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Sobre el derecho de autor por Marianella Morena

Sobre el derecho de autor  por  Marianella Morena
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¿Cómo se asimila el presente?

Ese que ya no me pertenece, que se pulveriza cuando soy tomada por la última noticia. Estoy en este hoy, magro, estallado, impropio y ajeno. Intento decir mis palabras, porque eso hago: pienso, siento, imagino, escribo. Pero tengo que llegar, tengo que lograrlo, tengo que hablar antes de perder voz. Tengo que llegar y decirlo, tranquila y con firmeza, con mis decisiones; pero llego tarde. Sólo hay que abrir la boca antes que los parlamentos que fui escuchando se claven como necesidades, tengo que hablar antes de ser devorada por el bombardeo al que estoy sometida. Tengo que hablar, pero llego tarde. Apenas murmuro, salen de mi boca algunas letras sueltas, no hilvano. No puedo. Tampoco estoy muda, es un balbuceo, es que no llego. O también lo puedo formular en colectivo: no estamos llegando. La palabra auténtica se confunde. Es perturbador.

Venir del campo tiene eso, la ciudad estaba ahí, con sus edificios y teatros, yo la había mirado a través de cuentos que leía en mi pueblo, cuando no imaginaba una ficción para mi vida. Llego tarde, como cuando me duermo y no puedo reclamar lo que tendría que haber escrito, y me prometo entrenar. Me lo digo en voz alta: más palabras por hora será mi gimnasia. Que la imaginación vaya acorde a los números, es decir, ¿economía austera y pensamiento fértil, coinciden? Pero no lo logro, no funciona esa cuenta, ni esa idea sobre la justicia. Ni esa idea sobre el arte.

Alguien habla en la prensa sobre nosotros/as, alguien elabora comentarios al pasar, son comentarios ignorantes, alguien desconoce aun sabiendo, pero elige pronunciarse así, alguien cuestiona el derecho de autor, alguien se escandaliza porque AGADU nos defiende.

Pero no tengo la reacción pronta, y llego tarde, sí, llego tarde, muy tarde con la respuesta, con el comportamiento. Llegamos tarde al reclamo, al pedido, llegamos tarde a exigir que se cumplan las leyes, llegamos tarde a que se nos proteja en derechos laborales. Pero también podemos verlo de otra manera, podemos entenderlo desde otro punto de vista, tan real como el anterior. Los/as artistas habíamos llegado primero. ORIGINALES. Con miradas propias sobre algo que no había sido visto a pesar de que existía. Entonces, ¿por qué se instala con fuerza esa idea de primero y segundo? Traducido también por ganar y perder, ¿de verdad creemos que es tan así?

Si hay algo que hemos logrado como humanidad son las lecturas múltiples sobre los acontecimientos. También puedo explicar (en parte) por qué se generan estos universos paralelos.

¿Por qué, por qué será? Porque estamos trabajando con las imágenes, para hacerlas comunes y accesibles, para compartirlas, entonces, voy a permitirme un giro en el lenguaje, o sobre la organización del tiempo. ¿Decidimos o dejamos que decidan por nosotros/as?

Algo más: No somos perezosos/as, ni vagos/as.

Pero no logro ir por la porción de presente que me corresponde, se escurre entre mis dedos, sin esperanza. Y en medio de esas reflexiones, sucede un proto texto vivencial. Mientras caminaba por la calle, (esquivando pedidos de monedas e insultos por no darlas) me pregunto, ¿sigo teniendo presente? Me detengo, soy la única que ha sido escupida. En ese momento la acción vence toda especulación y observo al hombre que lo hace. Me detengo, y me pongo a llorar, me siento en la Plaza Matriz. Ese es el punto: desde ahí se produce. Vuelvo a mi casa, tengo que captarlo, escribir para que no se vaya. Que no se vaya. Que se transforme, que se capitalice. ¿Conservo la tristeza o la mando a un lugar sin emociones para que no me incomode?

¿Por qué el apuro si yo trabajo con lo efímero? Llego tarde, (pero no al ensayo, ni a la cita amorosa) a mi próxima situación real, donde puedo ser yo hasta el final. En esa situación soy la autora.

¿Y quién decide sobre mi obra, la que la que estoy creando en este momento?

La que estuve creando en otro momento. La que voy a crear en algún momento. ¿Quién decide sobre mis interioridades? ¿Quién podrá decir que mis lágrimas no fueron saladas antes de ser páginas/ pantalla/actriz? El presente cotidiano amanece y muere. El presente concentrado en una obra pertenece a las cosas que viven para siempre. El presente impone desde su vértigo la masificación.

Para que seamos anónimos/as, para que seamos ganado, para que no tengamos rostro.

Para no ser.

Y nos roba la exactitud individual. Y se va, sin despedirse, no avisa. Huye, con mis ilusiones. La realidad criminaliza las miradas rebeldes, a la realidad le cuesta autorizar cuando alguien se desmarca. Aquello de permitir autoría, construirla. De experimentar la autoría. O sea: pienso distinto, y lo ejecuto. La realidad somos nosotros/as. Cada uno/a en su repetida maquinaria de felicidad o infelicidad. Pero también nos aplasta, nos reduce, nos aplastamos, nos reducimos, porque no nos animamos, y nos tragamos las letras, nos atragantamos con las letras. El lento y seguro camino de la cobardía.

Y qué pasa si ese pensamiento no sale para afuera, ¿a quién corresponde?

Las palabras no dichas.

Las canciones no cantadas. Los libros no escritos. Las películas no editadas.

Las poesías no liberadas. Porque eso genera… Las emociones no sentidas.

Las ideas no adquiridas. La sensibilidad no desarrollada. La vulnerabilidad no habilitada.

Y cuando llegue el futuro, ¿quiénes estarán esperando el pasado?

Las palabras expresadas. Las canciones cantadas. Los libros escritos. Las películas editadas. Entonces, ¿quién se levanta con la pancarta de: basta de derecho de autor?

¿Quién compone esa canción sin música, quién escribe ese libro sin palabras,

quién filma una película sin imágenes, quién escenifica sin escena?

¿Quién sueña mundos sin derecho de autor?

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