Manini por Hoenir Sarthou
Si algo caracteriza a Cabildo Abierto, y en particular a la figura política de Guido Manini Ríos, es su condición proteica, una ambigua plásticidad que le permite ser visto, por gente muy distinta, como vehículo para muy variados objetivos.
Así, a su núcleo básico original, de origen militar, y a las simpatías que siempre ha tenido en el núcleo “Ñatista-Mujiquista” del MLN, ha logrado ir sumando apoyos: remanentes del riverismo y del pachequismo colorados; sectores blancos conservadores; población rural harta de lo que percibe como matufias de la política tradicional y montevideana; población urbana despartidizada pero deseosa de mano dura y seguridad; metholianos amantes de la Patria Grande Latinoamericana; indignados denunciantes del “Nuevo Orden Mundial”; dirigentes blancos y colorados ignorados por las cúpulas de sus partidos, e incluso ex frenteamplistas decepcionados, todo ello sin renegar de los que apuestan a la inversión extranjera. El principal factor común es que se trata de gente que, por distintos motivos, no encuentra lugar en las estructuras tradicionales de nuestro sistema de partidos.
Manini cumple con habilidad su papel. Directamente, o por medio de sus legisladores, se muestra al mismo tiempo como miembro de la coalición de gobierno y como audaz opositor, en un juego desconcertante. Por un lado, votó la LUC y tiene ministros en el gobierno; por otro, un día pide la destitución del Fiscal de la Nación, al siguiente cuestiona el contrato de UPM2, que el gobierno ha ratificado, el tercer día anuncia que apoyará un proyecto del FA contra la extranjerización de la tierra, y el cuarto día pide la restauración de la ley de caducidad.
Lo que puede parecer contradictorio, no lo es. Manini juega bien su juego. Sabe que es un candidato alternativo, cuyas posibilidades de llegar a la Presidencia no dependen tanto de la derrota de tal o cual candidato como del agotamiento del sistema tradicional de partidos.
Con el Frente Amplio golpeado por una derrota que no termina de digerir, y una coalición de gobierno que enfrenta, a la vez, la mayor crisis mundial de la historia, su propia fragilidad en tanto coalición, y el natural desgaste del ejercicio del gobierno, las chances de Manini de prosperar electoralmente son evidentes. Le basta con pararse en el medio del escenario político y emitir leves señales en una y otra dirección, sin casarse con nadie. El hambre de esperanza hará el resto. Cada uno de los que hayan visto frustradas sus expectativas con los gobiernos del FA y con el de la Coalición –que son y serán muchos-, se las arreglará para interpretar esas señales en el sentido que le interesa o conviene. Lo dicho: a Manini le basta con ser proteico.
Otra historia es cómo sería un eventual gobierno de Manini. ¿Es posible atar por el rabo a las reivindicaciones de los cuarteles, a los viejos caudillos blancos y colorados, a las simpatías “Ñatista-Mujiquistas”, a los amantes de la Patria Grande, a los deseosos de honestidad y seguridad, a blancos, a colorados y frenteamplistas desencantados, al Interior resentido con Montevideo y a los montevideanos despectivos con el Interior, a los nacionalistas ultramontanos, a los enemigos del Nuevo Orden Mundial y a quienes confían en la inversión extranjera?
Un aspecto a no olvidar es que, hasta el momento, lo que ha dado Manini son señales, no hechos políticos. No obstruyó ningún proyecto del Ejecutivo ni marcó decididamente un camino en el que el Ejecutivo lo desautorizara por completo. Podría decirse que ha prendido los señaleros en una y otra dirección, pero no ha doblado hacia ningún lado, al menos por ahora.
Hay un enorme campo que nuestro sistema político le deja abierto a Manini. El de cómo pararse ante un mundo globalizado, en el que las leyes, las políticas, las decisiones y los fallos judiciales vienen precocidos desde afuera. Eso que ninguno de los otros partidos con representación en las dos Cámaras se atreve a decir y mucho menos a contrariar.
Ayer, a propósito de su planteo de revalidar la ley de caducidad, Manini hizo unas declaraciones que llaman la atención. Reivindicó a la Constitución Nacional por sobre los Tratados internacionales de Derechos Humanos y los fallos de las Cortes internacionales, alegando algo –más allá de los motivos por los que lo alega- resulta muy cierto: que en nuestro sistema jurídico la Constitución es la norma suprema, y que es riesgoso para nuestra soberanía ponerla por debajo de disposiciones y fallos que provienen de organismos internacionales sobre los que Uruguay no tiene ningún control.
Por razones que sería largo exponer, tanto el Frente Amplio como la coalición de gobierno no incluyen en sus discursos el problema de la soberanía y el peso de la globalizacion (que nos está aplastando con fenómenos como UPM2 y la emergencia sanitaria).
Cuando se le regala a un candidato independiente e inteligente un tema de esa magnitud, no cabe quejarse ni sorprenderse después.
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