“Ya sé que estoy pianta’o” se repetía una y otra vez el poeta Horacio Arturo Ferrer, mientras caminaba por la calle Arenales del barrio Recoleta de Buenos Aires, hacia el pequeño departamento de Ástor Piazzolla. Hacía meses que convivían como un perfecto matrimonio creativo y en afanosa búsqueda de trabajo. La estaban pasando mal en lo económico y Piazzolla razonaba que por el lado de la “canción” su música tendría un alcance mayor. Lo que hacía musicalmente en ese momento, era motivo de rechazo y de burla del medio tanguero ortodoxo. Para ellos Piazzolla significaba un demonio, y además su postura arrogante y peleadora no ayudaba para nada. Ya se había estrenado -con discreto éxito- “María de Buenos Aires” que más tarde se convertiría en una obra de culto. Mientras tanto, el Quinteto de Ástor trabajaba todas las noches en Michelangelo, pero los números no cerraban y además el compositor estaba más entusiasmado en trabajar sobre los poemas de Ferrer, a quien consideraba su par en las letras. Ástor vio en esos textos algo novedoso y vanguardista, pero envueltos en una aureola de nostalgia tanguera. En ese entonces ya existía Almendra, que es un poco la ruptura formal del rock, y estaban los Beatles, que eran la revolución artístico-social del siglo. En ese contexto de búsqueda de nuevas formas (sin dejar de lado las incursiones contemporáneas con el folclore) es que aparece una obra como “Balada para un loco”.
Ferrer trabajaba el texto mientras Piazzolla componía la música al piano en simultáneo, en una especie de composición (en tiempo real) a la Lennon y McCartney. Y hay detalles que resultan fascinantes. El tramo del poema donde dice: “¿No ves que va la luna rodando por Callao? / Que un corso de astronautas y niños con un vals (…)”, registra en realidad un desfile que hizo Neil Armstrong en 1969 en Buenos Aires, poco tiempo después del alunizaje. Y hay dentro de esa deformación surreal de la realidad, bastante cosa documental del día a día de los autores. Además, a Piazzolla – a quien Troilo bautizó como “Gato”- le decían “el loco”. Y sin dudas eso le interesó más que cualquier otra cosa, tanto, que decidió grabarla cantada por Amelita Baltar, que era su pareja de entonces y quien había protagonizado, junto al cantor Héctor de Rosas, “María de Buenos Aires”. Antes de grabarla, ensayaban con el Quinteto y Amelita en Michelangelo en la previa de las jornadas nocturnas. Y el que se acercaba a escuchar era nada menos que el “Polaco” Goyeneche. El “Polaco” quedó fascinado con la obra y tiempo después haría su propia versión. Él sería uno de los pocos actores del tango en aquel momento, que consideraban resaltable una canción de Piazzolla/ Ferrer. Poco después de grabar el simple para Columbia (con un lado B que sería otro clásico de la dupla: “Chiquilín de Bachín”), la propia compañía inscribió BPUL en el Festival de la Canción de Buenos Aires. El premio era en moneda y los autores la necesitaban urgentemente. La obra tuvo sus inconvenientes de entrada. Casi fue descartada de certamen por no tener una estructura de tango puesto que estaban inscriptos en esa categoría. Finalmente fue aceptada y pasó a semifinales. En la noche de la clasificación a la final en el mítico Luna Park (otra vez “la luna rodando”), todo lo que sucedió con el público cimentó tanto la leyenda como la chismografía. En los primeros compases de la canción, además de insultos varios a la cantante (“Andá a lavar los platos p…”), cayeron monedas desde la platea. Las que en concreto buscaban ardorosamente los autores, ahora llovían sobre Amelita y los músicos del Quinteto: “Cacho” Tirao debió proteger la guitarra con los brazos para evitar el desastre. Lo curioso es que había un grupo pro-Piazzolla, y entonces se debatían ambos públicos, como en un clásico Boca-River. Casi sobre el final de la interpretación, por si faltaba algo, a la cantante se le rompió el vestido y tuvo que salir del escenario sosteniéndoselo.
Dentro de toda esa salsa que marca la leyenda hay que anotar un hecho curioso. La extraordinaria conformación del jurado general, que hoy sería inimaginable: Eduardo Lagos, Vinicius de Moraes y Chabuca Granda. Los tres vinculados a la vanguardia musical dentro de sus respectivos lenguajes. Aunque para cada categoría hubo distintos jurados. En la de Tango -específicamente- participó el guitarrista y compositor Horacio Malvicino (quien más adelante formaría parte del Quinteto). A la polémica final llegó BPUL y un tango cantado por Jorge Sobral “El último tren”. Se supo, más tarde, que los jurados dieron como ganadora a la obra de Piazzola/ Ferrer, pero por motivos inexplicables se llevó a votación del público (muchas mujeres votaron a Sobral) y por ese motivo BPUN se quedó afuera del primer premio. Piazzolla quedó desbastado luego del episodio. No quería saber nada y no escuchaba a nadie. Lejos estaba de creer que aquella presentación (con escándalo incluido) había cimentado la fama y el prestigio que tanto anhelaba. El simple de BPUN vendió en pocas semanas 200 mil copias. Ese segundo premio fue la catapulta a la consideración masiva. Horacio Ferrer, por su parte, se transformaría en un nombre importante de las letras, más allá de BPUL. Y un hecho que ingresa en el anecdotario imposible de ser chequeado. Al día siguiente del día D, Piazzolla recibió una llamada. Cuando Ástor colgó, quedó durante varios minutos con la cara desencajada. El que había llamado era nada menos que Aníbal Troilo. Le habría dicho: “Gato” … ¿te das cuenta? ¡Acabás de hacer la segunda Cumparsita!”. Estaba todo dicho.
Ilustración: Manuel Domínguez Nieto. Grabado en linóleo, 1980.
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