De acuerdo con las primeras reacciones y algunos análisis tras las elecciones en Brasil, el calificado segundo para el balotaje del 28 de octubre deberá conseguir cinco veces más votos que el primero, o lo que es lo mismo, según la apreciación de quienes emitieron rápidamente su opinión, es lo que necesitará «la civilización» -representada por Fernando Haddad- para derrotar a «la barbarie» -personificada por Jair Bolsonaro, un ex militar de extrema derecha, oscuro diputado de opiniones autoritarias-.
Para la madrugada de este lunes, con el escrutinio casi finalizado, se asignaba -en números redondos- a Bolsonaro 46 % de los votos y primacía en 17 estados, contra 29% de Haddad, con ventaja en nueve entidades del atlántico nordeste.
Como forma de dar una explicación acerca del resultado de las urnas, también se pudo decir que una fracción primitiva, primaria, de la burguesía derrotó a la otra fracción de su clase, la industrialista, esa por la cual -entienden ciertos analistas- el PT apostó durante años, concibiendo una política de protección hacia pobres y trabajadores, admitida por la fracción de la clase dominante, haciendo un poco más amplio “el goteo económico” -mediante la aplicación de medidas sociales y mayor empleo- con lo que, consecuentemente, se escurría algo que permitía salir a millones de una magra y mala calificación estadística e ingresar a una superior: la parte baja de la clase media.
Otra lectura y conclusión posible, sin excluir a las anteriores, es que la estrategia anti PT resultó decisiva para inclinar la balanza en la campaña -después de encarcelar al favorito de las encuestas- señala que quienes
escogieron ofrecer «orden y progreso» (sin abundar en el cómo) con promesas de seguridad y fortalecimiento de las costumbres más sentidas por la mesocracia y parte de la opinión pública que “compra” lo que los medios le proponen, resultaron más sabios que los que exploraron otros caminos. Un horizonte de promesas con gran carga moral derrotó los ofrecimientos de devolver garantías laborales y económicas, mayores y mejores empleos, sin racismo ni xenofobia.
Para apuntalar en todos los aspectos la campaña del ex militar, se juntaron los sectores empresariales -con vínculos internacionales-pertenecientes a la fracción más atrasada de la burguesía rural y sectores de los extractivistas -beneficiarios de los frutos de la tierra-; los que están al frente de la producción de armas (el ejército brasileño es un buen cliente y las ventas al extranjero son del orden de los 3 mil millones de dólares anuales) y la mayoría de las diferentes expresiones confesionales del neopentecostalismo y sus pastores, que actuaron como agentes de propaganda ante su crédula feligresía. Con ese
haz de fuerzas de signo conservador y retardatario se optó por una campaña donde los elementos de orden moral tuvieran un mayor peso específico y se descartó encarar el debate con compromisos acerca de lo económico.
Éstas parecieran que seguirán siendo las constantes en las campañas de quienes protagonizarán la segunda vuelta -Bolsonaro y Haddad- el 28 de octubre: tres semanas no parecen suficientes para un cambio de enfoques del segundo, mientras se espera que el candidato favorito en las encuestas no abandone la estrategia seguida sino que -de ser posible- la profundice. Haddad, el mismo domingo, anunció que tres ex candidatos presidenciales decidieron apoyar su postulación en la siguiente vuelta: Ciro Gomes, Marina Silva y Guilherme Boulos. En tanto, el periódico digital 247 sostuvo de inmediato que “se tratará de un segundo turno en condiciones durísimas para las fuerzas democráticas, por el empuje acumulado por el candidato fascista y por la performance de ultraderecha en las urnas”.
Lo que sí quedó demostrado este pasado 7 de octubre fue que la disposición de golpear y destituir a Dilma Rousseff, involucrar, procesar y condenar a dirigentes del Partido de los Trabajadores (PT) por temas de corrupción y encarcelar por la misma causa al ex presidente, dio resultados a la derecha más conservadora, mientras que la teledirección de Lula desde la cárcel y el as de herencia que le dio a Haddad fue insuficiente para ponerlo en una senda de victoria segura, por lo menos como resultado de la primera vuelta.
Con este estado de cosas, lo que nos deparará el balotaje será una contienda similar -corregida y aumentada, como dicen las ediciones de libros- entre un grupo que representará a los capitalistas modernizantes, contra un grupo de capitalistas arcaico, ultraconservador, enemigo de la legislación que protege a los trabajadores del campo y la ciudad, a los sindicatos, a las normas que amparan el medioambiente, que de llegar a ser gobierno asegura mayores grados de violencia rural y urbana, degradación ecológica, alejamiento de toda política de beneficio social, aumento de las penalizaciones y, en general, profundización de las acciones predatorias.
Desde una perspectiva continental hay que decir que lo sucedido fortifica las posiciones más conservadoras de América y repercute en favor de corrientes que habitualmente podemos identificar con mandatos como los de Mauricio Macri, en Argentina; Iván Duque, en Colombia, Jimmy Morales, en Guatemala, o Donald Trump, cuyo progreso se había estancado con la elección de Andrés Manuel López Obrador, en México, quien desplazó y semi sepultó a corrientes políticas tradicionales. Es evidente que los resultados de la elección brasileña son disfrutados por partidos, políticos y prensa conservadora del continente, así como también se festeja anticipadamente el triunfo -aún parcial- de un régimen del que esperan desistimiento a participar en instancias competitivas internacionales- como los BRICS- y con vocación de apertura a las inversiones extranjeras. Si un cataclismo ocurre en Brasil se sentirán los efectos de sus círculos concéntricos: en puerta tenemos una gran amenaza a las aspiraciones de disidencia ante el imperio con la promoción de más obsecuencia frente al capital.
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