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Seis meses de pandemia

Seis meses de pandemia
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Ha pasado un semestre desde el arribo del Covid a nuestro país, con todas sus secuelas económicas, sociales, psicológicas y políticas. ¿Cómo se ha comportado el Uruguay? ¿Actuó diligentemente el gobierno? ¿Qué medidas faltaron? ¿Estuvo la oposición a la altura? ¿Cómo reaccionó la población en general? ¿Qué secuelas van a quedar de este periodo? ¿Cuánto hubo de otros factores aleatorios para la buena situación comparativa que presenta nuestro país? ¿Hay una falsa sensación de fin del peligro en la población y un afloje de las precauciones?

 

Haciendo historia por Cecilia Hackembruch

Dicen que las crisis “desnudan” debilidades. Es posible, pero el contexto de pandemia por COVID 19 en nuestro país mostró linealmente lo contrario, sus fortalezas.

Nada pasa por casualidad, ni la suerte es la que determina resultados en situaciones tan complejas. Hemos asistido a la demostración de una impecable conducta ciudadana, científica, e institucional, para enfrentar un enemigo común, en forma de enfermedad transmisible, nueva, que descontroló sistemas sanitarios de países muy poderosos.

La cohesión institucional entre los ministerios de salud, trabajo, educación, desarrollo social y de industria, conectándose con la comunidad académica, y actores privados, ha sido en mi opinión la clave del éxito. Desde la perspectiva de la salud pública, se reflejó explícitamente la importancia de todos los determinantes de la salud en el manejo de las enfermedades. Vimos el fortalecimiento del primer nivel de atención, gracias al camino recorrido en la conformación del SNIS. Se comunicaron efectivamente a la población las medidas de prevención y alerta sobre la enfermedad. Los ciudadanos no entraron en pánico, a pesar de las situaciones que se veían fuera de fronteras.

Rápidamente se intervino en la infraestructura sanitaria, atendiendo la posibilidad de contingencias, y generando opciones ante eventuales quiebres de stock de insumos o reactivos para diagnóstico. Se diligenciaron apoyos para los sectores seriamente afectados por la caída de la actividad, o por el aislamiento.                La población respondió de forma ejemplar. A su riesgo los comerciantes y otros sectores, bajaron sus actividades para mitigar exposición a contagio. Los maestros y docentes, realizando un enorme esfuerzo por mantener los canales de formación de los estudiantes. Y todos, obedeciendo las medidas ya memorizadas, distanciamiento físico, uso de tapabocas y lavado de manos.                 Las últimas semanas aumentaron los contagios, difícil distinguir si fue por el aumento de la actividad, abandono de las medidas preventivas, o ambos. Aún quedan pendientes. Particularmente importante será el trabajo de recuperación en algunos sectores de la economía y en la educación.

Y la recuperación emocional de muchos, en distintas dimensiones, porque abuelos no vieron a los nietos, hijos a sus padres, otros perdieron el trabajo o vieron afectada su economía familiar.                    Esta epidemia va a hacer historia. Aquí, será recordada porque aprendimos a ser menos individualistas y más solidarios. Que la salud no es cuestión de médicos, sino de todos. Que lo que hacemos con nuestra vida tiene trascendencia en la vida del otro.  El valor de los abrazos y besos que extrañamos, y las sonrisas hoy cubiertas, nos tienen que alentar a no aflojar.

 

¿Y si hubiéramos aplicado un “Plan B”? por Benjamín Nahoum

¿Había un “Plan B”, o más de uno, aparte de aquella loca idea de encerrar el mundo en la burbuja de la cuarentena total, que en ningún lado dio resultado? Si miramos alrededor, y sobre todo a nuestros dos grandes vecinos, no podemos estar desconformes con lo que nos ha tocado en suerte: habiéndose testeado ya a más de uno de cada veinte uruguayos, los casos positivos con relación a toda la población son de cinco por cada diez mil personas y los de letalidad de poco más de una por cada cien mil: del orden de la vigésima parte de las mismas cifras que para Argentina, y alrededor de la quincuagésima parte que para Brasil.

Pero esto, que comparativamente es bueno, ¿pudo ser mejor? ¿Qué hubiera pasado si, en vez de las muchas semanas iniciales de cuarentena generalizada (que no total, lo que es imposible porque hay actividades esenciales, que, aunque se paralice todo, no pueden paralizarse)? ¿Qué hubiera pasado si se concentraba el aislamiento en la población de riesgo, además de los enfermos, en vez de hacerlo genérico? ¿No hubiera podido limitarse aún más la expansión, sobre todo la comunitaria, si en vez de los quinientos o seiscientos exámenes diarios iniciales se hubieran realizado desde el principio los mil quinientos o dos mil de ahora? ¿Habrían mejorado o desmejorado esas buenas cifras, si en vez de volver a habilitar primero las actividades en las que los sectores empresariales hacían más presión, como la construcción, se hubiera comenzado antes con la enseñanza o las actividades a cielo abierto o más fáciles de controlar? ¿Puede sostenerse que nada de esto podía preverse hasta marzo, cuando el virus empezó a circular a fines del año pasado, y los aviones a transportarlo?

