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Soledades y encuentros en sepia

Soledades y encuentros en sepia
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La semana pasada el Teatro Victoria estrenó Domingo en el recreo, espectáculo escrito por el dramaturgo y periodista argentino Carlos Diviesti con dirección de Pablo Isasmendi y Horacio Camandulle. Resultaba difícil, mientras transcurría Domingo en el recreo, no pensar en El polvo en el vendaval, texto también de Diviesti que protagonizaran el año pasado quienes ahora dirigen Domingo en el recreo bajo la dirección de Marcel Sawchik. En dos aspectos los espectáculos tienen mucho en común, por un lado los personajes aparecen absolutamente determinados por un entorno que limita sus posibilidades, pero por otro está latente la capacidad de imaginar una realidad diferente, dentro de los cauces posibles para estos personajes, que hace que la vida de todas formas tenga sentido. En El polvo en el vendaval era fundamentalmente el personaje que encarnaba Camandulle (León Cordero) el que más allá de su ingenuidad lograba imponerse a una realidad que lo aplastaba pensando en la granja que gestionaría con su primo Milton. En Domingo en el recreo es Pedro Pablo (creación de Ezequiel Núñez) quien desde un presente indefinido recuerda el momento preciso en que “nació el amor”, momento que será punto de apoyo para proyectarse hacia una realidad más allá del asilo de “niños expósitos” en que se crió. Pero en Domingo en el recreo además el cine de las primeras décadas del siglo XX se suma como forma de proyectar una salida al presente en que viven los personajes.

Pablo Isasmendi entiende que una característica de los textos de Diviesti es el “revisitar el pasado como forma de darle voz a otras historias, a historias que quedan ocultas tras los grandes sucesos.” En El polvo en el vendaval podían ser las historias de obreros emigrados desde el interior para la construcción de la Rambla Sur de Montevideo, y en Domingo en el recreo la historia de niños y niñas que debieron crecer en asilos. Pero como agrega el director: “la obra no es un estudio, es el ejercicio casi chejoviano de instalarse en el tiempo, y ver como el tiempo va condicionando a los personajes, los va llevando como una partícula de polvo en un vendaval”.

Diviesti ha contado que Domingo en el recreo tiene como punto de partida una nota de prensa en el que se entrevistaba a dos adolescentes acerca de cómo era su vida al egresar de un asilo. Luego de preguntarse sobre las dificultades que el estado pone a la adopción y las condiciones de vida de quienes no logran ser adoptados agrega: “Pero si esto ocurre hoy, ¿qué podía suceder en el pasado? ¿Cómo se arreglaba la gente para aceptar o paliar la soledad? Esa es la anécdota de esta pieza: cómo dos chaperonas intentan que un gurí y que una gurisa se conozcan con la intención de quererse y para no quedarse solos” (entrevista al autor en Hoy Canelones).

Isasmendi y Camandulle traen la historia al Montevideo de los años 40 y para eso fue fundamental el aporte de la Doctora Laura Osta, quien en el libro Imágenes resistentes presenta un registro fotográfico en que aparecen las señales que las familias dejaban a sus bebés cuando eran colocados en el torno del asilo de expósitos. El torno era un mecanismo que permitía que los progenitores abandonaran a niños y niñas sin ver a quienes los recibían ni ser vistos ellos mismos. En general había un sistema de señas (cintas, escarpines, cartas) que de alguna forma serviría para recuperar en un futuro al niño o a la niña. Ese sistema de señas es estudiado en el libro Imágenes resistentes, y de fotos de ese trabajo es que se  nutre Domingo en el recreo para entretejer un diseño (a cargo de Beatriz Martínez) que tiene un eje central en un suerte de copa de árbol compuesto por esas marcas de identidad.

La obra se centra en el encuentro, motivado por dos chaperonas, de dos adolescentes a punto de egresar de la institución sin haber sido adoptados. Un varón y una mujer que por primera vez entran en contacto con alguien del sexo opuesto de su misma edad establecen un vínculo en el que la tensión sexual se ve inhibida por los prejuicios de la época. Ese devenir entre miradas que se buscan y esquivan a la vez es uno de los momentos más intensos de un espectáculo que busca trascender esa situación de abandono que determina a los personajes. Porque detrás de esa determinación hay singularidades que se proyectan de forma diversa y que, al igual que en El polvo en el vendaval, buscan en esa proyección hacia adelante algo de qué aferrarse. Este encuentro se entreteje con el diálogo de las dos chaperonas, una de ellas monja, que ya tienen un trayecto vital que las lleva a proyectar sus propias historias en la de esos adolescentes. Por último, lo que termina de dar la tonalidad sepia al espectáculo es la introducción de escenas de películas de los años treinta o cuarenta, sea escenificadas sea proyectadas, que también han sido formas de evadirse y proyectarse más allá del presente.

Alguien describió alguna vez a Candilejas, la película del Charles Chaplin ya maduro, como un melodrama que camina por el filo de la sensiblería y el lugar común para, incorporándolos, convertirse en una obra maestra. Domingo en el recreo nos hizo acordar mucho a esa película, es una obra que porta una sensibilidad melodramática sin caer nunca en la cursilería más predecible. Es mucho más fácil escribir esto que lograrlo, y esto se obtiene merced a la frescura de las actuaciones. Primero las más centradas en las ingenuas picardías de Doña Felisa y la Hermana Teresita (Sara de los Santos y Fabiana Charlo) y después las que se cargan del deseo contenido de Pedro Pablo y María Cecilia (Ezequiel Núñez y Cecilia Martínez).

Domingo en el recreo pone centro en historias olvidadas, recordando situaciones complejas de nuestro pasado pero trascendiendo las mismas a partir de emocionar al espectador, buscando darle una tregua a esta época compleja. Volviendo a las palabras de Camandulle, buscando “darse un recreo a esta situación  de apremio y un alivio para el alma”.

Domingo en el recreo. Autor: Carlos Diviesti. Dirección: Pablo Isasmendi y Horacio Camandulle. Elenco: Cecilia Martínez Carlevaro, Ezequiel Núñez, Fabiana Charlo y Sara de los Santos.

Funciones: miércoles y jueves 21:00 horas. Teatro Victoria.

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Leonardo Flamia Periodista, ejerce la crítica teatral en el semanario Voces y la docencia en educación media. Cursa Economía y Filosofía en la UDELAR y Matemáticas en el IPA. Ha realizado cursos y talleres de crítica cinematográfica y teatral con Manuel Martínez Carril, Miguel Lagorio, Guillermo Zapiola, Javier Porta Fouz y Jorge Dubatti. También ha participado en seminarios y conferencias sobre teatro, música y artes visuales coordinados por gente como Hans-Thies Lehmann, Coriún Aharonián, Gabriel Peluffo, Luis Ferreira y Lucía Pittaluga. Entre 1998 y 2005 forma parte del colectivo que gestiona la radio comunitaria Alternativa FM y es colaborador del suplemento Puro Rock del diario La República y de la revista Bonus Track. Entre 2006 y 2010 se desempeña como editor de la revista Guía del Ocio. Desde el 2010 hasta la actualidad es colaborador del semanario Voces. En 2016 y 2017 ha dado participado dando charlas sobre crítica teatral y dramaturgia uruguaya contemporánea en la Especialización en Historia del Arte y Patrimonio realizado en el Instituto Universitario CLAEH.