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Miguel Ángel Solá llega al Galpón

Miguel Ángel Solá llega al Galpón
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Este fin de semana Miguel Ángel Solá y su esposa, la actriz Paula Cancio, presentarán en El Galpón Doble o nada de Sabina Berman. Fui a saludarlo días atrás, cuando vino a Montevideo a promocionar la obra, y Solá me sorprendió invitándome a verla. No fue inesperado en cambio el afecto, la cordialidad y la sencillez con que me recibió. Se imponía realizarle algunas preguntas, y Solá respondió como siempre: con precisión, seriedad y amor por lo que hace, sus marcas de fábrica…

Sos muy riguroso para elegir tus trabajos. ¿Qué cosas te interesaron de esta pieza?

Es una obra desafiante porque se retuerce sobre sí misma y no saca moralejas ni conclusiones, sino que hace preguntas. ¿Es necesario que los seres humanos vivamos así, que nuestros puntos de encuentro siempre sean anos contra natura que generan la manipulación de uno sobre otro? ¿Es posible que cada día nos cueste más ser coherentes con lo que sentimos y soñamos en la vida? ¿Es necesario que tengamos que revolcarnos en el barro mil veces para que mucho después podamos darnos una ducha de buena onda y sacarnos la porquería que hemos acumulado encima? ¿Es preciso que tratemos al otro como solemos hacerlo? ¿Es necesario que la gente no sepa encontrar su sueño en la vida, porque siempre existe alguien que se encarga de robártelo? ¿Lo que hacemos es como decimos por el bien de los demás, o eso sólo es una excusa para limpiarnos la conciencia? ¿Por qué usamos las peores herramientas al servicio de las peores causas? Esas preguntas me golpearon de inmediato el cerebro al leer la pieza. Esas y otras más privadas, como ¿qué queremos decir cuando decimos “te amo”? ¿Somos honestos con nosotros mismos al ser responsables de la información que los demás reciben de nosotros, o manoseamos de continuo las cosas entre bastidores? Aquí hay un ejecutivo manipulador a punto de jubilarse, una joven aspirante a ocupar su puesto, un segundo candidato que no se ve en escena pero pesa por su ausencia precisamente, y un juego de maniobras que tienen que ver con el acceso al poder. La obra habla de la condición humana, y como tal es difícil. Hace reír (y espero que esas risas sean nerviosas) pero después del espectáculo, al reproducir lo que se ve en escena, el espectador sale con la conciencia removida, no se va vacío como cuando llegó, e incluso puede arrepentirse de haberse reído en tal o cual situación. Es una obra que te acompaña a la salida, no se te despega y te hace seguir pensando al día siguiente.

Es una versión nueva de una obra anterior llamada Testosterona. ¿Qué diferencias hay entre ambas y quién realizó los cambios?

La estrenamos en España como Testosterona, pero detectamos que el título ahuyentaba a mucha gente porque olía a gimnasio. Cuando vinimos a hacerla a Buenos Aires nos dijeron que iba contra todo criterio comercial: había sido un fracaso rotundo: la gente no había ido a verla y no entendíamos por qué, ya que es un texto muy potente. La decisión de no apoyarnos comercialmente es parte de la historia del teatro argentino: los fracasos son fracasos y nunca se reproducen. Entonces decidimos realizar los cambios con la autora, empezando por el título, más algún ajuste de texto, y así llevamos ya 18 meses en cartel. Ese éxito de público se complementó con una muy buena recepción crítica y gran repercusión en Internet, donde la gente habla y discute día a día sobre la pieza.

Quiere decir que es una obra realizada a pulmón. ¿Cómo se lucha entonces contra el impresionante marketing del que disponen los mega espectáculos?

La única posibilidad es el boca a boca, la aceptación del público. Nosotros no tenemos publicidad, pero las cosas tienen su orden. Lo primero fue convencernos que estábamos decididos a repetir la experiencia, porque valía la pena. Después llegó el producto tal cual hoy se lo puede ver, y por último el éxito. Y así podremos estar ahora en El Galpón y luego iremos a Chile, donde también nos invitaron. Eso es un premio, porque si las cosas no estuvieran bien hechas, ¿por qué te van a llamar de otros países para trabajar?

Has declarado que la tarea del actor no es vivir las cosas, sino reinventarlas para que el público las acepte como reales. Vos nunca fuiste un poderoso, entonces ¿de qué armas te valés para componerlo en escena?

De la experiencia que adquirís inconscientemente al verlo. Es cierto que el personaje es bastante siniestro, pero no es una excepción. Este tipo de gente está ahí, a la vista de todo aquel que quiera verlo. Como actor lo que tengo que hacer es simplemente captarle ese espíritu asqueroso que tiene y ponerme en él desde que subo a escena hasta que me bajo. Es un traje que te ponés y te sacás, no contamina en absoluto, sobre todo porque no puedo juzgarlo al momento de hacerlo. Esa no es mi tarea. Lo que tengo que hacer es lograr que la gente viva a un personaje que habla per se, no por mí, y que dicho sea de paso tengo que quererlo porque nos está dando de comer a mi familia y a mí. ¿Son seres hacedores de víctimas? Sí, claro, en la realidad son muy jodidos, pero la pieza -al igual que la vida- puede presentar sorpresas en las que quizás podamos confundir a víctimas y victimarios.

Y además está el plus que te da actuar con tu pareja en la vida real…

Sí, es un valor agregado. Paula es muy buena actriz pero además intentamos estar juntos en todos los detalles que tienen que ver con la pieza. Y el resultado lo estamos viviendo: es la recompensa de haber apostado por la inteligencia y que la gente nos dé su apoyo.

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Amilcar Nochetti Tiene 58 años. Ha sido colaborador del suplemento Cultural de El País y que desde 1977 ha estado vinculado de muy diversas formas a Cinemateca Uruguaya. Tiene publicado el libro "Un viaje en celuloide: los andenes de mi memoria" (Ediciones de la Plaza) y en breve va a publicar su segundo libro, "Seis rostros para matar: una historia de James Bond".