Rescate en Entebbe (7 Days in Entebbe), Gran Bretaña/USA 2018. Dirección: José Padilha. Libreto: Gregory Burke. Fotografía: Luis Carvalho. Música: Rodrigo Amarante. Con: Daniel Brühl, Rosamund Pike, Eddie Marsan, Denis Ménochet, Lior Ashkenazi. Estreno: 24 de mayo. Calificación: Aceptable
Si este film hubiera sido realizado en épocas más discutidoras que nuestra anestésica actualidad (digamos, antes de 1990) hubiera provocado encendidos debates, aunque no por su importancia artística, ya que no es una película totalmente lograda. Sin embargo, su contenido la hace muy necesaria. Rescate en Entebbe resucita el operativo israelí de 1976, cuando un Boeing de Air France con 248 pasajeros a bordo fue secuestrado por dos palestinos del Frente Popular de Liberación y dos alemanes miembros de las Células Revolucionarias. Los secuestradores desviaron el avión hacia el aeropuerto de Entebbe, en la Uganda del siniestro Idi Amin Dada, y emitieron un comunicado en el cual exigían la liberación de 50 palestinos detenidos en diversos países.
El espectador memorioso recordará que el tema ya fue abordado cuatro veces por el cine. Victoria en Entebbe de Marvin J. Chomsky tenía un lustroso elenco (Elizabeth Taylor, Kirk Douglas, Burt Lancaster, Richard Dreyfuss, Anthony Hopkins, Linda Blair) pero también una enorme estrechez de miras, debido a su desubicada inmediatez; Operación Centella de Irvin Kershner con Charles Bronson y Peter Finch no era mejor, aunque lo parecía debido a su bajo perfil; y La noche de los halcones de Menahem Golan funcionaba bastante bien como aventura, aunque tampoco era capaz de analizar mínimamente la situación y el contexto. El propio Golan volvería al asunto con una ficción muy exitosa inspirada en los hechos: Fuerza Delta, con Lee Marvin y Chuck Norris. Esos títulos adolecían de algo grave en este tipo de asuntos: la obtusa división a rajatabla entre héroes y villanos, ya que Helmut Berger, Horst Buchholz, Klaus Kinski y Robert Forster no eran seres humanos creíbles, sino estereotipos de la peor calaña.
La búsqueda de una visión más justa salva a Rescate en Entebbe del desastre en que pudo haber caído. No es habitual que en una película financiada con capitales anglo-estadounidenses alguien reflexione que “los judíos fueron víctimas de la barbarie nazi, para luego convertirse ellos en los nuevos nazis de la zona”, a lo que un segundo personaje responde: “Y ahora ustedes, sus víctimas, nos toman de rehenes a nosotros como remedio…”. Tampoco es usual que el cine mainstream privilegie la discusión ideológica a la acción bélica, ni que señale el divisionismo existente entre los raptores pero también la pésima relación del Primer Ministro Isaac Rabin con el Ministro de Defensa Shimon Peres, que complicaría tanto la interna judía. Quizás la clave la dé el nombre del realizador del film, José Padilha (Ómnibus 174, las dos partes de Tropa de élite), que como brasileño ve las cosas desde una situación más sufrida en carne propia, o por decirlo de otra manera, más tercermundista que Chomsky, Kershner y Golan. No en vano un cartel final recuerda dos asuntos reveladores: 1) que el pacifista Rabin fue asesinado por un judío ortodoxo, aludiendo con ello a que el terrorismo existe en ambos bandos; y 2) que el único soldado israelí muerto en el operativo fue el hermano de Benjamín Netanyahu, dando a entender así que en las altas decisiones políticas suele prevalecer el dolor personal al bien colectivo del pueblo al que se dice representar.
