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Sexo, poder y ficción después de  Harvey Weinstein por Marianella Morena

Sexo, poder y ficción después de  Harvey Weinstein  por Marianella Morena
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La escena tiene poder y seduce, refiero a la escena en sí misma, el polo de atracción que es para quienes están adentro y quienes la  admiran  desde afuera. ¿Por qué genera más prensa  la vida de una actriz que la de un médico? ¿El arte vende más que la medicina? No, claro que no. Es la confusión entre cultura, arte,  y escándalo. Es lo que se ha llamado en los últimos tiempos: “lo mediático”. La industria del entretenimiento, ¿tiene algo que ver con lo artístico?  Promueve el consumo,  vidas idílicas, dinero, belleza: tan lejos, tan cerca. Histeria y seducción. Nada nuevo, pero el comercio se apropia de los cuerpos, y no hablo de prostitución. Se debe vender entradas,  generar más likes.

La escena seduce para quienes observan su despliegue. Genera fantasías, prejuicios, deseo y envidia, pero, ¿por qué no se habla de lo que hay que hablar? ¿Qué pasa con el cuerpo cuando se trabaja con las emociones,  exposición, y seducción? ¿Qué pasa cuando del otro lado no se está preparado, capacitado, formado? Tampoco se habla de los miles de profesionales que no cruzan la frontera, no por falta de ganas, sino porque se sabe que eso: no se puede hacer.

Cada profesión tiene sus reglas y límites.

En el trabajo actoral, también  hay.  Como tampoco se puede actuar de porro ni de merca, ni alcoholizado, como tampoco se puede mirar con lascivia cuando un compañero-a se desnuda en el camarín para cambiarse o en escena. Pero no solamente pasa con la parte artística sino con los técnicos, que va desde el diseñador de luz hasta el que opera o coloca un micrófono.

Los que trabajamos con la entrega  del otro, los que  vivimos la experiencia, (en la literalidad de cuerpo y alma) nos enamoramos, erotizamos, calentamos, apasionamos. Cuando una actriz, o un actor, exponen su pureza,  está por encima de  si son bellos o bellas, si se desnudan o realizan una escena sugerente,  y provocadora. Trabajamos con un material sensible que en la vida sucede en el ámbito de lo  privado, de los sentimientos, las relaciones.

Usamos esa intimidad para crear escenas, escrituras, montajes, producciones, porque lo hacemos desde nuestras debilidades. Nadie crea desde la fuerza, eso es para otra etapa del trabajo. Creamos desde el despojamiento, desde nuestras flaquezas, desde lo opuesto que el mundo laboral reclama. Desde esa realidad nos involucramos y somos, al descubierto. Pero no todos pueden manejar ese complejo vaivén sin desmoronarse, caer en picos de depresión, locura, adrenalina adictiva, abuso, maltrato, obsesión, persecución. No todos pueden. Algunos colapsan.

A los que trabajamos  en la dirección nos ha pasado, que más de una vez hemos quedado prendados, prendadas por alguien, más de una vez se nos ha caído la baba, hemos tenido que respirar hondo y contar hasta 100 (500, un millón) para seguir y no hemos sucumbido, pero no  por ser más fuertes,  sí por saber que es un umbral que luego que se cruza no hay retorno. Porque no lo hay.

Se puede trabajar en esta profesión con actores que se besan con lengua sin que eso sea una falta de respeto, se pueden tocar el cuerpo, acariciar sin que sea agresión o abuso. Incluso puede haber penetración si está previamente acordado. Patrice Jerau  lo hizo con sus actores en la película Intimidad, también Lars Von Trier en el Anticristo. Claro está que cada uno sabe cuando  trabaja y cuando no. La diferencia del audiovisual en los ensayos es distinta al teatro donde hay tiempo para conocerse y probar.  He visto como un actor orina a otro o escupe, pega, golpea, besa, desnuda, en los casos que me compete las cosas son acordadas, y si no hay acuerdo, como en cualquier situación se negocia, se cambia o alguien se va. Pero, claro, movemos hormonas.

Los que miramos, nos movilizamos, y sí, pasan cosas, quizá al principio uno se desconcierta y no sabe qué hacer con lo que siente, porque nadie te avisa, nadie te enseña en la formación, al menos en la mía nadie te advertía: “capaz que cuando un compañero actor te besa o te toca te calentás”. Al primero que escuché hablar sobre el erotismo de los cuerpos en escena y la literalidad de” te estás calentando” fue a Ricardo Bartís. Y está bueno decirlo, pero no solamente para adentro,  pero claro está, el que no pertenece al universo, especula, construye prejuicios, directamente: no sabe nada.

Luego en la dirección, uno cambia la sensualidad de lugar, y observa, pasa a ser un voyeur,  y descubre que todo ese movimiento, maravilloso movimiento se reconvierte para seguir trabajando. Uno se usa a sí mismo para producir desde la verdad. Lo que la escena produce, genera, debe ser volcado a la misma.

Desde que se hicieron públicas las denuncias al magnate de la producción Harvey Weinstein, ha sido una catarata de réplicas, cosa que he seguido de cerca, desde las premiaciones y sus discursos, la carta de 100 intelectuales francesas y las repercusiones en el mundo del espectáculo argentino. Las declaraciones de Cecilia Roth, las infinitas interpretaciones sobre abuso, acoso, seducción, y pasarse de la raya. Las consecuencias sobre la carta publicada de las artistas francesas cuestionando el puritanismo norteamericano y la caza de brujas. La firma de Catherine Deneuve y luego su retracción. Woody Allen vuelve a ser acusado por su hijastra, Kevyn Spacey es eliminado de House of Cards y de la película que no llega a estrenar con su actuación. Se escribe sobre la relación entre la persona y la obra, ¿se debe vincular una con otra o se mantiene la independencia? Parece que estalló la nueva bomba, la nueva guerra. La premiación de los Goya tiene  una altísima repercusión con enfoques sobre el lugar de la mujer en la industria del cine. Se pone  el tema sobre la mesa y no sabemos a dónde irá.

Pero me cuesta encontrar un análisis que esté directamente ligado con el tipo de trabajo que tenemos,  que pocos conocen o saben, pero del que todos se animan a opinar con liviandad,  morbo y destrucción.

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