Actriz. Hija de una leyenda. Mito sexual. Pacifista. Reina del aerobic. Esposa de un magnate. Defensora de la emancipación femenina. Así es presentada Jane Fonda en la solapa de sus Memorias, que acaban de reeditarse. Esas características son piezas fundamentales de un puzzle que revela la personalidad de una mujer carismática, creativa y desconcertante como pocas en la actualidad.
BIOGRAFÍA. Jane nació en Nueva York el 21 de diciembre de 1937. Hija del mítico Henry Fonda, estudió en las más prestigiosas universidades femeninas del país. En 1958 comenzó los cursos del Actor’s Studio bajo la égida de Lee Strasberg, y en 1960 debutó en Broadway en There Was a Little Girl. De la mano de Joshua Logan pasó al cine en Juego de amor (1960), que inauguró una etapa en la que Jane se especializó como chica avispada en varias comedias románticas menores, de las que Descalzos en el parque (Gene Saks, 1967) sigue siendo festejable. Pero su casamiento con el realizador francés Roger Vadim la convirtió en un símbolo sexual. Con él rodó cuatro films, de los cuales Barbarella (1968) fue un descomunal éxito, que la catapultó al estrellato.
En medio de esa carrera poco exigente Jane se vinculó a empresas comprometidas como Jauría humana (Arthur Penn, 1966), temprana denuncia del racismo de los pueblos del Medio Oeste. Pero nada presagiaba que Jane culminaría la década con su intensa labor para Baile de ilusiones (Sydney Pollack, 1969), por la que logró su primera nominación al Oscar. Un complicado embarazo la obligó a guardar reposo y descubrió en la TV el horror de Vietnam. A partir de allí, su vida no fue la misma. Los años 70 estuvieron marcados por su divorcio de Vadim, la unión con el político liberal Tom Hayden, su batalladora militancia anti republicana y un ramillete de películas valiosas: El pasado me condena (Alan J. Pakula, 1971, primer Oscar), Julia (Fred Zinnemann, 1977), Regreso sin gloria (Hal Ashby, 1978, segundo Oscar) y Síndrome de China (James Bridges, 1979), entre otras.
En los años 80 revolucionó la industria del aerobic llegando a producir 23 videos, 13 grabaciones de audio y 5 libros. Uno de sus videos, En forma con Jane Fonda (1982), es hasta el día de hoy la cinta más vendida de todos los tiempos: 17 millones de copias. A partir de su casamiento en 1991 con el magnate Ted Turner, campeón de la CNN, permaneció retirada del cine, dividiendo su tiempo entre el activismo y la filantropía, haciendo hincapié en áreas como la prevención de embarazos en las adolescentes, la educación sexual y el desarrollo del concepto de resiliencia aplicado a los jóvenes. En 2002, ya divorciada de Turner, abrió el Centro Jane Fonda para la Salud Reproductiva en Adolescentes y retomó su carrera como actriz invitada en films y telefilms.
MEMORIAS. El libro está dividido en dos extensos actos (1937-1968 y 1968-1998), seguidos por un tercero muy breve que permite a la autora mantener la esperanza de abandonar el rol de “hija o esposa de” y lograr, por una vez, ser ella misma. Partiendo de esa premisa, Jane construye un libro donde la sinceridad y la inteligencia van de la mano. El profuso anecdotario que se desarrolla en estas 600 páginas está volcado con una honestidad inhabitual en las autobiografías, muy cercana a la experiencia visceral, removedora y catártica de Bergman en Las mejores intenciones o del Arthur Miller de Vueltas al tiempo. A partir de un reflexivo prefacio, la autora evoca en los tres capítulos iniciales los amargos recuerdos de su niñez, explorando el interior de la compleja personalidad de sus padres, y dejando constancia de su doloroso -y nunca superado- sentimiento de culpa a raíz de su frialdad emocional ante el suicidio de la madre. En otro alarde de sinceridad admite que el verdadero rebelde de la familia es su hermano Peter, que nunca dejó de ser él mismo ni al enfrentar a su temido padre o al emprender tareas descabelladas que rara vez llegaron a buen término (Busco mi destino sería la excepción). En cambio, ella se autodefine como “burguesa con inquietudes sociales y políticas, canalizadas de tal o cual manera según el hombre que tuviera a mi lado”. Pero hay más confesiones íntimas, como la bulimia que padeció durante 20 años sin que ni siquiera sus maridos lograran detectar, o los excesos sexuales de los años 60, cuando contrataba prostitutas para compartir con Vadim. Particular importancia cobra el tema Vietnam, 150 páginas convertidas en un testamento ideológico, donde desarrolla un eficaz paralelismo con la intervención del Gobierno Bush en Irak.
Junto al corazón abierto de Jane hay también un cerebro inteligente. Cada capítulo viene encabezado por reveladoras citas que dejan espacio para la reflexión. El abanico abarca de Wodsworth y Rilke a Faulkner, media docena de psiquiatras y cantautores como Bonnie Raitt o Crosby, Stills & Nash. Jane muestra un solvente dominio de la narración en dos amplias zonas del libro. Al inicio logra un fragmento vigoroso con el suicidio de su madre, seguido de una bienvenida veta costumbrista donde afloja tensiones, para apretar una vez más el pedal del impacto en las páginas de activismo político. Cerca del final, dos capítulos muy emotivos (la filmación de En la laguna dorada, la muerte del padre) preceden a la llegada de Ted Turner, un verdadero paso de comedia que funciona como un soplo de aire fresco en medio de un paisaje desolado. No todo en el libro tiene ese nivel, porque los últimos capítulos resultan ampulosos y sermoneadores. Allí Jane parece haber superado su antigua fragilidad emocional ubicándose más allá del bien y del mal, luego de la “iluminación” adquirida al convertirse al cristianismo. El fragmento no convence demasiado, aunque estamos ante unas memorias hechas de dolor y alegría, y enaltecidas con dosis de sinceridad y talento para nada desdeñables.
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