Lástima que tanta reflexión (para algunos ecuánime, para otros discutible, para todos interesante) conviva con un formato estándar, sin imaginación visual, con poca fuerza dramática, y que falla en su costado aventurero. Esto último es curioso en Padilha, dado el buen nivel en el manejo de la acción en sus films anteriores. Lo que sucede es que al libretista y a los productores se les ocurrió mezclar el asunto con una tonta historieta de amor, más gratuita que de costumbre. Como sus flashes son muy breves no molesta demasiado, pero en los quince minutos finales -el momento del rescate- el montajista intercala el operativo con un ballet que estaría “cerrando” la bobada romántica. Si con eso quiso lograr un efecto de doble tensión le erró feo, porque lo único que consiguió es desactivarnos totalmente de lo que sucede en Entebbe. El film no merecía esa metedura de pata. De todas formas debería ser visto, aunque más no sea para pensar con seriedad en sus contenidos.
ALGO DEBE CAMBIAR PARA QUE TODO SIGA IGUAL.
La maestra (Ucitelka), República Checa/Eslovaquia 2016. Dirección: Jan Hrebejk. Libreto: Petr Jarchovsky. Fotografía: Martin Ziaran. Música: Michal Novinski. Con: Zuzana Mauréry, Zuzana Konecná, Csongor Kassai, Tamara Fischer, Martin Havelka, Peter Bebjak. Estreno: 31 de mayo. Calificación: Buena.
Cinemateca 18 estrena hoy una película a tener en cuenta. La maestra nos ubica en un barrio de los suburbios de Bratislava, Checoslovaquia, en 1983. A ese lugar llega la nueva docente, la señora María (Zuzana Mauréry, excelente), que rápidamente revelará métodos pedagógicos poco apropiados con los niños. En efecto, esa mujer favorecerá a los alumnos cuyos padres le concedan favores, y si alguno de los progenitores no accede a sus demandas las consecuencias las padecerán sus hijos. Pero eso lo sabremos poco a poco, porque María es una adorable viuda de sonrisa amable, vestidos de tonos pastel adaptados a su físico algo rotundo, y dueña de unos modales irreprochables. Hasta que se enoja, claro, porque esa fachada en realidad esconde a un ser detestable y corrupto, ya que el detalle que falta en esta presentación tiene que ver con su difunto marido, un alto oficial del Partido Comunista. En ese momento nos percatamos que la gentileza con la que los padres de los alumnos se dirigen a ella no es otra cosa que miedo en estado puro. Por eso una desesperada reunión de padres con la directora del instituto termina por ser casi un complot, para hallar alguna fórmula legal que les permita detener el abuso de poder de la señora María.
El cineasta Jan Hrebejk y su libretista Petr Jarchovsky redondean un film que posee toques de ese humor negro tan característico de los cines checo y eslovaco, y mediante él terminan convirtiendo un aula en una clara metáfora de la corrupción en la que deriva siempre el poder, con su apelación a los tratos de favor, el poder imbatible del dinero, la intimidación y otros abusos. Entre los detalles del avance de esa reunión de padres y el relato de los singulares hechos que la originan, la película no evita la multiplicidad de anécdotas, pero los autores la manejan muy bien, porque mediante la sencillez narrativa consiguen que una profunda propuesta luzca modesta, llana y accesible a todo público.
El espacio físico donde se desarrolla La maestra es reducido (el colegio y el hogar de varios niños) y sin embargo allí estallan todos los conflictos que marcaron al mundo a fines del siglo 20: el pensamiento individual concebido como un peligro, el miedo al sarcasmo oficial y la anteposición de ciertos privilegios oficiales a la igualdad y la ética. Eso permite al film ofrecer una segunda lectura, visiblemente cuestionadora del sistema comunista pero que, mediante una sugerente vuelta de tuerca final, se extiende también al triunfante capitalismo actual. En efecto, caído el sistema socialista la cámara registra una toma idéntica a la del inicio, aunque en ella se registra un cambio significativo: los docentes ya no enseñan ruso, sino inglés. Ese gattopardesco final convierte a la señora María en sucesora directa del Príncipe de Salina, aquel aristócrata que apelando a un desencantado cinismo sostenía que algo debe cambiar para que todo siga igual.
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