Sobre todas estas preguntas pueden hacerse hipótesis, pero es muy difícil que haya respuestas seguras, porque siempre es más fácil ser historiador que profeta. Pero lo cierto es que, en algunos otros lados, en que se actuó de manera diferente, también se obtuvieron igualmente buenos resultados sanitarios, y mejores desde el punto de vista social, de la economía de la gente y aún de la afectividad y la situación psicológica individual y familiar.

De lo que no cabe duda es que, para enfrentar estas catástrofes, que antes sucedían cada muchas décadas, y de las que ahora hay un ejemplo cada muy pocos años, las mejores posibilidades las tienen los países que cuidan el bienestar de su población y lo ponen por encima del negocio. Y, mal que bien, el Uruguay es uno de ellos, aunque los pese a los defensores del Estado lo más chico posible. Y otros países, que son sus antípodas en ese sentido, como los Estados Unidos de Trump, donde la salud no es un derecho sino un negocio, son un ejemplo de lo contrario.

Ojalá todo esto sirva, ahora que el peligro actual no está eliminado, pero sí atenuado, para pensar cómo nos preparamos y como enfrentamos los peligros a venir, que incluso pueden ser los rebrotes de estos mismos. Que más tarde o más temprano vendrán, en esta lucha sin pausa de los seres humanos contra el planeta y la naturaleza que lo habita.

 

«Un fantasma recorre el mundo: el fantasma del virus asesino». por David Rabinovich

En un mundo gravemente afectado por las naturales consecuencias del sistema capitalista, el “Covid” plantea la posibilidad de un futuro peor que cualquiera de los imaginados hasta hace bien poco. Cuando las perspectivas ya no eran color de rosa.

Las inevitables ‘secuelas económicas, sociales, psicológicas y políticas’ aparecen como de magnitud difícil de evaluar. Como en todo proceso, lo que se haga y lo que no, determinará la gravedad de los daños que traerá la nueva normalidad. Hablamos de daños a la sociedad y a las personas. Sólo habrá beneficios para un puñado selecto de empresas y empresarios que despliegan su actividad en sectores muy especiales. El mundo será más Google, más Amazon y más Netflix… Será menos ‘humano’, porque quedará mucha más gente al margen de la sociedad: desocupados, hambrientos, en la ignorancia.

El Uruguay está en una región que aparece como más y peor afectada por ‘la pandemia’. Pero hemos enfrentado la amenaza bastante mejor que nuestros vecinos. Nos ayudan factores demográficos y, sobre todo, tener una situación –heredada de los gobiernos del Frente Amplio-  mucho mejor que la del ‘barrio’ en general. En materia de servicios públicos nuestra infraestructura es diferente a la de Argentina, Brasil, Chile… Las raíces ‘batllistas’ ayudan. La resistencia al neoliberalismo -lúcida y firme- desplegada por organizaciones sociales lideradas por el Pit-Cnt, tuvo éxitos parciales. Sobre esa base, los gobiernos de la izquierda construyeron el sistema nacional de salud, el desarrollo de las telecomunicaciones, profundizaron la seguridad social… Nada es perfecto ni suficiente, pero sí mejor que lo que otras realidades cercanas muestran. Mucho mejor.

Aspectos positivos, en las sociedades contemporáneas, sobreviven bajo la amenaza permanente de un ‘mercado’ que destruye todo lo colectivo para devorarlo. Mercantilizar a toda costa y a todo tren aspectos básicos de nuestras comunidades es una estrategia peligrosa, inconveniente para las mayorías y criminal para los sectores más débiles de la sociedad. Con este panorama y perspectivas debemos analizar el impacto de la Luc, del presupuesto y de tanta iniciativa que surge de la coalición multicolor gobernante.

Por ejemplo: para enfrentar la pandemia, el Uruguay ha tenido una fortaleza importante a partir de la Universidad pública y del sistema de investigación nacional. Fueron líneas de acción que durante 15 años los gobiernos ‘progresistas’ apoyaron con recursos siempre crecientes. Las nuevas políticas discriminan fuertemente a la Udelar porque la apuesta es a la educación privada. Similares amenazas tenemos sobre el sistema de seguridad social que sólo les preocupa para bajar sus ‘costos’ y… Preservar los privilegios militares. Sobran ejemplos. Los pronósticos son sombríos.

