Desde las primeras apariciones de Oscar Andrade en televisión se mostró como “el diferente”. Es inevitable regresar al Mujica de la motoneta. El Pepe se dio cuenta de cómo pesaba su imagen ya en el boliche, en la previa de la guerrilla. Andrade tuvo otra trayectoria. Era un muchacho más joven de los que brillaban en el 83, cuando las Fuerzas Armadas habían asimilado el golpe de las urnas y comenzaban a retirarse. Si el Pepe armó su discurso elemental en el estaño, Oscar Andrade lo fue puliendo entre una y otra canchada de hormigón, con algún sueño personal entibiando su alma.
Por momentos parece que la vida democrática del país se reinaugura en esta legislatura. La política del país ha puesto en los principales escenarios a gente joven. En las elecciones de 1971, Wilson tenía 51 años, Seregni 55, gente en plena vigencia intelectual. Pero la post dictadura nos hizo mal, Los tutores aparecieron por todas partes, en todos los partidos, en el movimiento sindical, en la Universidad, por todas partes aparecieron los que reclamaban la silla que la dictadura les había robado y se sentaron en ellas demasiado tiempo después.
Hay partidos que hoy, todavía, no han hecho conciencia que la inercia no sólo destruyó partes esenciales de la continuidad generacional sino, también, destruyó la fe de la ciudadanía en que los partidos políticos son un conjunto humano que se hace a sí mismo. No sólo la biología marca el ritmo de la política sino, sobre todo, el complejo entramado de ideas que llega con cada generación.
Estábamos en deuda con las nuevas generaciones. Entre 1985 y 2019, Saturno se dio una verdadera panzada de hijos. Estuvimos a punto de desconectarnos generacionalmente del mundo. Oscar Andrade tiene 47 años, el presidente Lacalle Pou también tiene 47. Se llevan pocos meses de diferencia. Esto, tal vez, sea lo verdaderamente alentador del resultado electoral de 2019.
Pero… ¿es Andrade, en los hechos, el referente principal de la oposición? ¿Sería capaz de liderar una corriente que ponga en un aprieto al presidente Lacalle? Ya una vez fue postulado a la Presidencia, ¿reincidirá?
Para contestar a la primera pregunta habría que saber quién lidera al Frente Amplio. No es Andrade. ¿Quién es? El liderazgo ha sido itinerante. Siempre estuvo Seregni, pero… pero… En 1971 era una cosa, en 2021 es otra, y otra, muy distinta, será en 2024. ¿A quién visualiza, hoy, la izquierda, como su principal referente? No olvidemos que, para la izquierda uruguaya, y para el Partido Comunista todavía más, el Poder Legislativo es una caja de resonancia y poco más (confesión hecha ante la próxima interpelación de dos ministros). Obviamente, la izquierda no ha revisado su convicción ante la institucionalidad democrática, y mientras no se den argumentos sólidos, seguirá vigente el Qué hacer de Lenin en el corazón de la izquierda. ¿Seguirán siendo los sectores más refractarios a la democracia los que pauten la vida de la izquierda, o los sectores que no le tienen miedo a la democracia darán la pelea interna para hacer de la democracia un juego hacia afuera y hacia adentro? En los desvaríos, en los momentos difíciles, la izquierda siempre volvió y volverá a Lenin. Allí están las respuestas más sencillas, más prácticas.
El Frente Amplio ha convivido con los partidos políticos tradicionales desde su fundación, de hecho, ha navegado en la democracia uruguaya, como un Millenial surfea la web, con tanta eficacia que pudo gobernar a lo largo de tres períodos, quince años en total. Y volviendo a la pregunta, ¿es Andrade el referente principal de la oposición? Hoy, la respuesta es no. El Frente Amplio está en estado de shock, aunque no lo confiese. Haberse visto obligado a pedirle la renuncia a un vicepresidente joven, fue duro. Nadie lo quiere pronunciar en voz alta, pero… el daño se vio en las últimas elecciones y continuará haciéndolo cada vez que no le cierren la puerta en la cara. Esta generación que hoy comienza a mostrarse no ha reflexionado lo suficiente sobre su relación con la democracia. El Qué hacer sigue siendo la biblia de la izquierda, y mientras no surja un fuerte movimiento interno que valore las virtudes de la democracia y el fortalecimiento de sus instituciones, la izquierda, sus partidos, y la cultura política de la izquierda uruguaya seguirán guiándose por la paleontología, a riesgo de no conectarse con el futuro del mundo y de nuestro país.
La segunda pregunta es si Andrade sería capaz de poner en un aprieto al presidente Lacalle. Andrade todavía tiene un rudimentario repertorio para embretar a un presidente que ha tenido que lidiar con una de las peores crisis mundiales, y no lo ha hecho mal, a pesar de lo que se opine. Escuchó la voz de la ciencia cuando era difícil saber frente a lo que estábamos, y cuando tuvo que tomar una decisión entre más o menos confinamiento decidió lo que la mayoría de la población quería preservar, no lo que el ruido político le aconsejaba. Esas cosas, para Andrade, todavía no están en su horizonte. Los medios de prensa, especialmente la televisión, pueden hacer que su imagen se multiplique, y si no pensemos en Mujica, pero gobernar es otra cosa. Si todavía conserva aquella convicción que nació en su pecho, mientras hacía correr el fretacho en las paredes, debería hacer un alto para no creérsela del todo, y prepararse en serio, para aprovechar sus condiciones naturales y conducir un país con un sistema político difícil. Muchas serán las lanzas que tenga que quebrar.
Por último, falta, en este juego de adivinanzas, de si Andrade puede ser el futuro candidato que presente el Frente Amplio, la respuesta puede ser sí. Ya fue precandidato y Andrade tiene una imagen potente, tiene pueblo atrás, y cuenta, más que nadie en el Frente Amplio, con el apoyo de la fuerza sindical, que en un escenario donde la cuestión sea entre el pueblo y la oligarquía, el futuro Andrade, seguramente, no tendrá competencia interna.
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