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«Mi venganza definitiva y absoluta» por Ernesto Kreimerman

«Mi venganza definitiva y absoluta» por Ernesto Kreimerman
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La vergüenza a la que refiere Trump es su derrota electoral cuando buscaba la reelección. Hoy, a tres años de todo aquello, el mismo Donald Trump, arrogante y discriminador, petulante y golpista, volvió a ubicarse en el centro de los reflectores de la sala de la CPAC, la Conferencia de Acción Política Conservadora, y escenificar su egocentrismo.
Trump se ha consolidado como personaje central de un partido que ha derrapado hacia el extremismo. Desde este espacio se levantaron las voces que defienden las fechorías del expresidente, impulsan las falsedades acerca de un inexistente fraude electoral y se desmarcan, o eso pretenden al menos, de los bochornosos intentos de provocar un caos de violencia insurreccional en el centro mismo de la capital de los Estados Unidos aquel 6 de enero.
Volvió, diría la murga en este febrero. Trump volvió con un mensaje inquisidor para con los inmigrantes y de auto halagos: “soy un genio total”. Sus agravios de siempre estuvieron todos. No olvidó ninguno.
Trump es un hombre predecible, aún en sus ocurrencias. Son casi estándares ajustadas a unas restricciones. La cotidianeidad de Trump desea ser tan previsible como su aspecto: siempre traje azul oscuro, camisa blanca con gemelos y sus iniciales bordadas a la altura de su corazón. Cuidados zapatos negros y cinto, en juego. El último detalle, su corte de pelo y su peinado.
En su cabeza, ese es el estándar del poder. Es su mensaje y el que “todos entienden”. Casi un ícono, o un arquetipo, algo que puede entenderse como una estructura funcional que subyace a la conducta de un individuo, grupo o sociedad en su conjunto, estableciendo una serie de automatismos a los que se responde de forma continua. Una reproducción previsible, basada en la fuerza y en ideas más cercanas al odio, al supremacismo, que a las de la convivencia democrática.
Casi como un bufón de carnaval, el previsible ganador de la nominación presidencial republicana ha levantado su dedo acusador contra Joe Biden. Lo señala por hacer de su gobierno un arma en su contra con «juicios verdaderos espectáculos estalinistas».
El Trump que desea volver al gobierno no es una versión mejorada de quien ya vivió la experiencia del poder. Por el contrario, su estrategia restauracionista va por la repetición de políticas insensatas y crueles: en este discurso anunció que volverán, de inmediato, “las medidas enérgicas a favor de la seguridad fronteriza” aunque ello signifique acometer la mayor deportación en la historia de Estados Unidos. Claro, si gana las elecciones del 5 de noviembre.
A partir de ese momento, el discurso jugó a dos extremos conceptuales: 1, la grandeza de las hazañas devolverá la gloria, pero eso sucederá sólo bajo la inteligente conducción del “genio total”; 2. Insultar a todos, a propios y ajenos. Un fragmento del último discurso de DT en la Conferencia de Acción Política Conservadora, CPAC en inglés, en National Harbor en Maryland: «para los estadounidenses trabajadores, el 5 de noviembre será nuestro nuevo día de liberación… pero para los mentirosos, los tramposos, los estafadores, los censores y los impostores que se han apoderado de nuestro gobierno, ¡será el día de su juicio!»
La cuestión: «la victoria será nuestra reivindicación final; su libertad será nuestra recompensa final y el éxito sin precedentes de los Estados Unidos de América será mi venganza final y absoluta».
Sólo aplausos
Los «Make America Great Again» (Hagamos a Estados Unidos grande otra vez), se pusieron casi todos de pie y lanzaron gritos de aprobación.
Ya el clima de los trumpistas estaba llegando a su máximo, pero los estrategas no se autoengañan. Las últimas movidas han sido fallidas, incluso la operación que esperaba arrastrar al hijo de Biden a un escándalo, no logró superar la vaguedad y hasta hoy no ha prosperado.
Hoy el problema de Donald Trump ya es otro: completar la fórmula presidencial. Hasta ahora el candidato sólo ha mostrado dudas y ninguna certeza. La decisión es difícil. No hay que descuidar la edad de los dos candidatos principales, Biden y Trump, dos adultos del orden de los ochenta años.
Si bien el Partido Demócrata tiene relevos, quizás algo jóvenes, pero los tiene, no es el caso de los republicanos que en los últimos años se fueron convirtiendo en el bolsón más conservador y reaccionario, e incluso imprudentes con discursos inconsistentes.
14 veces…
Esta fue la comparecencia número catorce en la CPAC. Más que el récord que hasta ahora pertenecía a Ronald Reagan. Trump “se permitió” parodiar a Biden, en su forma de hablar, movimiento de brazos y andar. Recogió carcajadas. Y acto seguido empezó, algo descontrolado, «¡Crooked Joe Biden, estás despedido! Largo de aquí. Están destruyendo nuestro país. Estás despedido. ¡Váyanse de aquí!».
El tono de Trump es elocuente de la furia de la campaña que aún está en planificación: describió un panorama desolador, sombrío, de un Estados Unidos sin rumbo, arrastrado a la violencia, caos y el crimen violento. Y agregó, en el mismo tono; «si el corrupto Joe Biden y sus matones ganan en 2024, lo peor está por venir». Vaticinó «un país que se irá y se hundirá a niveles que son inimaginables.
Esta mirada apocalíptica es la que domina a este grupo, entre sin rumbo y desafiante a las instituciones democráticas: «Esto es lo que está en juego en esta elección. Nuestro país está siendo destruido, y lo único que se interpone entre ustedes y su destrucción soy yo».
Lo que está amenazante es una tentación autoritaria, la segunda desde dentro del sistema.

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