 

Por los frutos conoceréis el árbol por Fanny Trylesinski

A seis meses del arribo del Covid 19 a Uruguay, un repaso a algunos indicadores nos ayuda a poner en perspectiva nuestro desempeño: 12.9 muertos por millón de habitantes (lugar 113 en el mundo), 505 casos por millón de hab. (lugar 124 en el mundo), 0.5 nuevos casos cada 100 mil habitantes (promedio móvil diario de los últimos 7 días). Solo para comparar, Argentina, que arrancó con números parecidos, hoy tiene más de 12 mil casos por millón de hab. y 23.1 cada 100 mil nuevos contagiados en el promedio diario de los últimos 7 días.  Por ello, lo del título.

Es cierto que esta historia aún no ha terminado y hay que seguir tomando las precauciones indicadas.

Una batería de medidas tomadas a tiempo, una conjunción de liderazgo político firme y claro apoyado en fundamentos científicos sólidos, una excelente comunicación y una población que tomó muy seriamente la pandemia, nos llevaron a la situación en la que nos encontramos hoy. El desempeño en materia sanitaria y la hoja de ruta de salida permitió que la economía comenzara lentamente a recuperarse y que no se esperen resultados catastróficos en materia de nivel de actividad, como los de nuestros vecinos.

Las consecuencias en materia social son importantes y el gobierno tomó las medidas que tuvo a su alcance y con la focalización necesaria para atenuar los efectos de la pandemia. No debemos olvidar la pésima situación fiscal que heredó este gobierno y la endeblez de la situación social que la pandemia puso en evidencia.

Se pregunta si la oposición estuvo a la altura. Conviene aquí repasar algunos hechos para responder a la misma. El 23 de marzo, 10 días después de detectados los primeros casos, la oposición lanzó una ofensiva en la que se destacan tres pilares: 1) el PIT CNT convocó a una caceroleada con apagón como forma de “lucha” para reclamarle al gobierno medidas de apoyo a la población (medidas que por otra parte ya se estaban instrumentando, pero que, a juicio, de la central eran insuficientes). 2) El ex presidente Dr. Tabaré Vázquez reclamó una “cuarentena obligatoria”, cuando ese no era el camino elegido por el nuevo gobierno (Vázquez intentó luego decir que no había dicho lo que dijo, pero los audios son muy elocuentes) y 3) El Sindicato Médico del Uruguay pidió también una cuarentena obligatoria.

En síntesis, en lugar de respaldar al gobierno, la oposición y sus brazos sindicales salieron a cuestionar las medidas tomadas y a exigir otras. Por lo tanto, la oposición estuvo a la altura de una fuerza política enojada por la derrota electoral y de sus antecedentes históricos.

 

Es hora de enorgullecernos por Max Sapolinski

Seis meses llevamos de pandemia y lo único de lo cual tenemos certeza es que este año quedará grabado en la memoria colectiva con rigor y crudos sentimientos.

Si se me permite, voy a incurrir en el delito de la inmodestia citándome a mí mismo. Hace medio año escribíamos en estas mismas páginas: “Las autoridades públicas han demostrado una solvencia y una empatía particular para afrontar una situación a escasos días de haber asumido y sin que pudieran siquiera conocer en profundidad los organismos que les toca dirigir”.

Esas eran las percepciones preliminares en aquellos días de marzo. Habiendo transcurrido estos 188 días, podemos afirmar, aún sin conocer el final de esta historia, que no sólo las autoridades estuvieron a la altura de las circunstancias. El pueblo uruguayo, fiel a su tradicional espíritu de resiliencia supo asumir sus responsabilidades.

Si bien siempre aparecen notas discordantes, me permito englobar en el marco de la responsabilidad y seriedad a todo el país. De todas las tendencias ideológicas y de todos los estratos sociales se demostró un claro criterio de madurez que está permitiendo sobrellevar con orgullo y la frente alta, las dificultades que la crisis sanitaria genera.

Es hora de enorgullecernos y destacar el aporte que la Academia ha brindado a la coyuntura, complementada con la sabiduría de las autoridades en permitir que nuestros científicos protagonicen con destacada claridad la tarea de planificar, guiar y explicar el camino a seguir.

También debemos enorgullecernos del sistema de salud que durante generaciones, y con el aporte de gobiernos de todos los colores, se ha venido forjando.

La conjunción de madurez de las autoridades, la sabiduría y empatía de los científicos, la fortaleza del sistema de salud y la responsabilidad advertida en el grueso de la población, sin lugar a dudas fueron factores determinantes para poder diferenciarnos de la mayoría de los países del mundo.

