En agosto de 2017 el semanario Voces organizó un encuentro entre representantes jóvenes de la dramaturgia montevideana, participaron Gustavo Bouzas, Gabriel Calderón, Santiago Sanguinetti y Jimena Márquez. La mayoría tenía formación en actuación, pero Márquez, en la presentación de su ponencia, se desmarcó de ese lugar afirmando: “Siempre me mencionan como actriz, directora y dramaturga, pero no soy actriz, no lo considero. Solamente subo al escenario en carnaval, porque me hace feliz, pero más bien en el teatro soy una persona que está tras bambalinas” (ver Voces N° 574). En esa misma presentación contó que dio en tres oportunidades la prueba para entrar a la EMAD, y en las tres quedó afuera, lo que terminó derivando en explorar posibilidades con un grupo de estudiantes de profesorado de Literatura en el IPA, la creación del grupo Pachachos en el 2000 -con gran repercusión en la Movida Joven-, y ya luego Japonesita Teatro y una carrera que le ha valido premios, becas, publicaciones y la posibilidad de trabajar con la Comedia Nacional en varias ocasiones. Pero siempre escribiendo y dirigiendo, nunca actuando, más allá de una suplencia en la obra Lítost. Y justamente una particularidad de El desmontaje, el espectáculo que Márquez presentó hasta la semana pasada en el Teatro Solís, es verla en el rol de actriz, de estar en el escenario dirigiéndose a la platea y estructurando, desde sus acciones físicas y su discurso, la fábula que los espectadores fuimos descubriendo.
Ya desde Cajas Chinas (2009) primer espectáculo estrenado fuera de la Movida Joven que le valiera un Florencio revelación, quedó a la vista el interés de la dramaturga por jugar con los aspectos formales, por apostar a juegos metateatrales y a personajes que se vuelven conscientes de sus roles en el contexto de la historia que transcurre. Y esto no es gratuito, tiene que ver con la percepción de que en la realidad los individuos nos son totalmente transparentes, de que sus acciones nunca dejan ver a la totalidad de la persona que las lleva adelante. Como afirmaba un personaje de La refinada estética de los hijos de puta (estrenada en 2018): “no se si yo le muestro a todo el mundo lo que soy de verdad, y por ende no se si los demás me lo muestran a mi”. Incluso puede suceder que un personaje, en un fugaz momento de lucidez, tome conciencia de que lo que ha hecho hasta ese momento no ha sido más que pura actuación, más que ocupar el rol que alguien escribió para él.
El desmontaje como espectáculo tiene como antecedente, narra la propia Márquez, una invitación para “desmontar” su trabajo con la Comedia Nacional del año 2017 titulado La sospechosa puntualidad de la casualidad. Ese desmontaje incluía material de video, esquemas, textos, todo a modo de entomólogo desmembrando su objeto de estudio. El punto, más allá de no comprender el placer que un espectador pudiera sentir de tamaña tarea, es que en esa reconstrucción de su espectáculo se descubrió, como alguno de sus personajes, actuando.
Nuestro desmontaje, el que se estrenó hace dos semanas, interpela a la propia práctica de “desmontar” un hecho teatral, pero enlazando esto con la práctica de actuar. Márquez reconstruye momentos de su niñez y adolescencia en la que, más allá de sus intenciones y su esfuerzo, no lograba “actuar” como se esperaba que lo hiciera, señalando ciertas “incompatibilidades” entre tono de voz y género, por ejemplo, que la hacían sentirse frecuentemente fuera de su “rol”. Pero si esto puede servir para comprender la particular lucidez de la dramaturga para entender el juego social, y para explotar esas ambigüedades y contradicciones desde el juego metateatral en sus espectáculos, también nos da pie para reflexionar sobre el frustrado intento de entrar a la EMAD.
Tres veces intentó Jimena entrar a la EMAD, y las tres veces el jurado de turno entendió que no tenía capacidad para entrar a la única escuela pública de actuación de nuestra ciudad. Los comentarios acerca de la disonancia entre lo que se espera de una actriz y lo que Márquez lograba hacer, particularmente teniendo en cuenta el tono de su voz, no dejan de ser sorprendentes. ¿Es que todas las mujeres tienen el mismo tipo de voz? ¿O es que la EMAD elige solo mujeres que responden a un estereotipo? ¿Y quién definió cual es ese estereotipo? El progresismo, desde el gobierno municipal y desde el nacional cuando lo ejerció, ha promovido una política de reformas tendientes a que las “diversidades” dejen de estar ocultas, y que oficinas públicas y privadas, cuotificación mediante, tengan espacio para personas que integran colectivos que sufren discriminación. Pero uno se pregunta ¿Esa política del progresismo llegó a la EMAD? ¿Llegó a los elencos estables? ¿Cuántas personas afrodescendientes hay en la Comedia Nacional? ¿Cuántas estudian en la EMAD? ¿Y cuántas personas trans? ¿ Y cual es la cuota en la EMAD para personas con alguna discapacidad? ¿Será que el “reflejo” que se quiere dar desde los escenarios de nuestra sociedad es el de que las personas son de un solo tipo estético y étnico? ¿No se problematizan estas cosas en las direcciones artísticas? A Jimena Márquez no se le permitió desarrollar una carrera de actriz porque algunas de sus características físicas no eran lo que el jurado esperaba, pero ella tuvo la posibilidad de convertirse en una poderosa voz del medio teatral ¿Cuántas personas no tuvieron esa posibilidad?
El desmontaje es un espectáculo que gira sobre la actuación, ya desde el mito de Dionissos y las bacanales, pasando por Tespis, el ditirambo, el teatro isabelino y el carnaval. Un espectáculo que adelanta un documental en el que se discuten los límites de la ficción, y que se desdobla todo el tiempo a partir de la genialidad de Márquez. Pero también es un espacio en el que se cuestionan estereotipos y se señalan elitismos.
Como espectador me comprometí a un pacto de silencio que me impide adentrarme más en la anécdota del espectáculo, un pacto que permite la vida plena de este desmontaje. Pero podemos decir que de aquella frustración por no poder entrar a la EMAD nació una criatura tan fascinante como inesperada, tan compleja como emocionante. Y también podemos decir, por supuesto, que hay que ir a ver actuar a Jimena Márquez y emocionarse con ella. En breve se anuncian nuevas funciones. No se las pierdan.
El desmontaje, un latido en el muslo. Texto: Jimena Márquez. Dirección: Luz Viera. En escena: Jimena Márquez. Iluminación: Inés Iglesias. Diseño escénico: Daniela Reneé López. Visuales: Miguel Grompone. Diseño sonoro: Martín Pissano. Diseño gráfico: Virginia Cabrera. Producción: Lucía Etcheverry. Fotografía: Gabriel Garambillete.
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