La cultura del boliche fue esencial para la formación de opinión (para bien o para mal) de generaciones y generaciones de uruguayos. Ámbito machista per se, porque no había espacio para la mujer -ni podía haberlo- en una cultura circunscrita a los “hombres”. Aunque no fuera excluyente: había mujeres que rondaban esos espacios, pero eran casos particulares y donde se aceptaban las reglas del “sistema”. Fútbol, política, carnaval o filosofía existencial, podían ser los temas centrales de estos templos sociales, hoy de hecho, desaparecidos. Todavía existen algunos que parecieran negarse a aceptar su extinción y parecen respirar en una dimensión paralela. En el ámbito de la canción popular, hay varios ejemplos de textos que toman como modelo la escenografía del bar o del boliche (a la rioplatense). Quitando la literatura tanguera, nos referiremos a canciones escritas por autores uruguayos contemporáneos.
“Bar del Brecha” de Daniel Magnone (1949-2022), perteneciente al álbum Montresvideo (1981), es una canción bien original. Creo que nunca la cantó en su actividad como solista, siendo una de sus mejores composiciones. La estética del trío Montresvideo (como la de Leo Maslíah, por ejemplo) estaba clarificada en los 80. Se distanciaba musicalmente de lo romántico o melódico; pero además del hecho musical en sí, los textos dejaban de lado la sensiblería de muchas canciones de época, destinadas a enviar mensajes –subliminales o no- de carácter esencialmente político. En esta composición, Magnone, hace un escaneo sin anestesia sobre la fauna del lugar (“Viejos con los ojos muy saltados/Desayuno de una con limón/ Que acompaña el faso madrugado/ Cuna de tu vozarrón// Comentarios entre toses bolicheras/ Masticando el diario por detrás/ Contra cualquier tema se entrevera/ De cuando se jugaba mejor a qué”). Debajo de esta aséptica descripción, la música se encorva entre acordes ríspidos sobre una base pesada de marcha camión. Es una obra con tonalidades sepias, y el que describe pareciera ser un intruso que apostado al mostrador, registra la escena.
“Los Boliches” de Ignacio Suárez (1944) y Yamandú Palacios (1940-2021) pertenece a otra especie. Estamos frente a un texto que romantiza el tema y lo traduce afectivamente. Hay una gran cuota de poesía tanguera en los versos del escritor rochense (“Otra vez los boliches nocturnos/ amarillos de sueños perdidos/ quinieleros de suertes extrañas/ azulados en humos y vinos”). La música (perfecta) de Palacios es el soporte ideal para los entrañables versos, donde una vez más, la instancia de una escritura de canción “a cuatro manos” se vuelve un hecho inexplicable. El estribo llega cargado de nostalgia: “La soledad, con el alcohol/ suelta un gorrión, que por el aire del alma se va/ Con el alcohol, la soledad/ tibio gorrión que por el aire del alma voló.”
Para el álbum “Sur”, Jaime Roos (1953) graba una extraordinaria canción, cuyo texto es una co-autoría con Raúl Castro (1950), y que surgiera para el unitario de televisión “Los tres” dirigida por Jorge Denevi (1944). La canción central fue “Las luces del Estadio”, y que puede definirse como un tango experimental. La música (cargada de “piazzolismo”) envuelve un texto de características espectrales y donde pareciera latir el espíritu de la película homónima –y posterior- de Pino Solanas. “Todos hemos pasado alguna alborada/ Por la puerta del bar donde para la vida/ Donde a la medianoche reviven fantasmas/ Y el poeta a su musa da la bienvenida”. El inicio–con un dejo a Cadícamo- remite a lo nocturno, a episodios fantasmagóricos. “Cuando llega la hora en que no hay más reenganche/ Y el gallego bosteza mientras cuenta la guita/ Quedan tres trasnochados empinando el estribo/ Tintineante el cáliz del agua bendita”. La soledad compartida por los amigos en horas en que la ciudad sueña: “Todo está terminando, sin embargo los tipos/ Se prenden al mármol, eterno testigo”. Con la llegada del fatídico día, hay espacio para una falsa esperanza:“(…) El mozo le baldea las patas al escabio/ Y uno de los tres bate al ver que está aclarando/ “¡Aguanten, che!, son sólo… las luces del Estadio”. La coda final es casi una cita –un poco más acelerada- de “Buenos Aires Hora Cero”.
Alberto “Mandrake” Wolf (1962) escribió esta canción para el álbum “Candombe de no sé quién soy” (1990) de Alberto Wolf y Los Terapeutas. “Constelación de bares, Pocitos” es un funk “brasilero”, pero donde el candombe puede olfatearse por debajo. Una mirada diferente desde el hedonismo y la celebración vital (“Voy bajando el morro/ Confundiendo estrellas/ Ganas de amigos/ Ganas de botellas”) “Mandrake” describe desde lo sensorial y el disfrute pleno (“Los boliches de Pocitos/Titilando en la noche/ Constelación de bares/ Brillando en la costa/ Aguantando el frío/ De los mostradores/ Vino blanco mesa fuera/ Cuando los calores”). Aquí no encontramos fantasmas con qué lidiar, ni dolor existencial: es una oda al goce. El puente es fantástico desde lo musical y el texto nos apura: “Pero todo va tan rápido/ En la constelación/ Uno siempre se sorprende/ El tiempo cómo pasó/ Un saludo, otra copa/ Otra vuelta del reloj/ Rotación de los boliches/ Rotación del licor”. Estas son algunas de las distintas miradas sobre un mismo tema. Por supuesto que existen más canciones sobre la temática y el listado resultaría bastante amplio. Aparecen aquí, caprichosamente, cuatro de estas joyas de nuestra querida –rica y diversa- música popular.
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