Por supuesto que el final de esta historia aún no se ha escrito. El éxito obtenido hasta el momento puede terminar generando la sensación de debilitamiento en los esfuerzos que aún son imprescindibles. Por ello, los factores que lograron consolidar la buena gestión deben redoblarse para alcanzar la meta que seguramente vendrá cuando la ciencia y la industria mundial encuentren los mecanismos para erradicar definitivamente la pandemia.

Cercanos estarán los tiempos en que todos deberemos aplicar la misma responsabilidad que caracterizó este período de tiempo, para embarcarnos en el paliamiento de las secuelas que en materia psicológica, sanitaria, social y económica inevitablemente sobrevendrán. Confiemos en estar a la altura de las circunstancias.

 

¿Maldición o bendición para el gobierno? Por Oscar Mañán

Un gobierno que comienza su gestión en condiciones de mayoría estrecha y articulada luego de una amplia coalición que implica concesiones, no podría decirse que tenía todas consigo para afrontar una pandemia. Pero, además, proponía un cambio importante respecto a lo que habían sido los tres últimos gobiernos. Prometía un ajuste en las cuentas públicas, no subir impuestos y una reorientación económica radical hacia el mercado. Lo anterior hace pensar que la pandemia implicaría una maldición para su gestión. Sin embargo, también tales condiciones imprevistas inhibieron una posible conflictividad social ante iniciativas del gobierno que no contaban con mínima legitimidad y que en tiempos normales hubiera enfrentado fuertes movilizaciones. Bajo esta hipótesis, la pandemia resultó una “bendición” para imponer algunas iniciativas poco racionales para la cultura uruguaya.

El manejo en sí de la pandemia no implicó medidas estrictas y obligatorias, lo que fue un gran acierto dado la experiencia de países vecinos y tomando en cuenta la idiosincrasia nacional. Conformar un comité científico honorario para el seguimiento y asesoría respecto a la posible expansión del virus y para pensar las estrategias, fue un acierto decisivo. Cierto es que debe relativizarse el éxito del control de la pandemia con condiciones estructurales y el haber observado las primeras experiencias asiáticas y europeas. Vale que en condiciones de una pequeña población, su relativa madurez política para afrontar medidas precautorias, la avidez por informarse y extremar cuidados; un sistema de salud bastante integrado y distribuido en el territorio; una red de solidaridad organizada que palió los déficits de ingresos y la tímida reacción de las instituciones de desarrollo social, son entre otros activos de valor. Asimismo, los científicos discuten la posible influencia en el control de la pandemia las varias generaciones inoculadas con la “BCG” (Bacillus Calmette-Guerín), vacuna usada para la tuberculosis pero que pudiera tener un impacto colateral en otros cuantos virus y bacterias.

De todos modos, la pandemia tiene y tendrá un impacto de largo aliento que seguro excederá este período de gobierno. Por más que el actual gobierno haya reaccionado contra CEPAL, hay dos cosas innegables: el impacto en el desempleo podría durar tres lustros y Uruguay es el que hizo menos esfuerzo fiscal para afrontar tales consecuencias. Si bien el aspecto sanitario pudo manejarse con éxito, el económico preocupa, y este no solo es un problema que estará por un tiempo, sino que interpela la visión de economía-política que tiene el gobierno. Es un dato incontrastable que, en las crisis, el mercado solo puede propiciar el ajuste, pero es el Estado o las iniciativas de política las que pueden monitorear una recuperación. La paradoja radica en el impacto de una crisis de largo aliento que sorprende, pero la misma le permitió a dicho gobierno tomar decisiones políticas audaces, contraria a grandes mayorías nacionales (caída del salario real, recortes presupuestales, leyes anti-derechos, cierto autoritarismo político, etc.) y sin enfrentamientos que podían esperarse.

 

Rechazar las falsas dicotomías, trazar nuestro propio camino por Juan Pablo Grandal

Como una persona que sistemáticamente rechaza el pensamiento binario que muchas veces se nos es impuesto desde los centros de poder, tengo que afirmar con total claridad, que el camino moderado que ha tomado nuestro país ha demostrado ser el más viable. En ningún lugar es más claramente visible que en nuestra región, en donde nuestros vecinos son claros representantes del pensamiento extremista e intransigente en la respuesta a la pandemia del COVID-19, ambos siendo un gran fracaso. Argentina representa el claro ejemplo de la imposición de una cuarentena radical e intransigente, que vienen arrastrando desde el mes de Marzo, habiendo fracasado estrepitosamente en el control del contagio, y además continuando la destrucción del aparato productivo de la Argentina que se arrastra del gobierno pasado. Otras consecuencias más graves que hoy no son plenamente visibles, pero se pueden comenzar a ver los gérmenes, es una balcanización del territorio argentino, aumentando la separación entre cada Provincia, lo cual sumado a la gravísima situación socioeconómica del vecino país pinta un futuro muy lúgubre para un país con todas las condiciones para ser una potencia continental con proyecciones globales.

