Uruguay es un país agroexportador, es decir que dependemos en gran medida de nuestros recursos naturales y nuestra economía está sujeta al vaivén de la demanda y los precios internacionales. No obstante, no todo lo que producimos es igual. En los últimos tiempos asistimos a un auge agrícola explicado principalmente por un único cultivo, la soja, que alcanzó su pico en el 2013. Si analizamos los datos de DIEA del período 2009-2016 podemos ver que la producción agrícola de ese período, medida en pesos constantes de 2005 supera en apenas 7% a la producción pecuaria de ese mismo lapso, a pesar de que la ganadería venía de sufrir la gran sequía de 2008, mientras que la soja alcanzaba producciones y precios excepcionales. También con datos de DIEA es posible estimar el ingreso potencial de las 1.140.000 ha de soja de 2016 si se hubieran dedicado a producir carne a razón de 250 kg/ha. Con los precios de ambos productos, llegamos a que la carne habría superado a la soja en U$S 116 millones. Esto no significa que no haya que cultivar soja, sino que hacerlo tiene un costo de oportunidad medido en producto ganadero sumamente alto. Sin duda estas consideraciones harán pensar en Jorge Batlle: “la vaca les gana”. Sin embargo no se trata de correr carreras, sino de pensar en sistemas productivos que le sirvan al país y su gente, tanto para generar prosperidad como para conservar nuestros recursos.
Uruguay tuvo otro pico agrícola en 1956, cuando se sembraron más de 800.000 ha de trigo. El avance reciente de la agricultura superó al de 1956, pero cabe preguntarse que determinó que sucediera. Hubo razones financieras en el mundo que permitieron una enorme inversión de agricultores extranjeros, principalmente argentinos. Se destacaba su empuje y su conocimiento y se decía que nos enseñaban. También hubo un período largo de buenos precios de las materias primas. A estas razones económicas se agregan algunas de tipo tecnológico: soja resistente a glifosato y siembra directa, lo cual permitió el desarrollo de un sistema extremadamente simple con un solo herbicida y con un método de siembra sencillo. A esto hay que agregar que esa agricultura se benefició del saldo de fertilidad acumulado durante etapas anteriores de pasturas. El sistema agrícola-ganadero con rotación de cultivo-pasturas fue sustituido por una agricultura industrial continua. Como todo sistema demasiado simple comenzó a fallar: malezas resistentes al glifosato, erosión, nuevas plagas, contaminación, balances negativos de nutrientes. Los argentinos liaron sus trastos y se fueron cuando el negocio dejó de servir y quedamos los uruguayos lidiando con un sistema que desvinculó a la agricultura de la ganadería y alteró, endureciendo, las formas habituales de relacionamiento entre los dueños de la tierra y los agricultores.
Decíamos que no todos los productos agropecuarios son iguales. La soja se exporta como grano, es decir sin ninguna transformación, mientras que la carne tiene un proceso industrial y puede diferenciarse. Cada vez más los mercados valoran la producción a pasto, la salubridad, el bienestar animal, la trazabilidad y se comienzan a valorar los servicios ecosistémicos provistos por el campo natural donde se desarrolla gran parte de nuestra ganadería. Además, ésta es altamente sostenible desde el punto de vista ecológico. La carne entonces, es un producto diferenciado, producido de forma sostenible, con agregado de valor y que llega al consumidor final. La soja, en cambio, carece de agregado de valor y es utilizada para alimentación animal, es decir para producir carne. Podríamos decir que la soja “descompite” con la carne. Además en el grano de soja van los nutrientes extraídos en nuestros suelos y que luego son aprovechados en los países importadores a través del estiércol que utilizan como fertilizante. Más de la mitad del fósforo aplicado como fertilizante es exportado dentro del grano.
El análisis dicotómico anterior intenta llamar la atención, pero la idea no es que no se haga agricultura ni se siembre soja, sino que pensemos los sistemas productivos de modo de que sean competitivos y sostenibles. Con frecuencia escuchamos decir que no somos competitivos porque el tipo de cambio, las tarifas o los salarios no son los adecuados, pero a nadie se le escucha decir que nuestra producción de granos compite con la producción de carne.
En los últimos tiempos asistimos a movimientos de los productores realizando reclamos al gobierno. Algunos seguramente sean justos, pero deberían ir acompañados de propuestas hechas con honestidad intelectual y autocrítica. No vale jugar callado cuando me va bien y reclamar cuando me va mal. Seguramente haya muchos ámbitos para trabajar. Un ámbito natural, altamente capacitado y donde los productores están representados, es el INIA. De ahí podemos esperar propuestas nuevas de sistemas competitivos adecuados a nuestros tiempos. Palabra clave: sistema.
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