Tiempos convulsos para el Sahel por Joaquín Andrade

En el corazón del continente africano, la región del Sahel, esa delgada línea que separa el Sahara del África subsahariana, vive hoy una de las crisis políticas más intensas del siglo XXI.

Golpes de Estado, expulsión de tropas extranjeras y el surgimiento de un nuevo bloque político-militar desafían el viejo orden neocolonial que dominó la región desde la independencia formal de los años setenta.

Desde 2020, Malí, Burkina Faso y Níger rompieron con París y pusieron fin a la presencia militar francesa bajo el paraguas de la “lucha antiterrorista”. Lo que Occidente interpreta como un “retroceso democrático”, buena parte de los pueblos del Sahel lo lee como el comienzo de una independencia real.

Detrás de esos golpes hay un mismo reclamo: soberanía política, control de los recursos y rechazo al tutelaje extranjero.

Durante décadas, los países del Sahel fueron presentados por Occidente como espacios “inestables” o “ingobernables, justificación para intervenciones militares extranjeras y misiones “antiterroristas”.

En realidad, esas operaciones — como la Operación Barkhane de Francia — sirvieron para asegurar la influencia política y el acceso a recursos estratégicos: oro, uranio, petróleo.

Níger, por ejemplo, provee parte del uranio que alimenta las centrales nucleares francesas, mientras su población vive en la pobreza extrema.

Se refleja cierto cansancio en los países del Sahel: cansados de ser vistos como objetos de tutela. Su demanda central es estrictamente política: independencia real.

Desde una lectura latinoamericana, esta realidad resuena con las luchas del siglo XX, en nuestra región — de la revolución cubana a los movimientos decoloniales actuales — la independencia política sin soberanía económica, para algunos, es una ilusión.

Entre el nacionalismo y el panafricanismo

Figuras como Ibrahim Traoré, joven capitán burkinés y actual líder de Burkina Faso, se presentan como herederos de Thomas Sankara, el revolucionario asesinado en 1987 por enfrentarse a las potencias europeas y as las élites africanas.

El argentino Kevin Bryan en “La Revolución de las Boinas” interpreta estos procesos como una reconfiguración del orden mundial desde África, donde el panafricanismo deja de ser un ideal romántico para convertirse en una estrategia de supervivencia política.

Desde esta perspectiva, no se trata de “estar a favor o en contra” de los golpes militares, sino de comprender el tipo de crisis que los produce: Estados fracturados por décadas de ajuste estructural, deudas impagables, corrupción ligada a empresas extranjeras y miseria derivada de los modelos impuestos.

Los nuevos gobiernos militares surgen de un vacío de legitimidad del sistema anterior. En muchos sectores populares del Sahel, son vistos como defensores del pueblo frente al neocolonialismo.

Sin embargo, desde otra perspectiva: este viraje hacia Moscú despierta inquietud. No se trata solo de un cambio de aliados, sino de un reordenamiento global donde Rusia busca proyectar poder a través del discurso antiimperialista.

La cooperación militar rusa —materializada por la presencia de los grupos Wagner o de su sucesora, la Fuerza África —promete soberanía, pero también introduce nuevas dependencias y zonas de opacidad.

Putin aparece en estos discursos como un “nuevo liberador” frente a Occidente, aunque su política exterior responde, en última instancia, a intereses estratégicos, no a un proyecto panafricanista genuino.

Algunos sectores de la izquierda advierten que la romantización de las juntas militares del Sahel puede invisibilizar violaciones a los derechos humanos y la falta de una agenda democrática real. La búsqueda de independencia no debería implicar el reemplazo de un tutelaje por otro.

A este complejo tablero se suma un factor devastador: la expansión del yihadismo. Grupos como Jama’at Nusrat al-Islam wal-Muslimin (Vinculado a Al Qaeda) y el Estado Islámico en el Gran Sáhara siguen controlando vastas zonas rurales, ejecutando atentados, reclutando jóvenes desempleados y destruyendo comunidades.

En 2025, Burkina Faso y Malí registran más de 10.000 desplazados internos por la violencia yihadista, según datos de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR).

El repliegue de tropas occidentales ha dejado un vacío de seguridad que las nuevas alianzas aún no lograron llenar. En algunos casos, las juntas militares usan el discurso “antiterrorista” para justificar medidas de excepción o persecuciones políticas.

Así, la “revolución de las boinas” se enfrenta a su mayor dilema: cómo construir

soberanía sin caer en el autoritarismo o en nuevas guerras internas.

El dilema desde el Sur Global

Para América Latina, el desafío es cómo interpretar estos procesos sin caer en simplificaciones.

Desde una mirada del Sur Global, los acontecimientos del Sahel deben leerse como parte de un reordenamiento multipolar, donde África busca afirmarse como un actor y no solo como un campo de disputa entre potencias.

Pero ese camino presenta tensiones: la sustitución de una tutela por otras muchas veces no asegura soberanía; desde una concepción revolucionaria pueden derivarse formas de control militar; y la ausencia de participación civil puede reproducir estructuras desiguales.

En conclusión, el Sahel, hoy, es un espejo que devuelve al Sur Global su propia imagen. Más que un conflicto localizado, lo que ocurre en la región expresa una transformación más amplia del orden mundial.

Entender el Sahel implica situarlo dentro de la historia africana reciente: las disputas por la soberanía, el fin de las tutelas extranjeras y la búsqueda de un lugar propio en el nuevo mapa global. África ya no es solo escenario de disputas ajenas, sino un espacio donde se ensayan proyectos políticos que interpelan al mundo entero.

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