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Una actriz en búsqueda de otra actriz

Una actriz en búsqueda de otra actriz
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Una actriz llega al escenario. En el piso hay un vestido y un par de zapatos de otra época. Señales de otra actriz, signos de una historia que ha permanecido oculta. Pero es una historia vinculada a las instituciones teatrales públicas más importantes de nuestro país: la Escuela Municipal de Arte Dramático (EMAD) y la Comedia Nacional. Y que tiene como espacio protagónico nada menos que al escenario principal del Teatro Solís ¿Por qué, entonces, la historia permanecía en las penumbras?
María Inés Chiredjian nació en Aleppo, Siria, promediando la década del veinte del siglo pasado. Esa Aleppo destruida recientemente por bombardeos fue en aquellos años refugio de armenios desplazados por el genocidio perpetrado por el gobierno turco. Cuando Chiredjian tenía tres años nuevamente su familia se vio obligada a migrar, y esta vez cruzó mares y océanos para llegar a Montevideo. En nuestro país, interesada en la actuación, María Inés adoptó el nombre artístico Armén Siria, nombre que, castellanizado, la comunidad teatral conoció, y olvidó, como Armen Siria.
Armen formó parte de la primera generación de la EMAD, egresó en 1953 y se integró al elenco de la Comedia Nacional. A comienzos de la década del sesenta abandona el elenco oficial y trabaja montando espectáculos con la comunidad armenia. Algunos años después solicita volver a integrar la Comedia pero las respuestas no fueron claras. Ante las dilaciones, una mañana de mayo de 1966 se dirige al Solís, donde el personal la conocía, sube al escenario y se mata. Miguel Güida, quien vivía en el Solís desde niño porque su padre trabajaba allí, recuerda: “Nosotros sentimos el estruendo porque fue un balazo en un teatro vacío y con acústica (…) Sentimos gritos y vino mi padre y le pidió a mi madre que no me dejara salir. Yo me escapé por el paraíso y la vi tirada en el piso con el charco de sangre”.
El testimonio de Güida, recogido por Fernanda Muslera en su libro Sin Maquillaje, es de los pocos que se podían leer antes de que Mariella Chiossoni y Susana Souto Fernández nos presentaran su investigación-rescate titulado Armen. Chiossoni escuchó la historia en los años noventa, pero fue durante la pandemia que le mostró unas cinco páginas que tenía escritas a Souto. Sobre esa base empiezan a investigar sobre Armen actriz, sobre su lugar y militancia dentro de la comunidad armenia local, y sobre el suicidio.
En el camino, explícito en la obra, de una actriz de nuestra época yendo al encuentro de una actriz del pasado lo primero que aparece justamente es el preguntarse sobre la actuación ¿Qué significa actuar? ¿Imitar al modelo? ¿Deformarse para amoldarse a un personaje? Es claro que no es el camino que siguieron Chiossoni-Souto, pero es un aspecto clave de la obra. Porque las características físicas de Armen, quien se cuenta que era muy alta, la marginaron de ser actriz protagónica en muchos espectáculos. Armen trabajó en un contexto en que las compañías se encontraban fuertemente estratificadas, y al no haber “galán” para su porte, su trabajo se vio relegado a roles secundarios. Y es ahí donde, repetimos, la decisión de explicitar la forma en que Souto va en busca de su personaje delata en sí misma aquella práctica. Quienes “marginaron” a Armen no fueron sus características físicas, fue un sistema teatral y personas concretas que lo defendían. Personas que jerarquizaban y daban espacio a determinadas normas físico-estéticas y dejaba de lado otras. Es claro que muchas cosas cambiaron en estas casi seis décadas ¿Pero cambiaron tanto? Hace pocos años Jimena Márquez estrenó El desmontaje, espectáculo que tiene como disparador justamente una sensación de quedar por fuera de lo que se pretendía de una actriz en los espacios institucionales por tener una voz grave o por tener un físico distinto a la “norma”. Es aquí donde, respecto a como funciona el universo teatral, la obra no solo brinda una hipótesis sobre la “discriminación” sufrida por Armen en su tiempo, sino que, además, habilita a pensar cuanto de esas prácticas continúan operando en nuestro medio hoy.
Por otro lado, en el espectáculo emerge la militancia de la causa armenia, una militancia que se puede visualizar en algunos momentos discursivos, pero también en la incorporación de elementos de la cultura de ese pueblo a la obra. El idioma, algunas canciones folclóricas, y la propia vida de esa colectividad en nuestro país atraviesan al espectáculo. Anahit Aharonián como asesora fue clave en ese proceso. Además de establecer el puente cultural, Aharonián rescató la significación que Armen tenía para la colectividad armenia en su tiempo. Una colectividad que, a diferencia de como nos autopercibimos, sentía muchas dificultades para integrarse a la sociedad montevideana. Y que veía en Armen a una referente. Este aspecto del espectáculo, nuevamente, plantea dos lecturas. Por un lado nos hace dudar sobre aquella idílica imagen del Uruguay batllista integrado que hemos heredado. Y por otro lado nos hace pensar en nuestro presente, en la forma en que hoy recibimos a la población migrante.
El suicidio, el otro eje del espectáculo, parece simplemente haber sido una excusa para mantener oculta esta historia. El “tabú” en que se ha convertido hablar sobre alguien que decide quitarse la vida sirve para ocultar las razones que pueden estar detrás de ese hecho. La burocracia municipal, la estratificación, la impronta de algunas grandes personalidades, la discriminación. Todo queda oculto simplemente por la causa de la muerte.
Poco se puede hablar del diseño de escenografía habiendo visto las funciones en una sala tan incómoda para el público como la Delmira Agustini. Pero ese telón a medio caer que se veía en el fondo es significativo. Y también permitió a Souto jugar con sombras de los personajes por los que Armen Siria transitó en su vida. La actuación de Susana Souto, a quien hacía años no veíamos actuar, es potente. El espectáculo se construye a partir de la pregunta sobre el significado de ser actriz, sobre la forma de transitar ese rol, de habitar los personajes. Esa reflexión desde el escenario mismo se cristaliza en un gran trabajo actoral. Estamos ante una de esas actuaciones que, como nos gusta decir, invita al teatro por sí misma. Desde hoy se puede ver en el Teatro Victoria. No se la pierdan.

