¿Y si lo que dijo Marcelo Bielsa aplica a otros aspectos de la realidad? ¿Y si el fútbol, más allá del grosero negocio, de los vínculos con el poder, que es terreno propicio para fanatismos y otros desbordes irracionales, es también parte fundamental de la cultura? En particular: la cultura de nuestro país. Un lugar con historia breve, muy poco frecuentada por una educación con enormes cráteres de silencio. El fútbol vino a ocupar un vacío de identificación a los inicios del siglo pasado en un país al que llegaban inmigrantes, amén de las continuas migraciones internas. ¿En qué terreno podían confluir los que dejaban el campo para ir a la ciudad, con los que llegaban en los barcos? En las canchas de fútbol. Detrás de los colores de las camisetas, se encontraron los “canarios” en busca de mejores condiciones de trabajo en las fábricas, y se entreveraron con los gallegos, los negros, los tanos, y todos los gringos que hicieron de nuestro país su patria. Y así ha continuado por generaciones, porque la adhesión a una camiseta tiene que ver, casi siempre, con una raíz afectiva que viene de la infancia. Es el padre, el abuelo, el tío, el hermano mayor que nos llevó de la mano, es el festejo o la amargura compartida. Se dice que ha servido, y sirve, como distractor de los problemas verdaderos. También. Y no es menos cierto que abundan las formas mantener a la gente dispersa, basta salir a la calle y ver a las personas caminando hipnotizadas por la pantallita del celular.
¿Y si la respuesta del director técnico de la selección uruguaya de fútbol deja en evidencia el rol de cadena de trasmisión de los intereses del poder que asume un porcentaje mayoritario de la prensa? ¿Y si resulta que, tal como sucede con el fútbol, existen medios y periodistas cómplices y justificadores de toda clase de atropellos? La información sobre fútbol no es ajena al sesgo de agenda que desde el poder se marca. Podríamos decir que “poder” es terreno de continua disputa. O que hubo un tiempo en que estaba muy claro que “gobierno” no significa poder. Que, en todo caso, es una forma restringida, acotada o reglamentada de poder. Es bueno recordarlo. Peligroso olvidarlo.
¿Y dónde estaría ese tal poder? Lo primero: no suele ser visible, y actúa por intermedio de instituciones, autoridades o gobernantes. Es que el poder se mimetiza, se disfraza de statu quo. Y ahí es cuando los medios “normalizan” que un organismo internacional califique el desempeño de un estado y le pueda propinar un amable tirón de orejas, o decirle que debe “consolidar” reformas jubilatoria y educativa, y hasta de la violencia en aumento. Y si nadie sale a protestar por eso, quiere decir que a través de los medios logran el objetivo de que no nos preguntemos cómo es que “normalizamos” la dependencia de un poder la que no vemos, aunque opera a través de las fachadas de organizaciones globales. Otra información nos hace saber que algo que define como “violencia externa” fue causante de treinta dos conflictos con pérdida de jornadas laborales en actividades como, salud, educación y transporte. O sea, nos están pegando por debajo de la línea de flotación. Sin embargo, no parecemos vincular que toda esa problemática, que tiene que ver con otras formas de violencia como la que sufrimos a diario cuando vemos a esos tipos que viven en la vereda de mi casa o la del vecino, que hacen una fogata dentro de una lata que fue calefón, y que fuman pasta base en un inhalador.
Y vos podrás preguntar cómo es que empezamos con la conferencia de prensa en Roma, al decir de Jorge Batlle cuando se refería a la nación del norte, esa donde todo parece una desaforada película de ficción, con un presidente que confunde todo, y a un ex a quien, según el guion, un “lobo solitario” le tiró un trocito de metal; mientras tanto la potencia alimenta una maquinaria de guerra infernal. ¿Y entonces, cómo es que terminamos con esta estampa cotidiana de una calle cualquiera de Montevideo? Porque unos y otros asuntos tienen que ver con una misma raíz. O en que hay demasiados distractores para algo muy elemental. Y tanto, que hasta yo me doy cuenta, hay algo que se resquebraja.
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