Fue una sorpresa, cuando todo el mundo esperaba que Luis Almagro le diera oxígeno a Maduro, se paró sobre la línea roja donde acaba su función como Secretario General de la OEA para operar políticamente en la interna venezolana. Del no hagan olas de Insulza al compromiso activo de cerrarle todas las puertas posibles al gobierno actual de Venezuela. ¿Pero dónde está esa línea roja para el Secretario General de una organización que se supone debe ir y venir entre las partes en conflicto, porque desde el momento en que se rompe el hilo entre la mediación y alguna de las partes, la confianza desaparece, y el rol de facilitador se vuelve imposible. ¿O nunca se propuso mediar entre el gobierno y la oposición venezolana?
Había conocimiento mutuo de varios años entre Maduro y Almagro, tal vez hasta hubiese sido el mejor interlocutor para moverse entre la oposición y el venezolano. Pero no se dio así, razones tendrá nuestro compatriota. Bien conoce al presidente Maduro, el heredero de Chávez intentará dilatar hasta el infinito la instalación de una democracia con poderes independientes, libertad de prensa, y todo lo que acarrea vivir dentro de un Estado de Derecho. Seguramente, Almagro conoce bastante mejor que el resto la interna de Venezuela, cada vez más dependiente de los militares. La crisis económica también golpeó en los cuarteles y ya no es fácil que la repartija del botín dé para todos. El petróleo, la minería y otras áreas comerciales, están en manos de militares por lo que, además, hay un fortísimo motivo económico para rodear a Maduro.
La OEA ha cometido grandes errores en la solución de conflictos, el rumbo que está tomando respecto a Venezuela augura un fracaso más, y no será porque Almagro no acierte en definir al régimen de Maduro como una tiranía, sino porque se involucró tanto que las últimas declaraciones del Secretario General de la OEA dan la impresión de que no sólo quiere que Maduro y su régimen caiga, lo que estaría bien, pero no está bien que Almagro se dedique, además, a encontrar un candidato para la Venezuela que va a venir, seguramente más temprano que tarde. Eso lo van a decidir los propios venezolanos.
Almagro se equivoca al tomar parte activa y pública contra el gobierno de Maduro. Esto le da a la OEA el aspecto de comisaría política que siempre tuvo, ensombrece las perspectivas de una salida electoral, que necesariamente tiene que dar garantías, y eso sólo se consigue con un pacto, o mediante un golpe de Estado. Por momentos, al menos de acuerdo a las últimas declaraciones del Secretario General de la OEA, da la sensación de que a Almagro poco le importa la forma de salir de este régimen despótico, con tal de que caiga Maduro, al precio que sea. Almagro, quizás más que nadie, sabe que Maduro no está solo.
Las Fuerzas Armadas de Venezuela, rebautizados “Bolivarianas”, sostienen a este régimen, lo han demostrado, y también han demostrado que no habrá fuerza en la calle que pueda detenerlas, ni hambre en la población que ablande sus corazones. La referencia más directa que tienen los jefes máximos del régimen de Maduro son las Fuerzas Armadas de Cuba, siguen una misma línea estratégica, los mandos comparten toda la información al respecto de Venezuela, y no soltarán ese hueso. Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba han peleado en todos los continentes, y cuando Chávez le propuso a Fidel Castro una alianza para construir un único país, con Fuerzas Armadas que compartiesen los mismos ideales y objetivos, Castro lo agarró al vuelo. Seguramente lo de crear un único país le sonase algo raro, pero la idea de compartir el petróleo venezolano sonaba como música para sus oídos.
La oposición venezolana también sabe todo esto, lo tiene documentado, y también Almagro lo sabe. Se le achaca a la MUD coleccionar fracasos. Es cierto, pero hay que ver contra lo que está luchando sin más armas que aprovechar todas las posibilidades electorales que se le crucen, porque llevar al pueblo de Venezuela a luchar en las calles o en las montañas, donde sea, frente a ese monstruo de dos cabezas diabólicas es empujar al pueblo a una muerte segura, y para muestra están los enfrentamientos en la calle entre los meses de abril y julio, con un saldo superior a 150 muertos, la mayoría de ellos eran jóvenes estudiantes, armados con un escudo más endeble que el de Don Quijote.
Se le reprochó a la MUD haber perdido esa batalla. Sus jóvenes diputados siempre estuvieron en la calle, acompañando a su pueblo, durmiendo casi nada y comiendo casi nada, como el resto de los manifestantes. Los que le reprocharon a los principales partidos de la MUD no haber conducido al pueblo en la calle a la caída de Maduro no parece que hubiesen comprendido contra qué luchaba el pueblo llano. Maduro, mientras tanto, bailaba salsa con su mujer, contemplando la manifestación por una ventana del palacio de Miraflores. Ese era el cuadro. Fue uno de los golpes más duros que recibió la oposición, porque de esa protesta continuada, durante tantos meses, salió dividida.
¿Cuántos muchachos cayeron con el pecho aplastado por una granada de gases disparada ilegalmente, sin que esa barbaridad tuviese ninguna consecuencia penal contra la fuerza? Contra eso también peleó la MUD, porque la mayoría de los dirigentes del régimen de Maduro están requeridos por ilícitos económicos vinculados al tráfico de drogas, y bien saben que si desaparece la impunidad que hoy los cobija serán juzgados por lo que pasó en estos últimos 20 años. La MUD eligió el camino electoral, y no abandonará esa estrategia porque sabe todo el resto de la historia. Sería un suicidio salir a combatir al régimen de Maduro con cualquier método que ubicara a Maduro como una víctima.
Cuando Almagro toma partido por la parte más radical de la oposición la que consiguió apenas 3 diputados frente a los 109 que consiguió la MUD en las elecciones de diciembre de 2015, está doblemente equivocado. En primer lugar, porque el rol del Secretario General de la OEA es otro, y debió ser mucho más activo en conseguir consenso en contra de un gobierno que se comporta como un ejército de ocupación antes que embanderarse públicamente con quienes él piensa serían los más indicados para destronar a Maduro. Nuestro excanciller debería recordar que la composición de las bancadas del Parlamento venezolano las decidió el pueblo. Fue la ciudadanía que creyó que la Mesa de la Unidad Democrática era la fuerza política que le ofrecía más garantías. La de diciembre de 2015 fue una victoria política de un inmenso valor. Maduro hizo hasta lo imposible para anular a la Asamblea Nacional, pero no ha podido, y los diputados, peldaño tras peldaño, van cobrando notoriedad, han obligado al gobierno a ir, una vez más, a una mesa de negociaciones aunque sea aparentemente inútil.
Almagro no tiene derecho a calificar de fracaso el diálogo que la oposición, por enésima vez, está llevando adelante con el gobierno de Maduro. En esta última ronda de diálogo, en Santo Domingo, la MUD insiste en que se establezca un canal humanitario para que Venezuela reciba ayuda urgente del exterior. Es uno de los puntos de la agenda. Si el gobierno acepta esta ayuda internacional sería reconocer que no está en condiciones de gobernar un país de una riqueza incalculable, si no lo acepta, los venezolanos que sufren carencias de todo tipo se lo harán saber.
¿Dónde está el error de la MUD en sentarse a dialogar las veces que haga falta si es el gobierno el que queda expuesto ante cada ronda de inútiles reclamaciones?
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