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A 60 años de Espartaco

A 60 años de Espartaco
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Para analizar las virtudes y defectos de Espartaco deben hacerse un par de previas aclaraciones que ubiquen esta película. Cronológicamente Espartaco significó dos cosas. Por un lado, fue la primera vez en quince años que el libretista Dalton Trumbo, verdadero creador de la película, pudo firmar un libreto propio, ya que desde 1945 se encontraba irradiado de la industria por integrar la famosa lista de los Diez de Hollywood condenados por el maccarthysmo. Espartaco además debe situarse como uno de los dos primeros títulos decididamente liberales del cine americano de entonces (junto a Fuga en cadenas de Stanley Kramer), y en cierta manera contribuyó a la apertura política del nuevo cine industrial americano. En ese aspecto su importancia es inobjetable.

En el plano conceptual las cosas son más complejas. Espartaco narra la rebelión de esclavos liderada por ese gladiador tracio que reunió 19.000 de sus iguales, incendió de rebeldía la campiña itálica y terminó derrotado por la República Romana. Además, el film se interna en la lucha senatorial entre patricios y plebeyos que, a la postre, llevaría al poder dictatorial de Julio César. Por supuesto, no falta tampoco la típica historia de amor hollywoodense entre el protagonista y una esclava pretendida por el general Craso, y también la amistad viril entre Espartaco y Antonino, esclavo con dotes de mago y rapsoda. Debido a esa mixtura Espartaco se convierte en una paradoja: por un lado, históricamente es un producto mentiroso; por otro, esas mentiras sirven a Trumbo para profundizar en los temas que le interesaban por entonces.

Quien sepa algo de historia romana advertirá cosas inadmisibles: 1) Graco fue tribuno de la plebe, no senador; murió asesinado, no se suicidó; y vivió una generación antes que Espartaco; 2) Craso no fue el capacitado militar que Trumbo propone, aunque sí derrotó a Espartaco, ayudado por César y Pompeyo; y 3) César ya era un joven con personalidad propia, no el indefinido personaje que el film muestra. A pesar de esas distorsiones, el libretista redondea una imagen exacta de la vida en la República Romana, con un enfoque vigoroso y realista del universo de los esclavos, que nacían, vivían y sufrían esperando la muerte como una instancia liberadora. El mundo romano, además, rebosa de ejemplar claridad expositiva: basta recordar cómo tres o cuatro escenas con el Senado en acción le bastan a Trumbo para detallar los intereses políticos dominantes de la época, y la definitoria acción política -más que la militar- en la derrota final del protagonista.

Por esa vía Trumbo accedió a lo que quería: el estudio del poder. Espartaco es un film político, más que histórico. Acá no se trata de narrar una rebelión, sino explicar por qué surge la misma y cómo fue repelida. Para los parámetros de Hollywood, la visión de Trumbo era bastante certera, sobre todo en lo que tiene que ver con el verdadero alcance de la personalidad de Craso, general que se enoja cuando lo comparan con el dictador Lucio Sila, pero termina haciendo lo mismo que su predecesor.  Importa también la figura de Graco, símbolo de toda una clase social (la plebe) y de la política bien entendida. A Graco le importa poco el ideal de Espartaco, si lo apoya es sólo para acceder a un fin que para él es mayor: eliminar a Craso. Entre el enfrentamiento y la subsiguiente debilidad de los órdenes patricios y plebeyos vencerá al fin la personalidad carismática de Julio César, que asoma de manera adecuadamente lenta, aunque carente de fuerza, lo cual es un error. En ese panorama es donde Espartaco logra su valor como alegato contra poderes más cercanos en el tiempo y la geografía. También importa, como documento histórico, la primera parte del film, con el diario vivir de los gladiadores esclavos, tema muy pocas veces abordado con rigor en el cine, y que aquí está expuesto con extrema fidelidad.

Si Espartaco no es una película mayor se debe a que levanta sus cimientos sobre las bases ficticias que antes remarcamos, y también por las obligatorias caídas sentimentales que Hollywood impuso al actor y productor Kirk Douglas: el romance de Varinia y Espartaco resulta increíble tal como está desarrollado. La mano del joven y ya talentoso Stanley Kubrick se nota de todas formas en una cantidad de escenas muy bien resueltas por una cámara ágil y fluida, en la tensión permanente que logra para el largo fragmento de los entrenamientos en la escuela de gladiadores, y en la prodigiosa fidelidad con que registra la formación del ejército romano en el campo donde poco después tendrá lugar la batalla decisiva. Por supuesto que Espartaco es su película menos personal, aunque el material le permite explorar una vez más su tema predilecto, el del héroe solitario enfrentado a instancias arrolladoras para las cuales parece condenado de antemano.

Párrafo aparte merece el elenco. John Gavin como César y Tony Curtis como Antonino cumplen sin esfuerzo sus roles. Más meritorio es lo de Jean Simmons, porque su Varinia es claramente un estereotipo, y sin embargo la actriz logra conferirle espesor dramático. Peter Ustinov como dueño de esclavos se ve muy convincente, en un registro que pasa de la ironía a la cobardía en un santiamén, una marca de fábrica del actor. Kirk Douglas se muestra adecuado para el rol titular por su físico y la utilización de un permanente rostro crispado, casi trágico. De todas formas, las palmas son para Laurence Olivier y Charles Laughton (Craso y Graco), monstruos de la naturaleza que pasean sus tics y entrecruzan sus miradas de águila en las pocas instancias en que comparten escena. Ellos marcan la diferencia: los demás interpretan sus personajes, ellos se convierten en sus respectivos agonistas.

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Amilcar Nochetti Tiene 58 años. Ha sido colaborador del suplemento Cultural de El País y que desde 1977 ha estado vinculado de muy diversas formas a Cinemateca Uruguaya. Tiene publicado el libro "Un viaje en celuloide: los andenes de mi memoria" (Ediciones de la Plaza) y en breve va a publicar su segundo libro, "Seis rostros para matar: una historia de James Bond".