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Por qué acá  por Juan Martín Posadas

Por qué acá  por Juan Martín Posadas
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Alguien se habrá preguntado alguna vez las razones o motivos por los cuales yo escribo acá, en Voces, con cierta regularidad. Para ellos, para quienes se formulan la pregunta, yo soy sapo de otro pozo; es normal que yo escriba en El País, pero no lo es que escriba para Voces, un semanario de izquierda. Estoy seguro que no faltan quienes consideren esto un abuso de mi parte o una flagrante desubicación.

Voy a explicar por qué escribo acá. Lo hago porque, en un tiempo de intransigencia y camiseteo obtuso como el que se respira ahora, uno hace un bien a la Patria desafiando y contrariando esos esquemas mentales y políticos. El primero que hace ese bien es el Director y factotum de este semanario, que es de izquierda, pero tiene un sentido abierto y pluralista. Yo escribo acá para colaborar con ese sentido. Por esa misma razón y con ese mismo propósito he enviado ocasionalmente textos a Brecha que han sido publicados.

El Uruguay –y cuando digo el Uruguay aludo a todos sus cuadrantes políticos- debe aplicar un constante empeño en desintoxicarse del sectarismo burro que se ha instalado (en todos sus cuadrantes).

Lo que se escribe en un lado no se lee en el otro o si se lo hace es directamente para someterlo a la burla y a la descalificación. Y ese empeño se acomete no porque se haya analizado el texto y encontrado falla sino porque proviene del otro lado: eso es justamente lo que lo descalifica. En estos tiempos que corren las lecturas comienzan por el final: por la firma. Si el que firma es uno de los de mi lado me interesa y lo leo, si es del otro lado, no me interesa y no leo.

Está sucediendo en política algo muy parecido a lo que se nos induce en las redes de comunicación virtual. Nuestras preferencias son seguidas paso a paso a través de las pistas que dejamos en nuestros mails, teléfonos y búsquedas en Internet. Después nos ponen en contacto exclusivamente con material de ese perfil y –cómodamente, insensiblemente- nos van encerrando en nosotros mismos y con nuestros iguales, acorralados en nuestros gustos, fobias, opiniones y manías, separados y externos a todo lo demás, ignorantes de lo que pueda considerarse lo otro, la otredad, lo diferente, lo desafiante, lo enriquecedor y renovador.

Florece en estos tiempos un discurso político que tiene ese mismo formato y patrón: ese discurso es un relato para los miembros del club, pero de un club que ha perdido su definición y todo rasgo distintivo que no sea la referencia negativa al contrario: cada uno se define no por lo que ha sido su trayectoria o por las propuestas que ofrece sino porque es lo opuesto del otro, la contracara.

En estos días hemos oído al Diputado Caggiani diciendo que el Frente Amplio tiene que cambiar el chip; ya no somos oficialistas, dice: tenemos que ser oposición. Sobre esas bases fundamentó una avalancha de llamados a sala o a comisión de un lote de Ministros variados y otros jerarcas más, todo en la misma semana. El senador Andrade, por su parte, ha afirmado que no tiene ninguna importancia el contenido de los artículos impugnados de la LUC como motivo para firmar; nadie se va a acordar de eso. Firmar es firmar contra el gobierno.

La LUC, buque insignia de la campaña electoral del Partido Nacional, no fue una propuesta cerrada: fue abierta cuando entró al Parlamento, tuvo alteraciones, modificaciones, agregados y supresiones. Fue una ley presentada con un claro espíritu transaccional. Por otra parte, no podía haber sido de otra manera tratándose de un gobierno de coalición, es decir, sin mayorías propias. Pero, además, es el espíritu que corresponde a una democracia pluralista (o democracia a secas) donde es de su esencia que nadie tenga todo el poder para hacer lo que quiera y sea necesaria la negociación y la transacción (es decir, que sea necesaria la política).

En la portada de VOCES de unas semanas atrás el ex Diputado y ex Ministro del Interior del Frente Amplio J. Diaz resumió su análisis de la derrota electoral del Frente en que no habían tenido una propuesta suficientemente de izquierda. Error doble; en cuanto a la ideología y en cuanto a la percepción de lo que es el Uruguay. Mucho más acertado estuvo, en su momento, Tabaré Vázquez cuando, con sagacidad política y conocimiento de la realidad del país, inventó el Encuentro Progresista. Abrió al Frente, no lo cerró y ganó esas elecciones en primera vuelta. Después de ese momento el Frente Amplio se fue cerrando cada vez más sobre la izquierda y, correlativamente, fue perdiendo votos elección tras elección, hasta perder el gobierno en esta última. Los partidos, y sobre todo los países, se van construyendo o destruyendo en este tipo de opciones (que el analista bisoño juzga como meras decisiones electorales).

El proyecto político –explícito o implícito- de construir un país de un solo color político en el cual los buenos y justos (nosotros) se imponga y ahogue a los malos y herejes (los otros) es, en esencia, un proyecto totalitario. Además, gracias a Dios, también poco acorde con los antecedentes del Uruguay.

Detrás de ese tipo de opciones viene eso que en la Argentina ya está firmemente instalado: la grieta. Empieza a imponerse y regir una lógica política perversa. Como consecuencia de ella los partidos políticos se agrupan y se funden en dos bandos, perdiendo identidad y contenido: pasan a definirse e identificarse cada uno simplemente como lo opuesto al otro. Si uno dice negro, el otro dice blanco. Y si por concesión (o distracción) el que dijo negro pasa a decir blanco, el otro tiene que cambiar, deja de decir blanco y pasa con todo fervor a decir negro. Las identidades partidarias –que ya están asaz desfiguradas, en el mundo y acá- desaparecen del todo, el debate político se vacía y la intransigencia pasa a ser el único lenguaje.

El Uruguay ya ha recorrido algún trecho en ese camino esterilizante y debe abrir los ojos antes de que sea demasiado tarde. Por eso cualquier práctica que marque distancia y/o deliberadamente desconozca esa lógica y se salga de sus presupuestos se hace hoy necesaria. Cualquier acto que desafíe esa lógica y que tome distancia del presupuesto de que exista una separación insalvable entre un Uruguay y el otro es saludable: esa es la razón por la cual yo escribo acá.

Algunos pensarán que he escrito lo que antecede para justificarme ante frenteamplistas eventualmente escandalizados y/o enojados. Quizás sea al revés: es para que entiendan mis correligionarios blancos qué estoy haciendo acá.

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