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Regresan los juguetes que se niegan a ser olvidados

Regresan los juguetes que se niegan a ser olvidados
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Hoy se estrena la cuarta parte de Toy Story, una de las sagas más férreas y compactas que fabricó Hollywood. Todo comenzó en 1995, cuando John Lasseter lanzó un hito en la historia de la animación. Toy Story fue el primer largo creado totalmente por ordenador gracias a Pixar, la empresa de Steve Jobs, quien había llegado a un acuerdo con Disney para coproducir películas. Más allá de esa revolución técnica, Toy Story reveló un primer acierto al presentar una trama que renovaba los cánones de Disney. El vaquero Woody era el juguete favorito de un niño llamado Andy. Cuando éste cumplía años nuevos juguetes llegaban a casa, entre ellos Buzz Lightyear, un muñeco espacial que se convertía en su preferido, provocando el descontento de Woody, desplazado por la llegada del moderno rival. Pero la unión de los personajes llegaría al advertir que un niño vecino de Andy era un verdadero depredador de juguetes. De gran acierto en su espectacular trabajo técnico en CGI, un plus fue la utilización de la movilidad de los juguetes, que se suponen inanimados, empleando sus particularidades para construir una trama vigorosa. Los mejores momentos se hallaban en la primera mitad, llena de ritmo e ingenio en la creación de diálogos y situaciones, sobre todo en el magistral episodio de la misión de los soldados y en el frenético y urbano clímax. Menos eficaz resultaba cuando la acción se desarrollaba en casa del niño villano, por resultar más predecible. Empero, los temas propuestos funcionaban a pleno: el valor de la amistad, los celos, la redención, la aceptación de uno mismo con virtudes y limitaciones, estaban enfocados con seriedad, sin insultar la inteligencia del público infantil. El éxito fue descomunal.

En 1999 Toy Story 2 supuso una nueva y eficaz utilización del esquema Pixar: técnica deslumbrante y trama sencilla pero con gancho. Si algo sorprendió de la secuela es lo bien que lucía el guion, no por la excusa del rapto de uno de los personajes principales, sino porque daba al público un producto frenético, divertido y salpicado por situaciones de comedia de equívocos, y a ello añadía el clásico toque macabro de Disney, como la tortura psicológica que representaba para los muñecos el quedarse sin dueño e ir a parar a un museo, equivalente de un cementerio. La película presentó sorpresas desde el punto de vista argumental, pero lo mejor eran las escenas de acción que abarcaban todo tipo de géneros (la inicial, situada en el espacio; persecuciones en auto; carreras a caballo dignas de un western) y superaban lo visto en la película inicial debido al progreso del mundo de la infografía en esos años. De esa forma el nuevo film profundizó en otros aspectos, como recrear seres de carne y hueso (el coleccionista de juguetes parecía un auténtico ser humano) o ampliar el campo de acción en el que se movían los juguetes

La primera década del siglo 21 vio a Pixar generar varias obras mayores (Buscando a Nemo, Los increíbles, Ratatouille, Wall.E, Up), y los muñecos animados parecían haber sido dejados de lado. Sin embargo, en 2010 Woody, Buzz y sus amigos volvieron en Toy Story 3, el primer largo de Pixar que superó la barrera de los mil millones de dólares de recaudación. En el film el fantasma de la caída en desuso seguía acosando a los chiches de Andy, porque un hallazgo muy inteligente fue no disimular el paso del tiempo, sino hacer de él uno de sus asuntos centrales. Once años habían pasado desde la última aventura, y ahora Andy estaba por partir a la universidad. Su hermanita ya no era una bebé, el perro estaba reumático y viejo, el papá seguía sin dar señales de vida (uno de los grandes misterios de la saga), y no había para los juguetes más alternativa que la basura, el altillo o la donación. Por eso iban a parar a la guardería Sunnyside, de bello nombre pero nada pacífica, ya que los niños eran unos vándalos y, como contrapartida, un adorable osito de peluche terminaba siendo un verdadero dictador con tendencias psicopáticas. Con esa trama, Toy Story 3 era lo más parecido a un thriller paranoico que el cine para niños dio desde Coraline en adelante. El resto era aventura con la convicción habitual en Pixar, desde el momento en que Buzz y los demás estaban a punto de ser devorados por el camión de basura y Woody se lanzaba al rescate, hasta la tremenda secuencia del triturador y el horno, que empujaba la trama al borde del horror y la tragedia. También había lugar para el sarcasmo, con la utilización de los personajes de Ken y Barbie. En medio de todo eso brillaba la funcionalidad con que la técnica se incorporaba al relato, al punto que era necesario tocarse los lentes para recordar que Toy Story 3 se estaba exhibiendo en 3D. Fue el mejor film de la serie.

Quizás ése sea el mayor reto de Toy Story 4, que se estrena hoy: mantener el alto nivel del resto de la saga, en especial luego de lo visto en la magnífica tercera parte. El film, obviamente, no ha sido visto aún por este cronista, pero reseñas del exterior (no siempre confiables, es cierto) hablan que “ya no estamos ante una trilogía sino una tetralogía en pleno derecho. La nueva película está entregada al sentido de la aventura y del descubrimiento. Habla de temas universales, y de nuevo lo hace sin engolar la voz. Se adorna además por una brillantez visual asombrosa, en la que las texturas, los volúmenes, la iluminación y la precisión de los movimientos de cámara alcanzan cotas inauditas”. Como ésta, hay muchas otras opiniones en el mismo tenor. Quizás Pixar ha vuelto a conseguir lo que parecía imposible…

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Amilcar Nochetti Tiene 58 años. Ha sido colaborador del suplemento Cultural de El País y que desde 1977 ha estado vinculado de muy diversas formas a Cinemateca Uruguaya. Tiene publicado el libro "Un viaje en celuloide: los andenes de mi memoria" (Ediciones de la Plaza) y en breve va a publicar su segundo libro, "Seis rostros para matar: una historia de James Bond".