Aunque las historias de estilo detectivesco pueden hallarse ya en el siglo octavo en China, se suele considerar al norteamericano Edgar Allan Poe, en la primera mitad del siglo diecinueve, como el creador de la literatura moderna de investigación. Empero, a pesar de su antigüedad, el policial, tanto en su vertiente literaria como cinematográfica, continúa en auge, aunque en sus expresiones más livianas. Sin embargo, un filme como “La noche del crimen”, actualmente en cartelera, nos recuerda que se puede elaborar un contundente relato alejado de los senderos más trillados del género.
Suelen distinguirse dos grandes corrientes de las que surge el género policial en general y cuyas influencias llegan hasta nuestros días: la inglesa y la norteamericana. Hijas de culturas y épocas diferentes, más sobria y morosa la primera y más cruda y directa la segunda, son, empero, el germen de su avance posterior.
El período victoriano en Inglaterra, abundante en desarrollo tecnológico y cultural, parió una literatura de investigación en la cual el eje lo constituía un crimen y su resolución, valiéndose de un relato metódico que se sostenía en la figura de un investigador carismático y sagaz.
Las vueltas de tuerca, algunas muy forzadas y poco verosímiles, eran frecuentes, y todo dependía de la capacidad del protagonista para analizar las pistas y bucear en los secretos de los sospechosos hasta arribar a la verdad.
El periodo de postguerra que sobrevino a mediados de los años cuarenta en Estados Unidos, luego del segundo gran conflicto bélico del siglo veinte, engendró también cambios sociales y culturales, que fueron, sumados a la crisis económica, un adecuado caldo de cultivo para el surgimiento de un nuevo subgénero literario: el hard boiled.
Su creador indiscutido fue Dashiell Hammett, cuya experiencia como detective le permitió elaborar un estilo narrativo directo y despiadado, no exento de una ácida crítica social, en el cual el desarrollo de los personajes y la descripción de sórdidos ambientes prima sobre la resolución del crimen.
Abrevando básicamente del policial yanki, y en menor medida del inglés, pero fundando a su vez un estilo propio, tenemos la vertiente francesa, la llamada “série noire”, de fecunda y venerable andadura.
Desde René Clement hasta Olivier Assayas, pasando lógicamente por maestros como Jean-Pierre Melville y Henri-Georges Clouzot, el cine de detectives galo, mixturando sobriedad, crudeza y una particular atención en el desarrollo psicológico de sus personajes, ha ido tejiendo un legado, y “La noche del crimen” bien merece ser incorporada a la mejor tradición del género.
En medio de una oferta audiovisual en streaming copada por series de buena factura pero previsible argumento, y en salas cinematográficas por dos filmes como el portentoso “Oppenheimer” y la gastronómica “Barbie” que, más allá de sus innegables valores cuentan con un aparato publicitario millonario que los impone a nivel masivo, es refrescante exponerse a una propuesta alejada de trillados tópicos.
“La noche del crimen” es la historia de la investigación policial de un asesinato, que ya desde el principio se aclara, nunca fue resuelto. Inspirado en casos reales, el director demuestra un sólido conocimiento de los pormenores de una pesquisa policial auténtica, alejada de los irreales relatos hollywoodenses plenos de heroísmo y resoluciones cuasi mágicas.
En ese marco, el cineasta Dominik Moll traslada al espectador la frustración y el hastío de los detectives encargados del caso, al interrogar sospechosos, llenar cientos y cientos de hojas de informes y analizar supuestas pistas que a nada conducen, asfixiados por carencias presupuestales y la indiferencia social ante un femicidio más.
La afición de uno de los pesquisantes a recorrer con su bicicleta una y otra vez el mismo circuito en una pista, puede oficiar como metáfora de un periplo que siempre parece retornar al mismo punto. En cambio, su compañero, un veterano policía que atraviesa una crisis matrimonial y hasta cuestiona su hombría, se refugia en un introvertido mutismo con ocasionales estallidos de violencia, como estrategia para lidiar con la frustración.
El filme explora los prejuicios sociales ante la sexualidad femenina ejercida con libertad, y como en muchos casos se utiliza como una suerte de justificación del crimen. Esta es la actitud de algunos de los policías que participan en el caso.
La película no intenta, como es habitual en otras, ofrecer explicaciones concluyentes ni abundar en detalles reveladores, ni mucho menos mostrar personajes estereotipados cuya perspicacia conduzca a la resolución del enigma. Los protagonistas luchan infructuosamente contra la burocracia, la falta de medios y la indiferencia de un sistema judicial y policial sobresaturado, en medio de una sociedad anestesiada contra el crimen en general y, en particular, contra los cometidos hacia las mujeres.
Los incondicionales del género, habituados quizá a obras de ritmo más trepidante, podrán tacharla de lenta, excesivamente morosa, incluso agotadora. Pero el director, justamente, procura escapar a los enfoques habituales, las forzadas vueltas de tuerca, las impactantes escenas de acción, las elaboradas y excesivamente explicadas investigaciones y los detectives cuya inteligencia y tesón se imponen sobre la perturbadamente del asesino, logrando finalmente acorralarlo.
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