Estoy en vuelo, desde Cusco hacia Lima. El avión nos permite ver la altura, las montañas, las nubes, y todo cambia rápidamente de paisaje. Estoy diciendo una obviedad, pero que nos fascina cada vez que la vivimos: el punto de vista. Y eso modifica sustancialmente la experiencia, porque la subjetividad tiñe cada centímetro de nuestra percepción, de nuestro esquema sensible y de cómo usamos nuestra inteligencia.
A veces pienso que la experiencia de ponerse en el lugar del otro, debería ser una materia obligatoria en educación y aplicada de acuerdo a los niveles, es decir: para primaria una, y así sucesivamente modificando la variedad de acuerdo a la madurez y el compromiso. El asunto es ¿para qué?
Hace 20 días que estoy en Perú, fui invitada a dirigir un proyecto escénico, una intervención en un espacio público con 200 mujeres. La propuesta es un encuentro entre la ciudadanía y el teatro, todos arriba del escenario. Ciudadanía y escena. Algo sin precedentes en América Latina, ¿podríamos decir que es un delirio o el arte tiene todas las licencias abiertas? ¿Las tiene, las tenemos? ¿Tiene sentido delirar en medio de una realidad asfixiante, que masacra la singularidad? Una realidad que se desborda donde los logros adquiridos en derechos y en beneficios no alcanzan para querernos más, no alcanzan para derribar el mal humor, el resentimiento y la frustración. No alcanzan. ¿Será que la realidad se desdibuja? ¿Y quién o qué la desdibuja? Y depende de los criterios sobre productividad, rentabilidad y necesidades humanas. Otra vez: el punto de vista, la reina de estos tiempos. Cada uno marcha como profeta descubriendo dioses que habitan el planeta desde siempre, pero poniéndole nombres y vestuarios nuevos. ¿Será que necesitamos la innovación? ¿Será?
En marzo de este año, el director del festival de Sala de Parto se comunica vía Skype conmigo, Inicia su charla diciendo: “tengo ganas de trabajar desde la mujer el recorrido de la independencia, con muchas, todas en la escena, busquemos la forma de relatarlo escénicamente, en un lugar público y abriendo el festival. Sumate Marianella, volá conmigo, sin porros, sólo creando. Volemos juntos”. Y volé con él. Volé con todo el equipo.
El 13 de setiembre estrenamos BICENTENARIA en el Parque de los Próceres de la Independencia, (Lima) con 200 mujeres en escena, 5 actrices, 10 líderes, una niña, una rapera, y 15 personalidades de la política, y el público que se aglomeró a pesar de la mansa llovizna en la noche fría.
Algo sucedió en los que estuvimos ahí. Algo que va directamente a ser parte de uno y todos a la vez, el presente se hace cargo de los tiempos y nos hace cómplices, al margen si queremos o no, nos hace parte y punto, algo así y algo más. La fuerza del se puede, esa es la mejor cara del presente. La fuerza del encuentro, la fuerza de la utopía y su resiliencia para sobrevivir. Como la hojita en el muro de piedra, como la fisura en el granito.
Volar es algo tangible, dispara los sentidos, los mismos que uno tiene administrados para cosas puntuales, como si los mismos tuvieran código de barra, ubicados en la góndola a la espera de ser seleccionados.
Así abrimos el proyecto, ese que no existía en ninguna parte, ni siquiera en nuestras cabezas. No existía. Podría seguir dando detalles sobre que vino después, qué se fue, qué quedó, pero el centro de todo está en cómo nos entregamos al juego. Simple, sí, muy simple, pero ¿lo es en realidad? ¿Por qué los adultos dejamos de jugar?¿En qué momento de nuestras vidas dejamos de jugar?¿En qué momento dejamos de creer en el juego?
Fue así que nos encontramos el director del festival y yo imaginando, ¿cómo sería posible pensar una escena que hable y denuncie y diga desde el hoy con actrices, cantantes, bailarinas, y también mujeres sin formación artística? Pero no un coro de 20, sino 200. Una por cada año del bicentenario del Perú. Supongo que si mi cabeza funcionara de acuerdo al estándar sobre lo que te enseñan y educan hubiera dicho que no. Supongo que si la cabeza del festival y todo su equipo pensaran de acuerdo a lo que se enmarca en lo real, lo posible, lo que se debe hacer, presupuestalmente hablando, jamás hubiera sucedido.
Entonces, sin intentar salirnos del plano más real que nos violenta, ¿habrá algo más violento que lo real? No creo. Ese real que dice: NO.
El sí y el no, varían de peso, presión y contundencia. El sí suele volverse no con más velocidad que una película de ciencia ficción, y así la dinámica de lo posible, lo imposible, lo real y todas las fronteras que creamos y rompemos se alteran de acuerdo a tantas variables que resulta imposible seguir discutiendo los sucesos bajo paradigmas rígidos. No más. Lo rígido pertenece a otro siglo, el de lo inmodificable, el siglo de las herencias naturalizadas, de la obediencia a todo trapo. Otras y otros.
Será que los abrazos utópicos refrescan el espíritu y uno se siente un aventurero feliz, al margen de si los resultados coinciden con lo escrito, con lo planificado ¿importa tanto eso? En algunos planos supongo que sí, no en todos. Vayamos por la grieta.
Peter Brook dice que el granito también tiene su orificio. Él dice que cuando uno se da contra la pared intentando pasar sólo logrará romperse la cabeza, pero si uno toma distancia, se sienta, respira, y espera. Sí, espera. Y se detiene a observar el granito impenetrable, encontrará un orificio por dónde meterse. Siempre me gusta esa imagen, esa idea poética sobre la perseverancia, la fuerza y la idea; también puede decirse a lo criollo: “se le encontrará la vuelta”.
Propongo un juego, ¿qué pasaría si…? ¿Qué pasaría si en cada ámbito laboral existiera un espacio para soñar, volar, divagar? Sí, en un margen cero de rentabilidad, productividad directa y con escasas posibilidades de concretar algunos de esos sueños. O sea, estrictamente para perder tiempo. Estrictamente para nada. Estrictamente para fracasar. Pero… ¿Entonces? ¿Para qué? No existe otra forma de éxito. “Fracasa otra vez. Otra vez mejor. O mejor, peor. Fracasa peor otra vez. Aún peor. Hasta enfermar del todo”. Samuel Beckett.
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