Misiles y maldiciones bíblicas por Hoenir Sarthou
Quienes suponíamos que el atentado de Hamas contra Israel y la feroz respuesta de Israel contra Gaza tenían propósitos mucho más extensos que los que aparentaban comenzamos a ver confirmadas nuestras suposiciones.
Desde el inicio, fue evidente que el atentado de Hamas era una “mojada de oreja”, sólo apta para justificar una reacción militar israelí. Como era de esperar, la reacción israelí no se limitó a masacrar a la población de Gaza y a emitir amenazas y maldiciones de tono bíblico, sino que incluyó ataques con misiles contra los países árabes vecinos, en particular contra aquellos en cuyos territorios hubiese aliados de Irán, como Líbano e Irak, y contra el propio Irán, cuya embajada en Irak fue bombardeada y destruida causando muertes.
El reciente lanzamiento de cientos de misiles iraníes contra Israel empieza a configurar el escenario de guerra que era previsible y ostentosamente buscado desde el primer día.
Si algo resulta claro es que las lecturas convencionales y emocionales de este asunto, tanto la que se conmueve por la agresión fanática sufrida por Israel como la que se indigna por la masacre que está cometiendo Israel en Gaza, se quedan en la superficie y no se acercan siquiera al verdadero centro del problema. Un centro en el que tanto la población israelí como la de Gaza, y la de sus vecinos, podrían no ser más que marionetas y víctimas.
Quiero ser claro. No soy experto en política internacional y no sigo de cerca la política de los países directamente involucrados. Pero, como habitante del mundo, hace rato que percibo que casi no existen guerras locales. La de Ucrania, por ejemplo, está dejando sin energía a Europa y nos está costando el agua subterránea a los americanos. De modo que tratar de leer lo mejor posible los conflictos del mundo se vuelve imprescindible para la propia supervivencia.
Tengo para mí que, en el caso del conflicto Israel-Gaza-irán (y todos los vecinos), recién estamos viendo el inicio del segundo acto, de una obra que amenaza tener varios actos más.
De momento, parece instalarse un escenario de guerra que podría involucrar a toda la región y tener consecuencias de carácter global. Después de todo, hablamos de una zona que provee de la mayor parte del petróleo que se consume en el mundo. Por eso, apostaría a que el tercer acto es un involucramiento más intenso, al menos político, de las grandes potencias, EEUU y China. Si ha pasado en Venezuela, con más razón en Medio Oriente.
Nada cuesta suponer que, si el conflicto escala lo suficiente, el penúltimo acto sea un nuevo estatuto político para la región, con intervención de alguna clase de organismo internacional u otra fórmula creada para la ocasión.
En ese caso, el último acto estará cantado. Los gobiernos de la región verán reducida su soberanía y el control de sus recursos petroleros, y grandes corporaciones transnacionales obtendrán poder y contratos sumamente beneficiosos para ellas mismas.
Ninguna guerra estalla porque si y ninguna confiesa sus verdaderos motivos. Todas ponen por delante banderas patrióticas, religiosas o raciales. Pero todas terminan igual: pierden los que guerrean y ganan los intereses que desde lejos movieron las fichas para que hubiera guerra.
Algo más, habrán notado que no sólo las guerras terminan así. La escena final es la misma para todas las catástrofes, sean militares, sanitarias o climáticas. Pierden y se endeudan los que sufren la catástrofe. Ganan los que venden armas, vacunas y tecnologías verdes. Y sobre todo ganan poder los intereses que digitan las catástrofes e inventan las soluciones, quedándose con la parte del león. Es lo que se llama la estrategia del caos.
Quizá por eso vivimos entre tantas catástrofes, naturales o fabricadas.
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