etc.), las campañas electorales de los candidatos de cada país, la prensa de alcance internacional, las principales universidades y una variopinta red mundial de ONGs, además de controlar a las redes sociales por medio de las empresas que las administran.
En suma, nos encontramos prácticamente ante un centro de poder global, algo así como un Estado sin territorio propio, que opera dentro de todos los Estados, y que fija políticas que se expresan por boca de todos los gobernantes, de los organismos internacionales y de los medios de comunicación. En los EEUU el hecho está admitido. Saben que un nutrido grupo de funcionarios del Estado, incluidos Presidentes y Secretarios de Estado, dependen de, y operan para, el poder económico y no de ni –ni para- su sistema político. Le llaman “Estado profundo” (Deep State) y hablan de él con la misma naturalidad con que nosotros hablamos del PIT CNT o de la Cámara de la Industria.
¿Alguien duda de que en todos los Estados hay “Estaditos profundos”, es decir políticos y funcionarios que, por interés, por miedo, o por no concebir algo mejor, operan para intereses transnacionales, ¿por lo que gran parte de las políticas estatales expresan el interés de esos grupos económicos y no el de los Estados ni el de sus pueblos?
Ante eso, buena parte del sistema político calla y sigue la corriente, sabiendo que hablar puede significar el fin de cualquier carrera política.
Veamos el caso de Uruguay. ¿De quién era el interés de plantar más de un millón de hectáreas de eucaliptus y de construir casi 300 kilómetros de vía férrea, a un costo de casi 3.000 millones de dólares, entre el puerto de Montevideo y Pueblo Centenario? ¿Quiénes necesitan dragar el puerto de Montevideo a 14 metros? ¿Por qué Uruguay pudo comprometerse a eso con UPM y con Katoen Natie sin contar con la conformidad de Argentina? ¿Por qué Argentina dio luego esa conformidad, en lugar de dragar el canal Magdalena, que reposicionaría al puerto de Buenos Aires? ¿Quién en Uruguay necesitaba hidrógeno verde producido con agua gratuita?
En los hechos, el resultado de todas esas decisiones inexplicables es que UPM controla, usa y abusa gratis de gran parte de nuestro territorio, que el grupo económico transnacional Katoen Natie- Jan de Nul, que son colaterales, tiene la llave del tráfico comercial del Río de la Plata y del Río Paraná, y que no sabemos quién terminara apoderándose y explotando nuestras aguas subterráneas.
Ante esa realidad, ¿tiene sentido seguir analizando los hechos internacionales sólo como consecuencia de choques de intereses entre Estados y regiones? La guerra Rusia-Ucrania, que ha hundido la economía europea y determinado que el agua de los acuíferos de América se use gratis para suministrar energía a Europa, ¿tiene realmente por motivo un conflicto entre Rusia y Ucrania? La masacre israelí en Gaza, el ataque previo de Hamas y las constantes provocaciones a Irán, ¿benefician al pueblo israelí, o están hundiendo a la región en la violencia para establecer otro tipo de control sobre sus riquezas?
Ojo: no estoy diciendo que interpretar la realidad sea sencillo. Al contrario, la política internacional es un complejo ajedrez (siempre lo fue, y ahora más que nunca) en el que, además de los jugadores tradicionales (los Estados y sus intereses), interviene un nuevo jugador, el poder económico, que autonomizado, sin territorio, pero con agenda propia, determina muchas jugadas en su propio beneficio.
Estudiar esa realidad es complejo, pero hay indicios que ayudan. El rumbo que toman los recursos naturales valiosos y el control de los territorios, puertos y rutas estratégicas son una buena guía.
¿Se entiende mi malestar con los análisis políticos y geopolíticos de lo internacional?
¿Cómo seguir hablando de ogros y de princesas sin mencionar a la mano que está escribiendo gran parte del cuento?

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