1-
Existe en la llanura contemporánea una escasez importante de canciones que hablen de temas trascendentes. Trascendencia como significado de un tratamiento artístico profundo, en este caso desde la poética de la canción, que describa la pérdida de fe en el presente y en el futuro que atravesamos como humanidad. Hoy la música popular masiva parece sumida en el vacío. Por un lado, perdida en una especie de pornografía festiva, y por otro, en una reivindicación político-partidaria panfletaria sin vuelo. Lo curioso es que parece haber un público ávido de las propuestas del segundo caso, que no busca complicarse mucho y solo espera que el artista X le cuente –de la manera más prosaica posible- lo que la mayoría vemos en el día a día, clausurando las múltiples lecturas de una obra de arte, empobreciendo de ese modo el resultado final. Habrá que trasladarse a otro mundo (viejo) y a otros artistas para hallar trabajos que registren y sublimen la realidad sin la simplificación infantil o el panfleto desnudo. Mauricio Ubal (Montevideo, 1959) es uno de los mejores escritores de canciones de la música uruguaya (y de la región). Alguien que ha escrito también textos crudos y directos, políticos, pero con la diferencia no menor, de cuidar desde 0 el uso del lenguaje poético, de la metáfora o de la polisemia en el caso de un vocablo. En “El Faro del Fin del mundo”- con excelente música de Gonzalo Moreira- Ubal cumple con los requisitos que expongo más arriba. El texto (más allá de su vinculación con la novela de Verne) es una clara metáfora de la sociedad actual. Ese hombre que trepa, escalón por escalón, para encender la luz del faro, no es otro que el artista en sí, el que desde su pequeña lumbrera puede llevar sosiego y esperanza a los otros (“Los navegantes se empezaron a perder/ en los mares profundos/ y yo no llego para darles la señal/ de algún puerto seguro”). El farero se tarda pero sabe que debe llegar aunque camine en medio de la oscuridad. Y lo resume todo en cuatro versos perfectos: “Estamos presos en la misma tempestad/ sin brújula ni estrella/ tamos perdidos en la misma catedral/ pero con Dios afuera”. Los dos últimos versos son electrizantes, pues Ubal no nos habla del Dios de las religiones, sino de un misterio superior, arcano, y de la pérdida de respeto del ser humano ante tal manifestación. La música puede resumirse en un candombe (pop) lento con dos partes bien definidas. En la A todo se mantiene en la intimidad del relato del farero, quien habla melancólicamente y la B estalla en un estribillo contagioso y esperanzador.
2-
Fernando Cabrera (Montevideo, 1956) es uno de los más importantes artistas de aquí y de fuera de fronteras, donde goza del respeto y admiración de distintos públicos. Ha escrito grandes canciones y me voy a referir a una en particular, que no es de las más difundidas o ejecutadas en vivo por el autor. “Día de campo” es un retrato dramático de la sociedad alienada, centrada en el consumo y en el individualismo. Musicalmente es una especie de blues “rápido” en tonalidad menor y donde hay un notable trabajo de percusión desde la batería por parte de Gustavo Etchenique. Hay una particularidad en esta canción y es que Cabrera parte desde una especie de “edicto”. Empieza por un petitorio popular insistente en la primera estrofa (“Número uno, pedimos un día de campo”). Luego hay un poder superior que otorga la gracia para tener ese día de “asueto» y así descansar de la fatalidad de una vida rutinaria; la oportunidad de zafar por una vez de las obligaciones y de volver a la niñez (y correr por el campo). “Número cuatro, nos mandan un día de campo/ Y las camionetas, el río, el asado y la radio/ Hemos perdido el sabor del encuentro y la mano / Hablarnos un poco, reír, descansar de gritarnos”. Ante la imposibilidad de una comunicación personal -justamente en el siglo de las comunicaciones, hecho que resulta paradójico- el autor describe una anomalía: la falta de afecto y de diálogo entre la gente y el deseo urgente de que cese la violencia cotidiana (“descansar de gritarnos”). Cabrera es inteligente y coloca al Poder por encima de la acción de los seres humanos comunes y corrientes. Vivimos regidos por un poder invisible mundial que se materializa en el dolor de la existencia, en los sacrificios que significa poder acceder a una vida mejor, por ejemplo, y que a la mayoría le está vedada. La última estrofa que cierra el discurso es fundamental y está escrita (y cantada) desde la entrañas. Es que un día de campo es bastante poco en medio de la vorágine (“Un día tan solo no es nada, el camino es amargo”). El desenlace es fuertísimo: “(…) Un día de campo en que todos podamos bajarnos/ (…)/ Bajarnos un día del tren de la vida, es tan largo”.
3-
Dos importantes canciones de dos grandes autores de la cancionística popular uruguaya, pero dos exponentes de un generación lejana, provenientes de un momento histórico particular, cuando se entendía que el rigor y la calidad eran una forma de resistencia política. La dictadura había aplastado -además de las libertades individuales- cualquier expresión cultural y toda posibilidad de disidencia; y el país lo pagó caro. Lo preocupante es que hoy, con libertades plenas y democracias fuertes, la situación cultural no parece tan distinta que la de la dictadura. Está claro que no estamos bajo un régimen totalitario, pero la imposición machacante de ciertos géneros musicales nos lleva a viajar en el tiempo para comparar situaciones. Hoy nadie obliga en este país, a punta de bayoneta, a cumplir tal o cual disposición. El mercado se encarga de hacerlo a punta de difusión de espacios y medios rentados con obvios intereses socio-políticos detrás. La idea es que toda la cultura sea única y homogénea; que se borren los contornos identitarios para que todo sea más o menos parecido en todas partes, pero con la curiosidad de que esta «anglobalización» (término acuñado por el filósofo italiano Diego Fusaro, Turín, 1983)) se parece mucho a UNA sola cultura, que por supuesto no consume mate ni amasa tortas fritas en días lluviosos. Habrá que buscar nuevas formas de creación (y de reacción) para hacer frente a este avasallamiento brutal y planificado.
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