Por otro lado, Brasil ha tomado un camino que parece haber sido el opuesto: priorizar la economía sobre el control de la pandemia. Resultado: la economía ha tenido un declive también gigantesco (aunque inferior al argentino), y la situación sanitaria es también insostenible. ¿Cuál es la lección? La supuesta “contradicción” entre salud y economía que se nos presenta desde los grandes medios no es tal. No se puede tener una economía saludable si la población no es saludable; y tampoco se puede garantizar la salud pública si se desmantela sistemáticamente el aparato productivo. Se debe tomar un camino moderado y buscar balancear tanto salud como economía. Esta es la posición que se ha tomado (obviamente con errores, la perfección no existe) desde nuestro país, y los resultados creo están a la vista de todos. Si bien ha habido episodios de difusión del virus, y en los últimos días parece haber un crecimiento en el número de casos, no deja de ser un número minúsculo si miramos los números per cápita comparado con nuestros vecinos y con Latinoamérica en general (también a nivel global). La economía ha sido fuertemente golpeada sin duda, y la situación social es de una grave crisis, de lo cual jamás debemos olvidarnos, pero la caída ha sido mucho menor de lo que se preveía al comenzar esta situación y ni que hablar en comparación, de nuevo, con nuestros vecinos. También las perspectivas de la recuperación a futuro son mucho más alentadoras.

En este sentido hay que darle crédito al actual gobierno sin dudas, ya que en un principio desde figuras de primera línea de la actual oposición (como por ejemplo el ex-Presidente Tabaré Vázquez) se pedía a gritos la cuarentena obligatoria, y se terminó demostrando por la vía de los hechos que la posición del gobierno era la adecuada, tanto así, que ya no se demanda la cuarentena obligatoria desde ningún sector. Pero también hay muchas fortalezas estructurales que tiene nuestro país que va más allá del accionar de cualquier gobierno o partido en particular, que hay que destacar, como por ejemplo nuestro sistema de salud, de los más fuertes de la región. También es posible que la suerte haya tenido su influencia, pero como no se puede medir, especular en ese sentido es bastante inútil.

En fin, la situación actual y las distintas respuestas a ella nos enseñan de nuevo, como la Historia nunca se cansa de demostrar, que el pensamiento binario y las falsas dicotomías presentadas por el poder deben ser rechazadas y trazar un camino propio. Es triste que países como Argentina y Brasil, con una rica historia de rechazo de dichas falsas dicotomías y de trazar su propio camino frente a contiendas y debates foráneos (particularmente bajo el liderazgo de Juan Domingo Perón y Getúlio Vargas respectivamente) hoy sean quizás los ejemplos más claros a nivel global de estas falsas opciones. Pero también debe alegrarnos como orientales la posición que ha tomado nuestro país, que al menos en este tema, ha tomado una posición soberana, trazando nuestro propio camino, fuera de las falsas dicotomías que se pretende imponer a los pueblos del mundo.

 

Libertad o suerte por Leo Pintos

Como pocas veces antes tengo claro que mi opinión no aporta nada respecto a este tema. Primero, porque no tengo conocimientos en el tema sanitario. Segundo, no tomo decisiones, mi opinión no salvará vidas. Cuando pase todo será el momento de exigir cuentas. Por ahora se trata de aportar y sumar; la casa está en llamas y toca decidir qué salvar. Es por ello que la mayoría de las veces hablaré en condicional, porque es imposible ser concluyente en la actual situación.

En estos seis meses de crisis sanitaria ha habido errores y aciertos del gobierno, pero criticar teniendo en la mano el diario del lunes y negar que se haya actuado con diligencia en la emergencia es una deshonestidad intelectual. Como lo es también no valorar las fortalezas que dejaron los gobiernos anteriores y que probablemente ayudaron para tener la pandemia razonablemente controlada.

