Si señores, Uruguay es un país sano, con decoro e institucionalizador. Ahora bien, si queremos que deje de serlo, el camino es muy fácil. Poner el tema de la honestidad de los partidos, los políticos y el sistema en el centro de la contienda electoral. Creer que unos partidos son corruptos y otros no. Que unos son buenos y otros malos.
En primer lugar, miremos quienes internacionalmente estudian el tema de la corrupción, e incluso clasifican a los países y se comprenderá que esto es así. Esto no quiere decir que no exista corrupción, siempre la hay, pero lo cierto es que Uruguay no es un país donde campee la corrupción. Ni que no la combata. Todo lo contrario.
El Uruguay es un país cuya institucionalidad es siempre ponderada también entre nosotros. Y desde afuera. Todos, con distintas o iguales visiones.
En primer lugar, cada vez que se hicieron campañas moralizadoras en lo electoral, se pueden haber conseguido réditos electorales, luego de sus correspondientes éxitos, la realidad es que la presunta corrupción no fue confirmada. Pruebas al canto. En 1958 ganaron los blancos, luego de 93 años alejados del Poder. Se hablo de propiedades de Luis Batlle en Estados y muchas cosas más. No hubo un solo funcionario del gobierno anterior preso luego de esa elección.
En 1973 se dio un golpe de Estado. Vaya que se hablo de la moral de los políticos. Pero lo cierto es que al final del cuento, el gobierno de facto, sin un sistema de diera garantías, no detuvo a nadie. Cuando los militares dejaron el poder, tampoco se registró ningún proceso por corrupción al régimen saliente.
Cuando gano el Frente Amplio, que siempre enjuicio a las otras colectividades, tampoco hubo retaliación alguna.
Nada de eso impide señalar que hubo, hay y habrá corrupción. Casos que se conocen y se actúa. Otros sin duda se realizan y no fueron posibles probar o conocer. Pero este precisamente es un tema central o no debiera serlo.
A mi lo que me alarma, es que, en los últimos tiempos, desde fines de la administración anterior hasta esta, los temas de corrupción irrumpen en la arena política cada vez con mayor intensidad. Y se dan como golpe por golpe, y al final se convierten en motivo de campaña proselitista.
El caso del Ministerio del Interior, a propósito de si corresponde o no, que los funcionarios de esa Secretaria de Estado se atendieron o no en el Hospital Policial me parece paradigmático. Lo lógico, racional y conveniente, que todos los funcionarios. Policiales y no policiales. De confianza o de carrera, de esa cartera se atiendan allí mientras estén en funciones. O luego de retirados si corresponde. Ellos y sus familias. Que mejor cosa que el Ministro del Interior se atienda si es el del caso, en el mismo sitio y condiciones que un agente Policial. Incluso es positivo al servicio. Cuando se supo de situaciones de este tipo, lo que debió haberse hecho fue haberlas validado.
Por supuesto que un hoy Senador frenteamplista, salió del ministerio y empezó a enjuiciar de mala manera, y sin razón a los que asumieron esas responsabilidades en la actual administración. Pero hay otra forma de reaccionar. Así le fue a la actual administración, tuvo que enjuiciar a un funcionario propio por esa razón. No se gana nada con ese tipo de actitudes. Mas bien se pierde.
Ahora el gobierno anuncia que va a presentar un proyecto de ley levantando el secreto de asuntos que tenían esa situación. Lo que sucede en todas partes del mundo. Y por algo es. No porque todos los políticos del mundo defiendan a la corrupción. Por el contrario. Eso da garantías. Cuando la norma es tan universal en su concepto, y se aplica de manera tan generalizada hay que ser muy prudentes para impulsar modificaciones. Da la impresión, además, que la sola presentación de esa iniciativa, justo el año antes de la elección no es muy feliz. Incluso que la sola discusión parlamentario del tema va a crear un clima de enfrentamiento que nada bien va a hacer a nadie. Cuando estas cosas ocurren después no vale salir a lavarse las manos. Y quejarse que la gente no respeta a los políticos y los partidos. Porque al final del cuento si los políticos y los partidos no se respetan entre ellos, es razonable que los que miran desde el llano tampoco los respeten.
Luis Batlle y Juan Domingo Perón se reunieron una sola vez. Fue en el medio del Rio de la Plata. Se cuentan muchas anécdotas de ese evento. Dicen que, en determinado momento, hablando de la exportación de carne, el mandatario argentino trato de convencer al nuestro de exportar en conjunto ese producto. Y que como Argentina tenia mayor exportación, Uruguay podía señalarle los volúmenes y esta concretara los negocios, cobrar y luego remitirle el dinero. La conversación la cortó de raíz un legendario Ministro Batllista. El Escribano Ledo Arroyo Torres. Muchachos, a no joder vamos. Fue su expresión.
Este humilde ciudadano que escribe con todo cariño un artículo, para ser gráfico y elocuente, se permite repetir las palabras de don Ledo, al que nunca conoció.
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