El mundo ya se acabó un montón de veces es el primer espectáculo estrenado de Alejandra Gregorio, quien, sin embargo, ya tiene un recorrido interesante como dramaturga. En el 2020 obtuvo el primer lugar del Premio Juan Carlos Onetti que otorga la Intendencia de Montevideo con Aquellos lugares donde, y en el 2021 repitió el primer premio en la categoría dramaturgia con Acostarse a orillas de una rajadura, recientemente editado por Hum. Como la gran mayoría de las dramaturgas y los dramaturgos de nuestra ciudad que empezaron a escribir en el siglo XXI proviene de los escenarios, se formó como actriz en el Instituto de Actuación de Montevideo (IAM), de donde egresó en 2015, integrando elencos de espectáculos como El barrio de los solos o El club de los idiotas. El interés en la dramaturgia la llevó a ingresar a la Tecnicatura Universitaria en Dramaturgia (TUD) y otro texto de ella, Avisen cuando morir, fue publicado el año pasado por el Instituto Nacional de Artes Escénicas (INAE) en el marco de la Colección Teatro, junto a obras de otros estudiantes de la TUD como Bruno Acevedo Quevedo, Gustavo Kreiman, Elaine Lacey y Marcel Sawchik Monegal.
La particularidad de El mundo ya se acabó un montón de veces no pasa solo por ser el primer trabajo estrenado de Gregorio (y dirigido por ella misma), también es el primer monólogo, aunque, como en los otros textos que le conocemos, la obra transita los surcos que se establecen a partir de vínculos familiares. En este caso una muchacha se detiene en algunos hechos más o menos relevantes de los últimos veinte años a partir del vínculo con su padre y la inasible idea del “fin del mundo”. La reseña con que se presenta el espectáculo lo describe como un “monólogo que recorre con urgencia distintos años y sucesos, que se construye entre canciones y pesadillas, que deambula entre un grito y varias llamadas telefónicas, que invoca a una infancia y a un padre, o al recuerdo de ese padre, mientras el mundo se sigue terminando y la vida se sigue viviendo”.
Si bien tanto la autora como la actriz (Cecilia Placeres) han reiterado que la obra es ficcional y no hay aspectos autobiográficos, la edad del personaje coincide con la de las creadoras (nacidas en 1993) lo que explica la perspectiva con que recibe algunos hechos. La protagonista tiene 7 años cuando el 2001 se estrenaba con la noticia de que la fiebre aftosa había aterrizado en el norte de nuestro país. La niña no entiende qué significa eso, solo que le arrebatan algunos momentos con su padre, y piensa: “qué carajos es la fiebre aftosa y qué tan grave puede ser que se mueran algunas de las vacas si igual después van a llevarlas al matadero. Odio la palabra matadero. Odio imaginar el ruido en el matadero. Me imagino que el ruido del fin del mundo es parecido a ese ruido. Que los cadáveres de animales cuelgan en ganchos como podrían colgar las personas, los territorios, los bosques, los ríos y todo lo que alguna vez estuvo vivo.” Ya aquí vemos una de las claves del espectáculo, momentos puntuales de nuestra historia reciente son atravesados con esa pulsión apocalíptica y traducidos en una serie de imágenes poéticas que tensan el vínculo entre la protagonista y su padre. Hay momentos apasaibles y momentos tormentosos, cercanía y rechazo, pero cada nueva situación pasible de ser pensada como “fin del mundo” se estructurará a partir del vínculo padre e hija, un vínculo que, mientras transcurre la obra también señala el paso del tiempo, la niña se vuelve mujer, y el padre envejece. Finalmente escucharemos a la protagonista afirmar: “Papá, estoy corriendo para decirte que el mundo no se acaba. Que en todo caso ya se acabó antes, y antes y antes y antes y antes. Y que se va a seguir acabando millones de veces. Y también después de eso se va a volver a acabar. Y después. Y después. Y después. Porque el mundo es así, papá. Porque el mundo funciona así, papá. Y la vida también funciona así.”
Si El mundo ya se acabó un montón de veces es un monólogo está lejos de ser un unipersonal. Habitan el espacio escénico, además de la actriz, Agustina Racchi (percusión, teclados, pc) y Gonzalo Rodríguez (guitarra), quienes dialogan entre sí y con el texto conformando un hecho esénico que por momentos tiene la energía de un toque punk. Las músicas se entretejen con las emociones de la protagonista mientras la actriz se mueve por los distintos niveles del escenario, acelera y se detiene, abandona momentos introspectivos para saltar con rabia. Varios pasajes del espectáculo nos hacían imaginar que estábamos entre el Ian Curtis de Joy Division y el Jello Biafra de los Dead Kenedys, aunque las músicas tienen un temperamento, ya desde la percusión digital de Racchi, claramente de nuestros tiempos.
El mundo ya se acabó un montón de veces es una forma de conocer la poética por la que transita una dramaturga joven y talentosa, pero también de impresionarse con la entrega y el despliegue físico de Placeres. La actriz logra que algunos espectadores tengamos el impulso de saltar para hacer pogo en la platea. El rol de Racchi y Rodríguez, repetimos, no está subordinado, son dos intérpretes más que completan un espectáculo potente y que rompe algunas ideas previas acerca de lo que es un hecho teatral (o no, si pensamos como Malcolm McLaren que los shows de The New York Dolls o de Sex Pistols tenían mucho de teatral) . El jueves 17 es la última función en el Solís, pero seguro recorrerán salas y otros espacios, estén atentos.
El mundo ya se acabó un montón de veces. Texto y Dirección: Alejandra Gregorio. Actúa: Cecilia Placeres. Música en vivo: Agustina Racchi y Gonzalo Rodríguez.