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Para pensar una política desde la raíz por Lucas Rodríguez

Para pensar una política desde la raíz por Lucas Rodríguez
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“No hay comparación posible entre el socialismo
de la abundancia y el socialismo de la penuria”
― François Mitterrand sobre el gobierno de Allende (1973).

Siempre he pensado que quienes padecen una problemática dada, poseen, tal vez sin saberlo, las mejores y más óptimas soluciones. Nadie conoce mejor una realidad que aquel que la sufre. Por eso, en política, el primer sentido que hay que cultivar es el oído. Quien está en política, antes de aspirar a ser gobernante debe aspirar a ser representante. Y eso debe hacerse no desde un lugar de retracción y lejanía, sino desde un pie de igualdad, como canal de difusión –interpretación mediante– de la voz de los conciudadanos. Tanto mejor si el representante también ha sufrido en carne propia los problemas de sus representados.
Esto necesariamente debe ser así. De otra forma se corre el riesgo de concebir soluciones –desde las instituciones, a nivel de las políticas públicas– divorciadas de la realidad. Soluciones aparentes, provisorias o a muy corto plazo, que, más temprano que tarde, acabarán por fracasar en su cometido.
En la evidencia, no hay gobierno que no caiga en estos errores, que en el peor de los casos acaban por llevar a una crisis de visión. Y cuando la gente se cansa de no obtener las respuestas que necesita, todavía, peor aun, puede devenir en una crisis de representatividad. Esa es una situación que el Uruguay vivió claramente durante toda la década de 1960, luego del agotamiento del modelo de desarrollo por industrialización sustitutiva que orientara el neobatllismo. El final es conocido por todos: la debacle de las instituciones y de las garantías democráticas.
No hay gobierno que no haya tropezado en este aspecto, ni siquiera en los años recientes, durante la última era progresista de nuestro país.
Debe asumirse el compromiso de pensar una política que parta de las raíces, de las características más singulares de las realidades que se pretende transformar. Esto tiene que ser un norte en la labor de todo representante y de todo servidor público.
No está mal buscar inspiración para la implementación de políticas públicas, en diversas áreas, en realidades y procesos foráneos. Pero ninguna “solución” para un medio dado, puede ser trasplantada, importada, de un contexto singular a otro. Eso, francamente, no funciona. Nunca ha generado los resultados esperados, e incluso ha profundizado los problemas, en perjuicio de las personas que los padecen.
En cualquier caso, hay que pensar las políticas públicas desde y para su contexto de aplicación. Se debe, por tanto, fortalecer el trabajo de las instituciones encargadas de investigar, de recabar datos y de formular aportes para la toma de decisiones. Y eso mismo deben hacer, como particulares, en lo que tienen al alcance de la mano, los representantes de la ciudadanía: los servidores públicos. Allí radica la importancia del trabajo fuera de los despachos, la presencia a nivel territorial.
Gran ejemplo fue, en este sentido, el rol ejercido también en los 1960 por la Comisión de Inversión y Desarrollo Económico (CIDE), organizada durante el segundo gobierno colegiado del Partido Nacional bajo la dirección de un jovencísimo Enrique Iglesias. Wilson Ferreira Aldunate fue uno de sus grandes apoyos políticos, recogiendo los aportes de la CIDE en su programa de gobierno para las elecciones de 1971. Un Danilo Astori recién egresado en Economía también tuvo su pasaje por el organismo en calidad de técnico.
Se observan, no obstante, hechos y tónicas de la política nacional hoy por hoy que son preocupantes. Los políticos se pelean entre sí por nimiedades, mientras los grandes problemas del país (seguridad, educación, pobreza infantil y juvenil, acceso a la vivencia) son sufridos sin tener soluciones a la vista. Todos quieren llegar al gobierno y retenerlo, olvidando que, siendo oficialismo u oposición, siempre está –o debería estar–, en un sistema democrático de matriz republicana, la posibilidad, y hasta la obligación, de trabajar y aportar. En el caso de los actores de oposición, también deben ser escuchados y considerados, naturalmente.
De hecho, siempre debería existir la posibilidad de coparticipar en la gestión y toma de decisiones en los sistemas más serios, sólidos y maduros en definitiva. ¿Acaso no lucharon por eso los caudillos blancos y sus paisanos en tantos derramamientos de sangre?
La praxis siempre debe tener cierta orientación ideológica. Uno siempre debe tener en claro sus convicciones. Sin embargo, en ningún caso pueden suponer una limitación a la hora de ver realidades que rompen los ojos. Mucho menos justificativo para la inacción, y peor aún, para la desidia y la negligencia.
En política, hay que ser pragmáticos con los ideales en claro, atendiendo a las realidades vividas a la par de los representados. No otras: la realidad que nos aqueja, con todas sus particularidades. Y en cualquier caso, como decía el Gral. Seregni, anteponiendo la ética de las responsabilidades por sobre la ética de las convicciones. Sin medir costos políticos cuando se sabe que, lo que se hace, es lo mejor para el pueblo.
Se debe actuar en consecuencia con lo que se piensa, sin importar recetas de realidades semejantes, pero ajenas y nunca cabalmente iguales. Por eso, la política debe pensarse desde abajo: desde la raíz. Con humildad, de forma seria y responsable.

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