Quizá  hayan características propias de nuestro país, sanitarias, demográficas, políticas, educativas y culturales, que ayudaron para que el coronavirus no haya impactado igual a como sucedió en el resto del mundo, y particularmente en América. Sin embargo es  posible observar algunas expresiones de agentes políticos del entorno del gobierno que lindan en el triunfalismo y la autocomplacencia, y quizá sea difícil evitar caer en eso, pero no  parece oportuno. Es poco lo que sabemos  respecto a la enfermedad, y cuando lo científico y lo político interactúan, es natural que entre los que estamos sujetos a las decisiones resultantes aparezcan el miedo, la duda y la incertidumbre. El miedo a la enfermedad, la duda entre Lo que nos dicen y lo que nos ocultan, y la incertidumbre entre lo que pasamos y lo que todavía nos queda por pasar. Es difícil sacar conclusiones más allá de lo que indican los números. ¿El bajo impacto de la enfermedad en Uruguay es consecuencia de las medidas sanitarias, o hay factores propios del país que colaboraron? ¿La libertad responsable nos trajo hasta aquí? Aventurar una respuesta parece arriesgado. La situación es tan novedosa que los marcos teóricos de referencia pierden todo sentido. Hemos visto como las consecuencias de las medidas sanitarias se sintieron en lo económico, y aunque parece haberse contenido bastante bien en el plano formal de la economía, hay cientos de miles de personas afectadas, las que deberán ser el centro de las políticas sociales para al menos reducir las consecuencias sociales que indudablemente tendrán.

Uruguay puede ser víctima de su aparente «éxito» en el control de la pandemia, puesto que no aparece una solución en un horizonte cercano y las medidas restrictivas no pueden prolongarse en el tiempo. El futuro inmediato exigirá máxima prudencia a los actores políticos y científicos que están al frente. Deberán resolver en lo inmediato qué hacer con la temporada turística, y lo que sucede en España es un ejemplo de lo que puede pasar si se decide priorizar la economía frente a lo sanitario. El gobierno ya debería estar planificando el próximo año lectivo, acondicionando locales para instalar aulas, y contratando docentes jubilados para cubrir la faltante que habrá. Porque si hay algo cierto es que los grandes afectados son los estudiantes, y las consecuencias de la alteración del año lectivo las veremos en los próximos años. La imposición del distanciamiento físico y social impactará en las distintas etapas  de la educación. En inicial, donde la proximidad emocional y el cuidado afectivo son tan necesarios. Será grande el deterioro en la calidad de la educación primaria, por la imposibilidad de realizar en condiciones normales las actividades de estímulo. Y especialmente se sentirá el deterioro en secundaria, que por la complejidad de su institucionalidad educativa, verá dañadas seriamente  las acciones que fomentan el rendimiento académico de los estudiantes.

Quizá como nunca antes estamos en las manos de los gobernantes, los que quizá como nunca antes están en manos de los científicos. Y esa situación les exige responsabilidad, honestidad y conocimientos. Si es cierto eso de que saldremos mejores de esto, algunos habrán de aprender que la solidaridad es lo que importa, y otros aprenderán que la solidaridad exige también responsabilidad. Se puede debatir sobre si el mundo dimensionó  adecuadamente la peligrosidad del covid-19, pero lo cierto es que hoy se impone aquello de ante el defecto de no ayudar, la virtud de no molestar.

 

HACIA EL FUTURO, SIN RUMBO por Isabel Viana

Estamos atiborrados de datos sobre el COVID 19 y los efectos inmediatos de su expansión sobre la civilización humana global. No se describe – al menos, fuera de la literatura – una circunstancia de este tipo. Si bien Uruguay ha manejado excepcionalmente el tema, la pandemia es un hecho global.

Hace muchos años leí “La Tierra Permanece” (George P. Stewart, 1949) novela que mostraba sistemáticamente los efectos de la casi total desaparición de la especie humana en  la tierra. Concebía los efectos como una serie de instancias de readaptación de la vida, creando  nuevos hábitats y formas de supervivencia. Era una versión del apocalipsis que creía en la vida. “Soylent Green” (El futuro nos acecha,  1973, dirigida por Richard Fleischer) relataba un apocalipsis duro, en el que morir era una buena opción para los humanos. Mucha literatura y films han señalado la vulnerabilidad extrema de nuestra forma de vivir y descrito posibles resultados de nuestras opciones.

Los avances de la ciencia y la tecnología, en los que depositamos nuestra fe como cultura, parecían hacer muy poco factible un episodio global del tipo del que estamos viviendo. Sin embargo, para contenerlo, usamos los mismos métodos que se usaron contra las pestes desde tiempos remotos: encerrarnos en nuestras casas,  alejarnos de otras personas, usar mascarillas para no respirar aires contagiosos, enterrar rápidamente a los muertos. Parece ser lo único efectivo. No es concebible que en este siglo al que llamamos XXI se amontonen muertos en las calles por incapacidad estatal de recogerlos, que la gente muera sola y sea enterrada en sepulturas anónimas, sin consuelo en la muerte ni rituales fúnebres.

Pero sucede. Posiblemente el exceso de datos no nos deje ver, pasado el primer momento de miedo inducido o real, que seguimos en riesgo, que el mismo virus, una mutación del mismo o quizás otro, pueden inutilizar las múltiples vacunas elaboradas y dejarnos tan expuestos como al principio.

