30 de Agosto de 1987 frente a la Biblioteca Nacional. Un hombre golpea con un martillo el tronco de un maniquí colocado sobre una mesa. Cuenta cada martillazo que va destruyendo el maniquí. Los curiosos observan. “Uno, dos, tres (…) cuarenta y dos, cuarenta y tres…” Mientras el hombre golpea y cuenta en voz alta otra persona anota en una pizarra improvisada con cartulina: “141, 142, 143 (…) 167, 168…”. Del maniquí solo queda polvo, pero el hombre sigue golpeando y contando: “Ciento setenta, ciento setenta y uno, ciento setenta y dos desaparecidos políticos en el Uruguay”. Luego se dibujará y recortará la silueta del performer sobre la pizarra de cartulina y se repartirán sus pedazos entre los transeúntes y espectadores ocasionales. ¿Se reparte la responsabilidad por la búsqueda de los responsables? ¿La responsabilidad por la impunidad? ¿La responsabilidad por la memoria?
La performance de Clemente Padín se titulaba “Por la vida y por la paz” y se desarrolló también en un ring del club Palermo (se puede observar en Youtube). Treinta años después se encontraron restos de algunos desaparecidos, un puñado de protagonistas del terrorismo de Estado está en cárceles vip o en prisión domiciliaria, pero Uruguay sigue siendo un país signado por la impunidad.
Desde 1987 hasta hoy hubo varias elecciones y fueron presidentes cinco políticos de tres partidos distintos, pero la “impunocracia”, al decir del periodista Roger Rodríguez, se mantiene en pie. Y si tanto el Poder Ejecutivo como el Legislativo tienen su responsabilidad, el Poder Judicial es un factor clave. Seguramente por eso bajo la consigna “Dos caras de la misma moneda” el colectivo Tramando Resistencia convocó el pasado 21 de Junio a una concentración en la Plaza Cagancha, frente a la Suprema Corte de Justicia. En la concentración, que tuvo una intervención artística del Laboratorio de Práctica Teatral, se repartían volantes que tenían de un lado la foto y el prontuario de protagonistas de la represión (Nino Gavazzo, Pedro Mato Narbondo, Jorge Gundelzoph, Pajarito Silveira o Ernesto Ramas entre otros) y en el reverso la foto y el currículum de integrantes del Poder Judicial responsables de la impunidad (Jorge Chediak, Elena Martínez Rosso, Martín Gesto o Eduardo Turell). Las dos caras de la impunidad se señalaban sin eufemismos.
Pero la potencia del discurso de la concentración estuvo marcada por la intervención del Laboratorio de Práctica Teatral que dirige Sergio Luján. Los “performadores” que integran el Laboratorio formaron un semicírculo que en el fondo tenía las imágenes de los desaparecidos políticos que enumeraba Padín en el 87. En medio, encerrados en el semicírculo, aparecían figuras de organizaciones sociales comprometidas por la lucha por Verdad y Justicia. Cada performer llegó con una urna receptora de votos que colocó cerca. Se taparon los ojos, abrieron la urna y extrajeron arena, arena con la que se cubrieron la cabeza, el cuerpo, los pies. Mientras tanto a sus espaldas algunos militantes encerrados en el semicírculo caían y sus siluetas eran dibujadas en el piso.
Algunas compañeras que se encontraban viendo la acción se preguntaban por la “metáfora”, pero en realidad la propuesta parecía directa, para nada metafórica. La democracia no ve, quienes votamos nos negamos a ver, y en esa negación nos enterramos. La impunidad no es una entelequia, es una práctica que nos atraviesa como sociedad. Las elecciones fueron jalonando esa impunocracia que tiene como destino el entierro de la propia democracia.
Hace un par de años Sergio Luján nos decía: “el arte no tiene que enseñar, no tiene que hacer moral barata, el arte lo único que tiene que hacer es dar cuenta de la existencia, dar cuenta del presente. Lo otro corre por cuenta del interpretante, corre por cuenta de quien otorga el sentido”. Estas palabras se redimensionan con acciones como las del 21 de Junio. El arte que “re-presenta”, el arte que apela a las “metáforas” a veces adormece las consciencias y no nos permite ver lo que está enfrente. Pero el arte también puede “presentar” a los 172 desaparecidos, contándolos y generando un hecho que modifica su entorno. También puede señalar que la democracia se entierra a sí misma cuando se niega a ver la impunidad.
Lamentablemente es poco frecuente que los colectivos artísticos realicen acciones tan contundentes para dar cuenta de las contradicciones de nuestro presente. No es que no los haya, GTO y TFM son dos casos de colectivos que han generado acciones políticas. Lucía Naser y un grupo de bailarines desparramaron sus cuerpos frente a la embajada de México hace algunos años para denunciar la muerte de Nadia Vera. Pero en términos generales las artes escénicas en nuestra ciudad no generan hechos políticos. El Laboratorio en su práctica sistemática es una excepción. No solo porque está donde hay que estar, como nos dijera el propio Luján, sino porque lo hace desde una práctica que no adormece consciencias, muy por el contrario, las provoca. Lo político en el Laboratorio pasa por negarse a privilegiar las “ideas” encarnadas en las palabras para promover las “acciones” de los cuerpos. Eso es una constante en su práctica artística. Cuerpos que pueden participar de una acción de señalamiento de la impunidad sin discursos, sin hacer “moral barata”, simplemente dando cuenta del presente de impunidad.
Hoy, cuando se cumplen 46 años de la disolución de las cámaras el 27 de Junio de 1973 y el discurso militar está en ascenso, acciones como las del Laboratorio son más urgentes y necesarias que nunca.
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