De acuerdo con lo adelantado desde este espacio, el gobierno de Joseph Biden da sus primeros pasos intentando restañar heridas heredadas de la administración previa, ocupando el período en los Acuerdos de París sobre cambio climático, la OTAN, la Unión Europea, el Reino Unido y, además, atacar a Vladimir Putin, reanimar y avivar -peligrosamente para el mundo- la guerra fría contra Rusia y China.
Así, América Latina (AL) y el Caribe son solo objeto de observación del acontecer en cada país; prima una especie de laissez faire con algún retoque. Por tanto, no debe esperarse la generación de “primaveras democráticas”, como la original de 1954 contra Jacobo Arbenz o las inducidas por Hillary Clinton -sirviendo en el gabinete de Barack Obama- en el norte de África, cuyos círculos concéntricos de violencia perduran hasta la actualidad. Debe tomarse en cuenta que su “distracción” mirando al Este competidor (comercial, militar, económico y político) y el inicio de su administración no le dejan tiempo ni espacio para involucrarse en lo regional.
Biden, desde el gobierno, únicamente se ha encargado un poco de los migrantes de AL, con más análisis y declaraciones sobre la situación de miles, deseosos por ingresar a EEUU -como lo han hecho algunos menores- que actos concretos para quienes se encuentran en situaciones desesperadas, que ven pasar los años sin obtener -hasta el momento- más que promesas en lugar de soluciones.
La observación de la región exhibe un dato que posiblemente contemplen en el Departamento de Estado: las impugnaciones -en estos momentos- de medios y poblaciones urbanas acerca de los apoyos intencionales a la delincuencia y corrupción en las presidencias de Honduras y Paraguay. Asimismo, existen expectativas sobre gobiernos ya asentados en México y Bolivia; un eventual triunfo correísta en el balotaje ecuatoriano; la caída en barrena de Piñera en Chile, consecuencia de la movilización popular que obligó a la decisión plebiscitaria de redactar una Constitución que borre las normas de la dictadura y, sobre todo, la liberación en Brasil de Lula da Silva (para un nuevo juicio), que conspira contra los intereses de Jair Bolsonaro, atacado en otro flanco de la ultraderecha por el conservador João Doria, gobernador de São Paulo. De malbaratar el pre-sal se encargará Brasilia.
En tanto, hay que sumar Argentina, con el resultado de que con ella serían seis países que medidos por su territorio suman casi 70% del área continental y 67% de la población. En el caso debe incluírsele como país con autoridades legítimas instaladas y al tratársela por separado es por atender a la profundidad de la crisis económica que recibe Alberto Fernández de la administración inescrupulosa de Mauricio Macri. El gobierno que marca el retorno del heterogéneo sector de centro y centroizquierda del peronismo transige ante la obligación de estabilizar los mercados aceptando el reimplante del FMI, en tanto procura contener y conducir la deuda y la inflación, asediado por la pandemia que ofrece diversas búsquedas de atención con decisiones justas o erradas, muy cuestionadas, que acaban nulificando las políticas sanitarias. Si acaso existiese -en medio del ambiente adverso- alguna posibilidad de devolver las privatizaciones al sector público, se estaría ante la posibilidad de restituir -en parte- a la nación lo que le fue quitado para que obtuvieran ganancias los “inversores” privados.
Como opinión experta y también -por supuesto- política, Julio Gambina lo refiere el pasado día 15 -como recomendación general- de esta forma: “América Latina no tiene que mirar al FMI, ni al Banco Mundial, ni a la cooperación internacional con los organismos hegemónicos del sistema mundial, sino que tiene que ir a una nueva arquitectura financiera de la región, tiene que ir a una integración no subordinada, articular las reservas internacionales de la región para un modelo productivo de desarrollo alternativo”.
Los casos de naciones tenidas como factibles de cambio y las consolidadas prefiguran la división futura en los organismos panamericanos entre corrientes conservadoras y ultras (el mayor número de países, con dependencia política afín a EEUU) y “progresistas”: esto último abre la competencia comercial a pretendidos socios de Washington -rivales del mercado- y a las ambiciones chinas.
La consideración de dominio político se construye para el análisis y la acción concreta. Hoy esa hegemonía ejercida por corrientes capitalistas (fundamentalmente la periferia con regímenes neoliberales) viene perdiendo fuerza al resquebrajarse su unidad, lo que resulta en crisis, siendo reocupada por los mismos que la detentan (abandonando democracias y -de ser necesario- mediante “pronunciamientos militares”).
La alternativa se espera que surja de una dirigencia preeminente, que dé dirección al movimiento sobre la base previa de acumular uniones y formalizar consensos entre aquellos que fueron afectados, lesionados, por el neoliberal estado de cosas. Corresponde considerar, asimismo, que un grupo esclarecido acerca del quehacer -actuando como una suerte de núcleo pequeño-cañón- conduzcan a quienes la dirijan a transitar por los caminos que le den renovada hegemonía (no solo económica e ideológica, sino intelectual, en sentido amplio del término), que no será de quienes hablen mejor sino de los que actúen en concordancia con perentorias aspiraciones democráticas.
Mediante la coerción ciudadana, ejercida a través de la dirección y el dominio social, acompasando demandas de amplio espectro democrático, se comprenderá que la lucha por el poder resultará un paso ineludible.
Según entiendo -sin esconder nada ni tampoco pontificar- no es solo el aprovechamiento de los malos o debilitados momentos de quienes actualmente dominan la escena lo que pueda redundar en algo distinto: deberá acompañarlo el movimiento político de los que quieren llegar “a cada cual según su aporte”. Lo seguro es que siempre hay tiempos fructíferos para cimentar la hegemonía popular.
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