La ola de ultraconservadurismo que asuela Occidente es más notoria en Europa por ser parte esencial del sistema económico que con periódicas variantes impera desde hace siglos, el capitalismo; por tratarse del lugar donde radica parte de la intelectualidad que lo estudia y por ser un sitio de los preferidos por cadenas y agencias informativas que influyen en el resto del mundo. El ideólogo Steve Bannon, artífice de la victoria de Trump y partícipe en la del brexit, unió varios partidos euroescépticos ultras.
A vía de ejemplo, por peso legislativo, por el Partido Popular puede convocar a Vox para una alianza postcomicial; semanas después, otro conjunto de ultraderecha se instalará con 17% o más de los votos en el Parlamento Europeo.
Según el análisis de Daniel Inclán (de la mexicana UNAM) “vivimos en un contexto autoritario que afecta el conjunto de las relaciones sociales en sus estructuras y sus prácticas”. Guiado por sus asertos digo del presente autoritarismo que las intervenciones castrenses tuvieron algunas trasformaciones, como la estrategia global estadunidense: conduce la industria militar y procura erigirse en constructor de una “democracia internacional acorde con las necesidades del libre mercado”. En ese proceso las fuerzas armadas siguen invadiendo -con sellos de coordinadores de cuerpos de paz- y agregan la participación cívico-policiaca para dar entrenamiento a fuerzas represivas locales que completan la protección de las transnacionales.
En las relaciones intercapitalistas -a las que Marx se refería en los Grundrisse– se modificó la composición del bloque hegemónico y las empresas domiciliadas en Estados Unidos, amparadas por sus leyes, obtuvieron ventajas en sectores estratégicos de la economía mundial.
Otra mudanza es la que contiene la propia crisis de la civilización capitalista que la hace reconfigurar el orden internacional para asegurar flexibilidad al poderío económico y su acumulación. Sumemos que según nuevos manuales contrainsurgentes y de seguridad nacional, con ejércitos, policías y cuerpos de seguridad privados viajan intelectuales, por lo que las caracterizaciones de perfil del ocupado las hacen los académicos, como lo hacían los colonizadores. A la división del agredido, con la colaboración de fuerzas de éste, le dicen «acción unificada» (Field Manual 3.0. Operations).
En América, los comicios de Brasil traerán consecuencias en el continente, complementarias al triunfo electoral de Mauricio Macri. Sin sorpresas Jair Bolsonaro se hizo de la presidencia y con ello la derecha y los militares regresaron al gobierno. Todo comenzó a definirse con la deposición de Dilma Rousseff y se consolidó con la prisión de Lula. En ambos países considerados, sin poleas de transmisión con los sectores populares, adicional al divorcio de las élites de estos regímenes con tintes socialdemócratas, que formulaban planteos de mejoras intentando reinventar una sociedad que fuera construyendo un estado de bienestar, naufragaron políticamente: Washington y la derecha local aprovecharon para ofrecerse con éxito a la ciudadanía.
Ambos casos exhiben que la derecha viene recuperando espacios que había perdido en la región donde con Ecuador y el área de naciones atlánticas -a los que se sumaron integrantes del Caribe y Centroamérica- derrotaron al Alca y prepararon una etapa de nueva institucionalidad, con el común denominador de oposición al neoliberalismo y desacatando toda primacía estadunidense, esa que entendía la región como su traspatio.
El aprovechamiento de los momentos de debilidad política permitieron a Washington y las derechas locales ir desarmando la cadena cuestionadora -de acuerdo con cada circunstancia particular-; ocurrió en Honduras, Paraguay, Argentina, Brasil, El Salvador, siendo el turno presente de Venezuela, con su petróleo y minas -un cerco financiero que incrementa las penurias de las mayorías-, la amenaza de una invasión, para rememorar potencialidades militares expuestas en Dominicana, Granada y Panamá, y el nombramiento de presidente sustituto a quien parte de la oposición conceptúa como inútil.
Por otra parte, entendiendo que el neoliberalismo es el modelo hegemónico en el mundo, que logró imponer un nuevo relato y discurso, las categorías clase capitalista y clase trabajadora de la izquierda desaparecieron en la práctica del lenguaje político y mediático.
Roberto Utrero, desde Mendoza, nos recuerda el rostro perverso del neoliberalismo en estas tierras: Friedman y los Chicago boys, a los que acunaron Reagan-Thatcher-Wojtyla; la caída del Muro de Berlín; los diktat del Consenso de Washington y la improvisación de ciertos gobiernos populares. Además, hay regímenes protegidos o pasivos ante los poderes judiciales que avalan iniquidades pretextando hacerlo en nombre del orden y la justicia.
Al pensar con respeto y cariño en el paisito, en octubre y noviembre, con los apoyos electorales de los Macri y Bolsonaro, en el contexto descrito, se pone a nuestro Frente Amplio ante otra dilema. Su campaña debiera hacerse dando respuestas a reclamos de hoy: empleo, carestía, inseguridad, lo que la gente ve y le preocupa, esté en lo cierto o no. Se trata de quienes pueden – según Daniel Ximénez (la diaria, 02-11-18)- “sostener las banderas de la paz, de asegurar la convivencia, del avance en derechos y libertades”.
De la oposición, ha calado el discurso discriminante e individualista, no solidario, en los que sectores despolitizados, de reciente ingreso a la clase media baja (según actuales categorías), que ven a los trabajadores formales y con salarios mejorados como “ricos privilegiados”, están resentidos, se sienten vulnerables, tienen miedo (a delincuentes y al futuro) o no quieren esperar a a los anhelos de mejora que desarrollaron, están influidos por los grandes medios -los comunicadores al servicio del control de las masas- y los partidos de derecha. Para los orientales -no sólo los del FA- las amenazas tienen nombre y apellido: credulidad, desmemoria y mentira.
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