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Amores canibales y lazos familiares en el cine Por Martín Imer

Amores canibales y lazos familiares en el cine Por Martín Imer
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Si bien el título de esta nota podría hacer pensar al lector que se está hablando de una sola película, lo cierto es que en este momento se pueden ver en cartel dos cintas con temas tan diversos. Y ambas notables.
Charlotte Wells es una directora debutante, por lo que no puede hacerse ningún tipo de resumen. Sin embargo, después de este excelente debut, dicho resumen no debería ser ni siquiera necesario. Aftersun, estreno en salas previo a su lanzamiento en la plataforma de streaming MUBI, es la nueva gran revelación del cine independiente inglés, lo que fue confirmado con la enorme cosecha de premios que ha estado recibiendo en estas últimas semanas. La historia no puede ser más sencilla: un padre y su pequeña hija se toman unas pequeñas vacaciones en un hotel, como suele ser costumbre para ambos. Algo parece atormentar al padre, quien hace lo mejor posible para que la chica no se enteré de esto, a fin de ofrecerle un verano inolvidable. Sin embargo, las inquietudes propias de la edad de la niña y esos problemas del padre generan una distancia entre los dos cada vez más grande, que tal vez sólo puede cerrar el paso del tiempo y la comprensión de la hija, ya adulta, mirando hacia el pasado.
Es una película que te dice cosas que uno, bien o mal, va aprendiendo a lo largo de la vida: que los padres no son héroes ni perfectos, pero al menos a la hora de crecer, uno puede aceptarlos, o al menos entender y empatizar con algo de sus vidas, darse cuenta de que también fueron humanos con errores y miserias, y trazar desde esa adultez un puente para perdonar cualquier error que haya ocurrido durante la crianza, de forma incluso indirecta. Y lo hace apostando a un insólito (al menos para el cine angloparlante, no tanto para el iberoamericano, como mostraron Pilar Palomero o Carla Simón en películas recientes) naturalismo, que aborda de forma intimista las complejidades de la paternidad, los secretos que oculta alguien por amor, y todo de una forma bella y catártica.
Hay una extrema sutileza a la hora de retratar las complejidades de los individuos en escena, y los temas centrales se cuentan a través de gestos, situaciones mínimas y, en definitiva, acciones cotidianas que toman, en retrospectiva, significados importantes. Con ecos de El rebelde mundo de Mia, de Andrea Arnold, en esa descripción detallada y libre del universo femenino, pero creando una voz propia, esta película es una apuesta segura, que con la imponente interpretación de Paul Mescal confirma un debut tan controlado y bien calculado, sin fisuras, que sorprende y deslumbra.
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La protagonista de Hasta los huesos parece una adolescente normal, aunque ya en los primeros momentos de la cinta se intuye, al ver su casa y su actitud retraída frente a los demás, que algo raro pasa en su vida, lo que rápidamente se confirma cuando esa noche, en una fiesta, se come el dedo de una de sus amigas. La chica, de nombre Maren, es una caníbal que ya no puede contener sus impulsos de comer humanos, por lo que debe comenzar una vida nómada. Luego de este acontecimiento su padre, quien la protegió durante su adolescencia, la abandona, dejándole un poco de dinero, su acta de nacimiento y una cinta en la que le cuenta toda su vida, lo que le da un rumbo a su devenir por Estados Unidos: encontrar a su madre, quien la abandonó de pequeña, y tratar de averiguar por qué es como es. En el camino conoce diversos personajes, destacándose otro joven como ella del cual se enamora.
El arte, en sus diversas formas, ha demostrado que la forma más fidedigna de retratar un país es a través de los ojos de un extranjero. Y es inevitable pensar, mientras uno ve esta cinta, en el planteo que comparte con Wim Wnders y sus notables Paris, Texas y La búsqueda: las rutas son un lugar hostil, pero también el punto de encuentro de las almas perdidas. Si Wenders, en esa segunda película, utilizaba un estereotipo para explicitar además la idea de un país perdido, Guadagnino pone el foco en dos jóvenes que representan, a su manera, una generación que no ha sabido encontrar su lugar en el mundo o, al menos, una cultura que los represente; estos chicos no son privilegiados ni tuvieron una buena vida sino que, por su condición, son continuamente marginados incluso por los de su propia clase, y eso puede aplicarse tanto a la fantasía caníbal de la película como a miles de adolescentes que crecen fuera de la normalidad de la sociedad.
El director, sin embargo, envuelve a sus criaturas en un romance mucho más dulce que el que se puede ver en las mencionadas, manejando con gran acierto una mezcla de cine romántico y terror gore que bebe de las formas del primer Terrence Malick y su Malas tierras en un apartado visual de belleza y refinación, el cual se anima también a apostar de forma fuerte por el fuera de plano y las narraciones en off. En la película se observa, sobre todo, una confirmación de estilo: una estética algo minimalista, con grandes espacios vacíos en el plano, una narración que no escapa de ciertos tonos melodramáticos y una búsqueda constante del naturalismo, en esta ocasión a través de los escenarios. Delante de cámaras, la protagonista, Taylor Russell es una sorpresa. Es una chica con magnetismo y expresividad, que sabe transmitir al público la angustia interna de su personaje. Y se encuentra muy bien acompañada por Timothée Chalamet y las participaciones breves e intensas de Chloe Sevigny y particularmente Mark Rylance.

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