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Parques abandonados y temas conclusos por Nelson Di Maggio

Parques abandonados y temas conclusos por Nelson Di Maggio
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La muerte repentina del arquitecto Enrique Benech, nacido en 1940, personalidad fuera de los parámetros habituales en la cultura uruguaya, aumenta la nómina de desapariciones de artistas en el año. Es cierto que fue un notable arquitecto y diseñador que dejó su marca temprana en el Hospital Policial (1977) —en colaboración con Marzano, Sprechmann y Villamil—, en su adelantada sobriedad y elegancia funcionales; hizo remodelaciones y adaptaciones de edificios: la ute (1993), luego del incendio; potenció la actualización parcial, la nobleza original de Fresnedo Siri (invitó a Águeda Dicancro para realizar puertas de vidrio en la parte interior); del Hospital Evangélico; de numerosas casonas del Parque Batlle; del Palacio Estévez (1987), en colaboración polémica y barroca de Manuel Espínola Gómez. Pero fue arquitecto atento en especial al entorno y a la naturaleza circundante con agudo sentido del urbanismo, preocupado permanentemente en transformar y facilitar las relaciones de comunicación ciudadana. Su opus magnum es el Parque de Esculturas (1996) junto con Marcelo Danza, el primer museo de esculturas al aire libre, efectuado en dos períodos, revelador de su cálida relación con los artistas. Diseñó y pobló de obras en un contexto de vegetación indígena, cada una de ellas en sucesivas agregaciones, para crear un ambiente natural habitable, disfrutable por los paseantes. Las luminarias embutidas en el suelo por la noche parecen desmaterializar el terreno, muy diferente a la visión diurna. Trabajos de Gonzalo Fonseca, Mario Lorieto, Octavio Podestá, Manuel Pailós, Pablo Atchugarry, María Freire, Nelson Ramos, Alfredo Halegua, Guillermo Riva Zucchelli, Enrique Silveira-Jorge Abbondanza y piezas en madera deterioradas y desaparecidas, quizá guardadas, de Salustiano Pintos, Francisco Matto, Ricardo Pascale y Germán Cabrera. Sin mantenimiento, sin una entidad responsable a su cargo, en una indefinición institucional, el que fuera un hermoso paseo por la historia de la escultura nacional contemporánea al alcance de todos ofrece en la actualidad un panorama desolador.

Gustavo Alamón (1935-2020), tacuaremboense, de origen humilde, tuvo muchos oficios, algunos para sobrevivir: Liceo Militar, bombero, y en el departamento de Río Negro fue candidato a intendente por el Frente Amplio, con resultados adversos en la década del 80. Vino a Montevideo y entró a la Escuela Nacional de Bellas Artes, donde estudió con Miguel A. Pareja, Edgardo Ribeiro y Anhelo Hernández, y cada una de esas personalidades incidieron en su producción: la figuración, la abstracción, el color y las referencias políticas. Muy pronto ejerció la docencia en liceos del interior y abrió su propia galería, Puertas de San Juan, donde hizo su propia retrospectiva (2006). Viajó a Suecia y Alemania, se radicó en Madrid entre 1991 y 1993, fue director de Cultura de Río Negro y director de Artes Plásticas en el Ministerio de Educación y Cultura (mec), entre otras actividades relacionadas con la enseñanza.

En 1970 inició una temática que mantendría para siempre: los hombres-máquina, robotizados, de potente cromatismo y materia lisa en diferentes tonalidades, con puntos de vista muy bajos o muy altos, de frente o perfil, figuras enteras o parciales, de impacto visual inmediato. Las alegorías surgen de inmediato y no siempre trepan a la categoría de símbolo: la uniformidad burocrática, fría e imperturbable, el poder militar y político avasallador, en una línea sin variaciones. Un mecanismo formal muy elaborado, estático, con rasgos extraídos de los naipes españoles y de cierto período de Fernand Léger, entre otros artistas de los inicios de la modernidad, que no siempre admiten o amplían lecturas e interpretaciones.

Con Enrique Benech y Gustavo Alamón la cultura nacional desaparece lentamente a la par que desaparecen dos creadores, confirmando su destino.

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