El lector no hallará aquí las tonterías de terror usuales, ni esperpentos descerebrados (Desearás al hombre de tu hermana) o comedias descafeinadas estilo El fútbol o yo o Mamá se fue de viaje, sino diez films que prometían calidad pero desnudaron graves carencias. Cinco de ellos llegaron de Argentina, igual que los ya citados. El fracaso más llamativo fue el de La cordillera de Santiago Mitre. De envase pulido y cuidadoso, el film empero no ofreció más que una vacía identidad debido a un libreto artificial, impostado, discursivo y oportunista, que reafirmó los prejuicios más obvios que aquejan hoy por hoy a las distintas ciudadanías sobre sus respectivas clases políticas.
Los seudo-policiales Los padecientes de Nicolás Tuozzo y Los que aman odian de Alejandro Maci también tuvieron mucho lustre, pero hicieron retroceder 70 años al cine argentino porque le devolvieron tonos acartonados, diálogos impostados y pomposos, metáforas evidentes y vacías, una nula imaginación narrativa y dos elencos trabajando desde la más absoluta pedantería retórica. En cambio lo de Nieve negra de Martín Hodara fue distinto. Esta historia familiar oscura y salvaje no terminó de funcionar porque el director no supo pisar a fondo el pedal de la rudeza. Además, dirigió mal a sus actores, que nunca terminaron por soltarse totalmente: ¿fracaso… o quizás exceso de timidez? Quien no sufre de esto último es Lucrecia Martel: en Zama, sobre novela de Antonio Di Benedetto, esta cineasta excedida en soberbia intenta adaptar ese eminente texto a su propio universo visual, y consigue lo peor que puede darle el cine al público: aburrirlo soberanamente… además de no tener nada demasiado importante para decir.
Otros cuatro fracasos llegaron de Hollywood, planeta con larga tradición en fagocitar talentos y convertir el oro que solían regalarnos en… ya sabemos qué. Eso le pasó al chino Zhang Yimou, quien nunca hizo algo tan horrible como La gran muralla, donde no se salva ni siquiera Matt Damon, visiblemente incómodo en medio de una aventura deslumbrante en lo visual, aunque vacía y descabellada a nivel conceptual. El palestino Hany Abu-Assad tampoco se salvó en Más allá de la montaña, película de concepción confusa, que empieza como tragedia de aventuras y muta luego en una historieta de amor de esas que vemos hasta el hartazgo, pero con un agravante: la falta de química entre Kate Winslet e Idris Elba, más gélidos que las cumbres nevadas que transitan.
El seductor estaba basado en un film talentoso y lleno de lujuria de Don Siegel con Clint Eastwood. Sofía Coppola ahora apostó por el recato y el buen gusto, y logró una postal sin erotismo ni tensión dramática. Darren Aronofsky en cambio se pasó de rosca (o de sustancia) en Madre, que comienza como estupenda pesadilla, sigue en forma por demás curiosa, y termina desbarrancándose en el más absoluto disparate. Aronofsky redondea un film manierista e inocuo, que además es un rotundo fracaso si tenemos en cuenta que con él intentó meditar acerca de los terribles males que aquejan al mundo, logrando solamente canjear reflexión por barullo.
Para el final lo peor, que vino de Francia y se llama Un bello sol interior de Claire Denis. Acá Juliette Binoche sufre como una marrana durante 70 minutos, aunque no para de recitar diálogos intelectualoides, hasta que el gurú Gérard Depardieu la intenta salvar, péndulo mediante. Esta descripción quizás luzca reduccionista, pero hace años no me sentía tan estafado por una película. Que los lectores sepan excusarme.
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