¿Qué nos ha dejado la pandemia? Primero, la recuperación de la certeza de que todos somos iguales: color de piel, riqueza, posición o sabiduría acumulada no evitan el riesgo. Ricos y pobres, todos somos seres humanos iguales ante el riesgo, en el fondo, sólo iguales. Hemos logrado cambiar la faz del planeta pero no escapamos a nuestra condición animal ni a la vulnerabilidad que ésta implica. Más bien, hoy aprendemos en carne propia que el haber ocupado todas las tierras emergidas y el uso de nuestros poderosos medios de transporte, han abierto caminos para que, junto con nosotros, circulen otros seres parásitos, como los virus, capaces de poner fin a los modos de vida, y en muchos casos a la vida, de nuestra orgullosa especie.

La manera de vivir, tendiendo al hacinamiento en ciudades cada vez más grandes, no  sirve. La manera de producir en grandes fábricas y los empleos de antes, tampoco, tenemos que aprender nuevas formas de proveer a nuestra subsistencia. Las agrupaciones sociales multitudinarias (de enseñanza, políticas, culturales, lúdicas) no pueden tener lugar, debemos retrotraernos a ámbitos mínimos. Aprendemos rápidamente a comunicarnos vía internet y a sustituir los contactos interpersonales por diálogos con pantallas. No nos trasladamos tanto… igual tampoco sobreviven los espacios de compras.

Los pobres, los que no tienen computadoras o celulares que sepan o puedan usar… deben inventar nuevas estrategias de supervivencia: ollas populares, a veces, violencia, ocupación de nuevos espacios con menos hacinamiento… y sufrir las consiguientes represiones. Son la parte de la humanidad descartable, prescindible, según se ha dicho.

Rige nuevamente el sálvese quien pueda individual. En algunos casos  ha resucitado la solidaridad, en otros, rige el egoísmo. Le llaman la “nueva normalidad”. Creo que son manifestaciones de una nueva cultura emergente, que generará sus propias formas de convivencia y supervivencia, a partir de los quiebres sucesivos de las viejas estructuras de extracción abusiva de la naturaleza, de uniformización de los haceres y de concentración máxima de riqueza y poder.  Caminamos hacia una convivencia distinta, pero no hemos definido rumbo ni meta para ese recorrido.

 

Siempre la Libertad por Celina McCall

Las muertes por coronavirus llegaron este martes según rastreo de la Universidad de Johns Hopkins a 927.245, con 29.190.588 casos confirmados mundialmente. Se reportaron 307.930 positivos en solo 24 horas.

Quizás porque uno ahora anda más tiempo en la calle y ya no está tan encerrada, nota que el uruguayo está más despreocupado y ya no se cuida tanto.  Eso ha causado un recrudecimiento del número de infectados, pero seguimos bien si nos comparamos con otros países.  El aumento de contagiados también está ocurriendo en otros lugares del planeta; Israel ha sido el primer país a reimponer reglas de cuarentena estricta.

Como dice @ONVentura (hay que seguir sus hilos en Twitter), aunque lo que hoy estamos cursando en Uruguay parezca mucho, “nuestro caso es similar al de otros países exitosos.  Estamos en un promedio de menos de 5.5 casos nuevos por día por millón de habitantes, cuando en España o Israel están en los varios centenares.  Estamos lejos de llegar a los números de la primera ola”. Algo aprendimos.

Hablo con familiares y amigos en el exterior, y confieso que me siento privilegiada en vivir acá.  Creo que tuvimos suerte en tenerlo a Luis Lacalle Pou en la presidencia en este momento de crisis mundial, donde las decisiones tomadas por los gobiernos han sido diversas y no todos pueden, como nosotros, reflejar números auspiciosos. Recuerdo a la oposición, empezando por el propio ex presidente Vázquez, recomendando el encierro total – cosa que evidentemente hubieran hecho si seguían en el control.

A mí me impactaron las declaraciones de nuestro presidente cuando contó de la soledad que sintió cuando tomó la decisión de no imponer una cuarentena estricta sino apostar por la libertad y responsabilidad de cada individuo.  Lo hizo contra el consejo de todos, incluso de los amigos cercanos.

Volver a cuidar de mi nieta ha sido de las grandes alegrías de los últimos tiempos.  Uno no sabe de la importancia de ese vínculo y de esos pequeños momentos que se entrelazan a nuestra memoria, hasta que pasa casi cuatro meses sin tenerlos.

