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Teatro político y juego escénico

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El juego

Como se recuerda, en Hamlet Shakespeare hace que el protagonista de la obra dude de si es verdad que el espectro de su padre se le ha aparecido para contarle que Claudio lo ha asesinado para usurpar el trono. Para estar seguro el príncipe Hamlet hace representar una obra teatral en que los actores justamente representan, valga la redundancia, una situación similar a la que ha protagonizado Claudio. Ante la incomodidad que manifiesta cuando en la obra ve su propio accionar, Hamlet se convence de que el nuevo rey ha asesinado a su padre.

Javier Daulte en Juego y Compromiso afirma: “El teatro como despertador de conciencias es más una excepción que una regla. De hecho cuando Hamlet planea la representación para atrapar la conciencia de Claudio está urdiendo una trampa y es el mismo Shakespeare quien lo dice (…) El teatro responsable se yergue como trampa, el teatro en tanto juego como ilusión. ¿Cuál es la diferencia entre trampa e ilusión? La ilusión es para cualquiera, está donada; la trampa apunta a un/os espectador/es en particular (si ese espectador en particular no está en la sala, la presentación de la obra pierde sentido; si los Claudios no asisten a la obra preparada por los Hamlets, el plan no puede avanzar).”

Daulte opone el teatro político, que es una trampa que solo tiene sentido si hay claudios entre los espectadores, al teatro como juego, que pide compromiso con una serie de reglas para que sea posible la ilusión. Al ver la obra Falta grave, escrita y dirigida por Lucía García, representada en el salón comunal de la cooperativa Covi89 en Carrasco Norte, todo el tiempo pensamos que estábamos ante un potente contraejemplo a la tesis de Daulte.

La ilusión que propone Falta grave transcurre en una cooperativa de viviendas, más precisamente, estamos ante una asamblea de la cooperativa que está en la etapa final de las obras. En la asamblea se tratará, como tema principal, la conducta de una cooperativista, que ante dificultades económicas y personales se ha atrasado en los pagos y ha faltado a las actividades sociales de la cooperativa. Así surgen una serie de argumentaciones a favor y en contra de expulsar a la cooperativista en falta, que cual espectro aparecerá para cuestionar la conducta de quienes quieren expulsarla. Todos los vicios y lugares comunes de una asamblea aparecen en la obra. En particular es clara la hipocresía de discursos que esconden otros propósitos a la hora de argumentar por la expulsión. Diferencias de clase, uso político de la organización, usos personales de los recursos y otro sin fin de miserias humanas emergen. Los personajes, muy vitales, muy verosímiles, pero también son casi arquetípicos protagonistas de esas interminables y tediosas asambleas donde las discusiones parecen ser solo un trámite que antecede a una decisión ya tomada.

 

La trampa

En una sala convencional la obra es puro juego que funcionará por sí misma ante la situación de personajes que se ven enfrentados ante sus contradicciones cuando aparece el personaje a sancionar. Algunos actores cooperativistas se colocan en la platea, lo que borra algunas fronteras y coloca al público dentro del juego, lo que potencia el compromiso del espectador con la ilusión. Lo que modifica las coordenadas del juego es que la obra transcurra en un lugar donde esas asambleas ocurren de forma cotidiana, y que la platea esté conformada por cooperativistas “reales”. Y sí, allí la situación de la ilusión se vuelve un espejo de las propias prácticas que suceden en ese mismo espacio. La obra cobra dimensiones de trampa para quienes sentados en las sillas de la cooperativa ven su propio accionar representado en la obra. Pero nunca ha dejado de ser un dispositivo teatral muy poderoso. Y si la trampa funciona, es porque apela al compromiso de los espectadores con la ilusión, con el juego.

Hubo muchos posibles claudios, para usar los términos de Daulte, en la función que vimos hace dos semanas en Covi89. En el intercambio que se realizó al finalizar la función esto apareció todo el tiempo. Por supuesto, nadie mató a ningún rey, pero sí todos participaron de asambleas en que se expulsó a algún cooperativista. Todos reconocieron la práctica representada en la asamblea-teatral como práctica concreta que ellos mismos protagonizan, o protagonizaron, en ese espacio.

Pero cuidado, la obra toma como disparador una práctica negativa de un tipo de organización que en sí no es atacada, al contrario. La autora y directora se refirió a sus propias experiencias como cooperativista, y defendió esa forma de organización alternativa para poder llegar a la vivienda propia. No olvidemos que las cooperativas de vivienda por ayuda mutua surgen no solo como proyectos para obtener una vivienda, sino como proyectos sociales alternativos, como micro experiencias de organización social distinta, solidaria y no competitiva, en que entre todos se toman las decisiones y entre todos se asumen las responsabilidades. Cada vez más, seguramente, surgen experiencias de cooperativas en que el único interés es la vivienda, no el proyecto social alternativo, y el apelar al todos y todas es una mera fórmula discursiva vacía de contenido. Eso tiene que ver con la sociedad en que se vive, y es ilusorio pretender que la realidad que se vive fuera de la cooperativa, esa realidad que contradice los supuestos de solidaridad y compañerismo, sea dejada de lado a la hora de discutir en una asamblea. Las tensiones entre el micro-proyecto social y la realidad de una economía de mercado son las que se ponen de manifiesto en el juego teatral que propone Falta grave. Cuando esas tensiones son puestas en juego en el mismo espacio de quienes la protagonizan todo el tiempo, la dimensión de “trampa” surge, pero no es para acusar, sino para verlas más claramente, para discutirlas, para evitar la autocomplacencia.

El elenco de Falta graves es estupendo, los acores integran a los espectadores para que realmente las fronteras entre realidad y representación se reduzcan al mínimo y disfrutemos del juego al máximo. La cuarta pared ha sido pulverizada y la convivencia entre ilusión y realidad es vivida con particular deleite en funciones como las de Covi89. No es posible destacar a ningún integrante de un elenco que también parece disfrutar de una obra que conjuga la posibilidad de cuestionar algunos aspectos de una práctica social contemporánea con las posibilidades del teatro como juego e ilusión como nunca habíamos pensado antes.

 

Falta grave. Dramaturgia y dirección: Lucía García. Elenco: Diego Minetti, Florencia Caballero, Florencia Salvetto, Magdalena Bosch, Susana Anselmi, María Noel Laguna, Bruno Travieso, Agustina Vázquez Paz.

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Leonardo Flamia Periodista, ejerce la crítica teatral en el semanario Voces y la docencia en educación media. Cursa Economía y Filosofía en la UDELAR y Matemáticas en el IPA. Ha realizado cursos y talleres de crítica cinematográfica y teatral con Manuel Martínez Carril, Miguel Lagorio, Guillermo Zapiola, Javier Porta Fouz y Jorge Dubatti. También ha participado en seminarios y conferencias sobre teatro, música y artes visuales coordinados por gente como Hans-Thies Lehmann, Coriún Aharonián, Gabriel Peluffo, Luis Ferreira y Lucía Pittaluga. Entre 1998 y 2005 forma parte del colectivo que gestiona la radio comunitaria Alternativa FM y es colaborador del suplemento Puro Rock del diario La República y de la revista Bonus Track. Entre 2006 y 2010 se desempeña como editor de la revista Guía del Ocio. Desde el 2010 hasta la actualidad es colaborador del semanario Voces. En 2016 y 2017 ha dado participado dando charlas sobre crítica teatral y dramaturgia uruguaya contemporánea en la Especialización en Historia del Arte y Patrimonio realizado en el Instituto Universitario CLAEH.