Si una habla de “teatro” es casi de sentido común pensar en espectáculos que están en cartelera haciendo “temporada” en alguna sala. En nuestra ciudad hace tiempo están instalados los “espacios no convencionales” como otros espacios frecuentes en las temporadas montevideanas. Los elencos son conformados por personas con formación teatral o que por alguna circunstancia son convocadas especialmente (en general figuras televisivas). Si se hila un poco más fino, alguien podrá pensar en la movida joven o en las muestras de las escuelas. Pero pocas veces pensamos que hay teatro más allá. Y lo hay por supuesto. Hay, por ejemplo, teatro comunitario en espacios barriales. En nuestra ciudad hubo una movida muy importante de teatro barrial a principios de los años ochenta del siglo XX. Y hoy también hay teatro en espacios barriales, algunos más institucionalizados a partir de programas como Esquinas de la Cultura. También hay grupos que trabajan con otras lógicas, como las que se generaron desde el Teatro del Oprimido a partir de la propuesta de Augusto Boal y su provocadora idea de que “todo el mundo puede actuar, incluso los actores”. Sabrina Speranza, actriz y directora, hace años trabaja desde ángulos que entienden al “teatro” como un espacio de reflexión sobre diversas opresiones y de reafirmación de identidades colectivas más allá de las “temporadas”. Investigó y desarrolló en las líneas de Boal con el grupo GTO Montevideo, y desde hace años trabaja con personas en privación de libertad. Ta’ propia tiene mucho de ese trabajo de intercambio en el que el teatro es una herramienta de participación y reflexión más allá de las temporadas y las carteleras, aunque en este caso deviene en participar allí.
Una de las claves de Ta’ propia es Pierre Antón, joven personaje de la novela Nada de Janne Teller, quien sentencia: “Nada importa, hace mucho que lo sé, así que no merece la pena hacer nada, eso acabo de descubrirlo…” Speranza conoció la novela en un Ateneo de pensamiento con Carmen Rodríguez y Graciela Frigerio y cuenta que desde la primera lectura sintió a la novela “como una provocación y una invitación a hacer algo con eso (…) volví a la novela varias veces. Pero fue recién luego de empezar a trabajar con propuestas de biodrama, o de teatro posdramático que encontré la manera de abordar lo que la novela provocaba”.
La vinculación entre la novela y el biodrama lleva directamente a indagar como resuena esa sentencia de Antón en un grupo de adolescentes y jóvenes concretos. En la búsqueda de un grupo para trabajar esas resonancias Speranza siempre tuvo claro que para ella era fundamental construir puentes con personas en situación de privación de libertad. Así es que propuso “trabajar con adolescentes que estuvieran transitando esa situación y con jóvenes que sabía tenían un compromiso particular que coincidía con los objetivos del proyecto porque habían cursado conmigo la Pasantía de teatro en contexto de privación de libertad de la EMAD. En este sentido algunas tienen formación teatral propiamente dicha y otros se han encontrado en este proyecto con la posibilidad de vincularse al teatro, no sólo como espectadores sino como hacedores”. De alguna forma la afirmación de Antón termina convirtiéndose en el puente que reúne a jóvenes y adolescentes con trayectorias de vida muy disímiles reflexionando en un espacio escénico de forma colectiva.
La pregunta por el “sentido” es estimulante y en general el mundo adulto responde con indiferencia cuando proviene de adolescentes aún no insertos del todo en el mecanismo de reproducción social que nos vuelve autómatas acríticos. En ese sentido la frase que como leitmotiv atraviesa la obra: “¿Qué problema podés tener vos a tu edad?”, sintetiza esa indiferencia que también es una suerte de escudo para autodefenderse. Y es que seguramente muchas personas que repiten ¿qué problema podés tener vos a tu edad? han obturado esa sensación de vacío que recorría sus cabezas y sus cuerpos cuando también eran adolescentes. Y el colectivo, lejos de intimidarse ante la respuesta del mundo adulto, busca el sentido en sus vínculos, en la música, y rastrea los diversos significados de la palabra para intentar dar respuestas a la pregunta.
En el relato, fragmentado desde su propia concepción, también señalan aspectos complejos de la vida de las nuevas generaciones. Si la adolescencia siempre fue un momento de la vida en que muchas veces el “parecer” se antepone al “ser”, con el advenimiento de las redes sociales esa situación se ha potenciado. La necesidad de “estar bien” parece anteponerse a la situación real por la que se esté atravesando, algo en lo que las imposiciones sociales también juegan un rol determinante. Si se es joven hay que ser feliz, hay que estar de fiesta, no hay que tener problemas. Y si los hay mejor que no se vean. Los mecanismos formales para mostrar esto en escena son uno de los hallazgos más interesantes para quien escribe estas líneas.
El proceso de trabajo pasó por una construcción colectiva de la dramaturgia, lo que nos hace pensar en las dificultades para dar un cierre a los aportes y decidir cuando ya está construida la obra. Sobre eso afirma Speranza: “No sé si soy tan consciente de cómo decido qué queda y qué no. Te podría decir que va quedando lo que funciona, ahora podrías preguntarme qué es lo que funciona o cómo me doy cuenta y no sabría qué responder sin detenerme a revisar lo que hicimos. Lo seguro es que no queda nada que el grupo no quiera decir. En este sentido, siento que mi rol es mucho más de facilitadora, o estimuladora de algunas cuestiones que de definir. De todas formas en ese proceso de guía voy tomando algunas decisiones de elementos que surgen y que considero que van en la línea de los objetivos del proyecto (…) Es una obra mucho más de preguntas que de certezas. Creo que es un proceso que justamente no termina, hacemos comentarios luego de cada función, de elementos que hay que ir afinando o modificando”.
Las preguntas quedan en la platea, una platea que se nutre también de jóvenes y adolescentes en gran medida. Pero más allá de las edades y el origen de las personas, Ta’ propia también obliga a pensar sobre las prácticas escénicas y el sentido de hacer teatro.
Ta’ propia. Dirección: Sabrina Speranza. En escena: Melanie Antuoni, Pablo Blanco, Mateo Cancela, Marcos Rodríguez, Romina Russo, Ángel Silva. Fotos: Mauro Tomasini.
Funciones: miércoles a viernes hasta el 14 de abril a las 17:00. Sala Atahualpa de El Galpón. Luego girará por los barrios en el marco del programa Fortalecimiento de las Artes de la Intendencia de Montevideo.
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