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Mitad de mandato por Mario Bergara

Mitad de mandato  por Mario Bergara
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El actual gobierno se halla promediando su mandato y hay un conjunto de conclusiones (y preocupaciones) que explican su creciente debilitamiento.
En primer lugar, es inocultable el incumplimiento de las promesas de campaña. Este gobierno que fundó su triunfo en la crítica permanente a las administraciones frenteamplistas, hoy exhibe una larga lista de promesas que nunca pasaron de eso. Esto es especialmente grave, no solo porque sorprendió a muchos uruguayos y uruguayas en su buena fe, sino porque significa una falta total de respuestas a las necesidades de la gente.
Lamentablemente, la gente no precisa leernos ni creernos; experimenta las carencias y las dificultades en su día a día. Quienes no llegan a fin de mes, quienes no encuentran trabajo, o sus ingresos cada mes alcanzan para menos; los 250.000 uruguayos que aplicaron a un salario de 12.000 que ofrecían los «Jornales Solidarios»; quienes sufren la inseguridad desatada, las soluciones de vivienda que no llegan, lo entienden perfectamente.
Se nos dirá que venimos saliendo de una pandemia que hizo estragos y es cierto. Hemos reconocido en todo momento que el gobierno tomó algunas medidas en la dirección correcta cuando ocurrieron los primeros contagios de COVID-19. Pero insistimos permanentemente en que las medidas adoptadas en lo social y en lo económico eran absolutamente insuficientes. No solo porque fuimos de los países que menos recursos destinó a atender las necesidades de su población, sino porque las secuelas son evidentes y significan la angustia de toda nuestra gente expulsada a los márgenes de todo y en situación de calle, o cuando vemos los números vergonzantes de las ollas populares.
Se incumplió cuando se prometió bajar los combustibles y no aumentar los impuestos. Nos deben los 135 liceos de Talvi, las 50.000 viviendas que la ministra Moreira tuvo el desdén de corregir y hablarnos de que solo se trataba de «un ejemplo». Nos deben la vida sin miedo, el combate al narcotráfico, las oportunidades para los jóvenes, la inversión en educación, en ciencia y en desarrollo soberano. Si estas deudas fueran pocas, nos deben la ocupación por los problemas ambientales o la respuesta al empresariado más golpeado, solo pensemos en la nada alarmante en materia de turismo.
En segundo lugar, estos dos años largos nos dejan un Estado reducido y debilitado y, hasta en algunos casos, seriamente comprometido. La apuesta explícita a los famosos malla oro y a un supuesto derrame que nunca llega, solo ha significado el enriquecimiento de una pequeña minoría y el empobrecimiento de la inmensa mayoría de nuestra gente, la pérdida salarial, la caída de las pasividades por un lado y la carestía disparada de los productos de consumo cotidiano de sus hogares.
Al rosario de incumplimientos, al deterioro de las condiciones de vida de los uruguayos, se suma la completa ausencia de un modelo colectivo de desarrollo sostenible. La única apuesta es alivianar la carga de los «malla oro» y sentarnos a esperar el goteo. No hay proyectos manifiestos de desarrollo. Cómo se genera nuevo conocimiento, cómo se lo incorpora al sector productivo, para qué formamos a nuestra gente, qué modelo aspiracional promovemos. La nada misma. Sin políticas públicas e involucramiento estatal explicito no hay país en el mundo que haya crecido, ni mucho menos distribuido, incluyendo a sus estudiantes, sus asalariados, sus empresarios, sus pasivos, sus pequeños productores. Es tan grave como que no hay agenda de futuro. Ni agenda ni herramientas para enfrentar las transformaciones del mundo del trabajo, que se ocupe de las asimetrías históricas, esas que agravó la pandemia: las desventajas que enfrentan las mujeres, los desafíos ambientales, las urgencias conocidas y las anticipables.
Si algo faltaba, al incumplimiento, el deterioro y la falta de futuro debemos agregar la sucesión de hechos bochornosos que han jalonados estos años de gobierno de Lacalle Pou. Para muestra, recordemos tres episodios lamentables:
Uno de los actos más graves e irresponsables ha sido la inexplicable entrega del puerto a la empresa belga Katoen Natie, regalando un negocio de dos mil millones de dólares, sin estudios, ni informes, ni asesoramiento que lo funden, salpicado de suspicacias y evidencias de apariencia delictiva.
Otro momento penoso fue todo lo ocurrido con el ex ministro de Turismo Germán Cardoso. Este, que sería un episodio nefasto en sí mismo, es peor aun por el intento infame de involucrar a nuestros compañeros Liliam Kechichian y su equipo, apelando al viejo truco de victimizarse y pasar de acusado a acusador. Afortunadamente la ruindad no llegó muy lejos. La justicia ya se ocupó de esclarecer la probidad y la rectitud de nuestros compañeros.
Finalmente, el episodio con ribetes cinematográficos, del pasaporte del narcotraficante Marset. Como en los casos anteriores. la justicia se ocupará de determinar responsabilidades. Lo que el sentido común de nuestra gente entendió hace rato es que no hay relato que justifique darle un pasaporte por 10 años a un reconocido narcotráfico, ex convicto, investigado, con profusos antecedentes que además se hallaba preso (nada menos) que por circular con un pasaporte falso.
En definitiva, la realidad nada se parece al “país de las maravillas” que nos pinta el gobierno. La gente vive peor, la vida cotidiana se encarece, las urgencias sociales son lacerantes e impostergables. Se deterioran las capacidades del sector público para proteger a aquellos que tienen más vulnerados sus derechos. Se consolida un “ajuste social” a costa de las grandes mayorías, beneficiando aún más a los sectores más poderosos. Las respuestas prometidas no llegan y lo único que se multiplican son los episodios inexplicables que solo contribuyen a deteriorar el Estado, dañar la imagen internacional del Uruguay y la credibilidad de nuestra ciudadanía en las instituciones.
La lista de olvidados es ya demasiado larga, es explicable entonces que este cúmulo de respuestas negadas empiece a ser insostenible para la gente. En esta primera mitad de gobierno se multiplicaron los miedos y las dudas. No solo podaron los sueldos y las jubilaciones sino, lo que es peor, la esperanza de quienes confiaron.

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