Armen. Texto y dirección: Mariella Chiossoni. Actúa: Susana Souto Fernández. Fotografía: Santiago Bouzas.

Funciones: jueves 16, 23 y 30 de marzo a las 21:00. Teatro Victoria.

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Leonardo Flamia Periodista, ejerce la crítica teatral en el semanario Voces y la docencia en educación media. Cursa Economía y Filosofía en la UDELAR y Matemáticas en el IPA. Ha realizado cursos y talleres de crítica cinematográfica y teatral con Manuel Martínez Carril, Miguel Lagorio, Guillermo Zapiola, Javier Porta Fouz y Jorge Dubatti. También ha participado en seminarios y conferencias sobre teatro, música y artes visuales coordinados por gente como Hans-Thies Lehmann, Coriún Aharonián, Gabriel Peluffo, Luis Ferreira y Lucía Pittaluga. Entre 1998 y 2005 forma parte del colectivo que gestiona la radio comunitaria Alternativa FM y es colaborador del suplemento Puro Rock del diario La República y de la revista Bonus Track. Entre 2006 y 2010 se desempeña como editor de la revista Guía del Ocio. Desde el 2010 hasta la actualidad es colaborador del semanario Voces. En 2016 y 2017 ha dado participado dando charlas sobre crítica teatral y dramaturgia uruguaya contemporánea en la Especialización en Historia del Arte y Patrimonio realizado en el Instituto Universitario CLAEH.