Una pintura nueva para nuevos tiempos por Alejandra Waltes
La década del 20 del siglo pasado, fue una época de notable optimismo en el Uruguay, de una sociedad orgullosa de sus logros, que gozaba de una sensación global de seguridad, paz, integración social, y una exaltada fe en el futuro y en el progreso. Con la llegada de la estabilidad socio política y el auge de los ideales demócratas, llegó el bienestar económico que permitió a los artistas uruguayos viajar a Europa a perfeccionarse.
Es en esa Europa entre guerras en que convergieron en una común admiración hacia la estridencia fauvista, hacia las variantes que el post impresionismo desplegaba en los medios plásticos, hacia la atmósfera cubista (ya que al decir del propio Cuneo las obras cubistas no eran fáciles de ver hacia 1920). Los artistas uruguayos aceptaron, en general, las nuevas vertientes, congeniándolas con la realidad local. De esa forma se fue templando una conciencia grupal en medio de un clima de euforia nacional, con un comprometido sentido localista paralelamente abierto a innovaciones. Su obra no cuestionaba la realidad, pero eran pintores rebeldes en relación con el nuevo lenguaje plástico que desarrollaban. En la exposición organizada por el grupo Teseo en Buenos Aires, en julio de 1927, cuarenta y cinco de las sesenta obras expuestas eran paisajes en su mayoría planistas.
Un movimiento estético nacido en el Círculo de Bellas Artes
El Círculo de Bellas Artes fue fundado en 1905 por el pintor Carlos María Herrera, que fue docente y director de la institución hasta su fallecimiento en 1914. En una siguiente etapa, algunos de los principales docentes del Círculo fueron Guillermo Laborde (maestro de Petrona Viera), Domingo Bazzurro y Vicente Puig. El nombre de «Planismo» se debe al crítico y escritor Eduardo Dieste, quien lideraba la agrupación de carácter interdisciplinario Teseo a través de la cuál concedió el mayor apoyo teórico respaldando las nuevas tendencias y los nuevos valores. La pintura planista era realizada en base a planos de color, planos cuyos bordes interactúan y aparecen más o menos facetados según el autor. La intencionalidad es hacer una pintura no volumétrica, con un dibujo austero en detalles y tendiente a cierta geometrización. Las figuras aparecen así recortadas. Para el pintor planista «tan primordial es la figura como el fondo, el centro como el ángulo más alejado del centro de la tela». La pintura planista no incursiona en el claroscuro. El color, ausente de modelado, es generalmente utilizado puro; a menudo el cromatismo es vibrante. Se reconoce a José Cuneo como el introductor del planismo en el Uruguay, fundamentalmente a través de las obras realizadas entre 1914 y 1918. En forma casi inmediata otros autores adquirieron la misma modalidad desde el círculo de Bellas Artes. Como extremo temporal opuesto las obras de Petrona Viera muestran un planismo que se extiende en la década del 30. La mayoría de los pintores de la época pasaron por una experiencia planista en algún momento de su trayectoria plástica. Entre ellos: José Cuneo, Carmelo de Arzadùn, Humberto Causa, César Pesce Castro, Alfredo de Simone, Domingo Bazzurro, Guillermo Laborde, Melchor Méndez Magariños, Andrés Etchebarne Bidart, Petrona Viera. El retrato es frecuente, pero ya no se realiza por encargo. Los planistas gustan retratar a su familia, a compañeros de cenáculos, o simplemente, retratarse entre ellos. Los niños irrumpen en la obra de algunos pintores, es el caso de Carmelo de Arzadùn o Petrona Viera.
Si bien algunos autores hablan de «modalidad» y no de escuela, el planismo fue tan importante que a fines de la década del 20 se hablaba ya de una Escuela de Montevideo. La difusión que adquirió a través de clases y talleres del Círculo de Bellas Artes tuvo, sin duda, importancia en su expansión.
Los «planistas» fundaron una suerte de teoría de relaciones cromáticas, que tiene que ver con la luminosidad, con la transparencia, con el color del paisaje nacional. La constante de los planistas es la síntesis de las emociones, los sentimientos. Sus colores resultan alusivos a la realidad, a diferencia de los de Matisse quien evitaba deliberadamente reconstruir la escena que motivaba el cuadro para dedicarse a constituir un hecho pictórico, por medio de colores y de una estructura plástica. Esta adhesión uruguaya a la anécdota determina una pintura de honda subjetividad, en la que los colores se toman dulces, tiernos, sentimentales. La persistencia en el tiempo de la buena acogida del público nos dice que en esta pintura hay algo del ser nacional. El Planismo es el movimiento que inaugura la pintura moderna uruguaya.
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