Cuando ella volvió a sus clases presenciales, retornamos a nuestra rutina semanal.  La vida volvió a la casi normalidad, y esto ha sido posible gracias a la manera con que nuestro gobierno encaró manejar la crisis.  Las políticas han sido dictadas por un equipo notable de científicos, pero han sido guiadas particularmente por esa apuesta a la libertad responsable.  Casi todos siguen cuidándose, pero tratando, sin miedo, de aprovechar esa libertad.  Algunos la mal aprovechan y causan más contagios, lo que es deplorable.  Infelizmente aún hay gente que aspira a cuanto peor mejor.

Lo único que tenemos que hacer es evitar las denominadas “tres C”: espacios cerrados, lugares concurridos y contactos cercanos.   Todo lo demás nos es permitido.  Aprovechémoslo. Son pocos los países que lo pueden hacer.

 

Incógnita por Cristina De Armas

La Pandemia y el gobierno han cumplido seis meses en nuestro país y muchos hacen un relevamiento de datos vinculando a uno con el otro. Es indudable que hemos marcado diferencia en la región y en el mundo con el impacto que el covid-19 ha tenido en Uruguay, ya sea porque tardó en llegar y se pudo aprender de errores ajenos, ya sea que el país es pequeño y la ciudadanía responsable, ya sea que el gobierno supo manejar la situación, la realidad es que en medio de dos colosos que parecen colapsar en lo económico y lo sanitario, nos mantenemos estables.

Esa situación que no pasa desapercibida hace que los índices de aprobación al gobierno sean un reflejo. El gobierno hace buen uso de eso y lo capitaliza, ha logrado aprobar la Ley de Urgente Consideración de más de quinientos artículos que la mayoría de la población aún desconoce y que distintos actores políticos y sociales nos señalan un día sí y otro también sobre sus peligros, pero sin que exista demasiada conmoción. Ha pasado la Rendición de Cuentas sin conflicto y se discute el Presupuesto Nacional, por primera vez sin grandes manifestaciones, sin conflictos que bajo la alarma sanitaria del covid-19 harían de su puesta en marcha una irresponsabilidad que el gobierno podría remarcar y el resto de la sociedad, condenar.

Estamos a días de una nueva elección departamental luego de una campaña que ha pasado para muchos desapercibida. El Ejecutivo se pasea por el interior del país consciente de que Montevideo y Canelones responden en mayoría a la oposición, intenta mantener el poder político en el Uruguay profundo que le dio la posibilidad de gobernar y lo sostiene. Es mucho lo que el gobierno se ha endeudado en lo económico y lo político para afianzar una fuerza política que no logró en el resultado de la elección nacional de Noviembre.

La pandemia pasará, las consecuencias económicas, sociales, culturales y educativas, se harán evidentes. Será entonces que se pondrán a prueba los acuerdos.

El gobierno, sin pandemia, es aún una incógnita.

Día del detenido desaparecido, declaraciones ante un tribunal de honor del año 2006 de un militar condenado, votación en el senado por el desafuero a un senador ex comandante del ejército. Elecciones departamentales y Presupuesto. Todo junto y se agita. Tremendo cóctel.

Es verdad que en este país se llegó a la paz de la forma más democrática posible, no ideal, posible y se pactó y pactan los que tienen poder para hacerlo. Se pactó en 1985 y se volvió a pactar en 2005 se pactó por la paz, por mantener la democracia y pactaron militares, políticos de derecha y de izquierda, e incluyo en ellos a los sindicatos, la Iglesia y la masonería, los que tienen poder, político, económico y social. Y el resto de la sociedad sabe lo que se les dice y les dice quien tiene poder y les dice de acuerdo a su interés intentando inclinar la balanza de la opinión pública siempre a su favor. Pactaron todos porque quien no pactó una vez, lo ha hecho después.

Hace unos años escribía para este mismo medio una nota titulada “Una sociedad civilista”, y es lo que siempre hemos sido. Contaba allí que en los años 40 mientras el mundo se agitaba por la Segunda Guerra Mundial, Estado Unidos quería instalar bases militares en Latinoamérica y los nazis amenazaban con llegar desde Brasil, los uruguayos salían a la calle para eliminar la instrucción militar obligatoria. Sin embargo hoy y a 35 años de la última dictadura militar tenemos un Partido Político liderado por un ex comandante del ejército con real poder político y que amenaza – si ya no lo es – con ser la tercera fuerza política del país.

El integrante de los pactos que faltaba no sólo decidió ingresar en el sistema político sino que lo ha hecho con acuerdo electoral pero sin adherirse a otro. Le miran con desconfianza y le ponen a prueba en su lealtad una y otra vez.

El pasado reciente, la información y el dolor de tantos uruguayos es desde hace demasiado tiempo un botín de guerra político cuyo uso no pasa desapercibido.

La gran pregunta es; hasta cuándo.

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