Se ha hecho una sana costumbre saludar con un aplauso a los héroes de esta circunstancia por la que está atravesando la humanidad, sin excepciones. Desde las ventanas de todo el país se reconoce al personal de la salud, que es quien tiene que enfrentar, en la primera línea, esta amenaza invisible.
Al mismo tiempo, junto a ese homenaje, comenzó a oírse el golpetear de las cacerolas. Todos sabemos por qué se usaron las cacerolas en la época de la dictadura. ¿Por qué ahora?
Cuesta creer que quienes hacen sonar las cacerolas al mismo tiempo que la ciudadanía, agradecida, homenajea a sus héroes, expresa su repudio a algo, tal vez al gobierno, tal vez a algunas decisiones que pueda haber tomado el nuevo gobierno. No hay nada explícito, es una manifestación tan invisible como el virus, que no le importa ensuciar el homenaje. ¿Será por algo profundo, también invisible, algo que llevamos dentro los uruguayos sin saberlo? ¿Cuál puede ser la razón para interferir en el homenaje ciudadano a quienes nos están defendiendo, más allá de las medidas que puedan tomar las autoridades actuales?
La opinión del Sindicato Médico del Uruguay puede ser muy válida, y atendible. Pero ¿se justificaba que las medidas que proponía el SMU tomaran estado público, cuando por la gravedad de la crisis lo más sensato era no agregar más incertidumbre a la población? Tirar una versión de cómo se debe manejar la crisis, en evidente conflicto con la opinión del gobierno, es echar nafta en las redes sociales. Agregarle confusión a los ciudadanos no es una buena señal, y más viniendo de profesionales que saben perfectamente que las medidas que se están poniendo en práctica no salen de un estudio de abogados, sino del Ministerio de Salud Pública, la autoridad sanitaria del país, asesorado por un Comité de Crisis, y en permanente contacto con la autoridad de la OMS-OPS. Quien debe tomar las decisiones, en este caso y en todos los que se le presenten al país en los próximos 5 años, es el que eligió la ciudadanía en las urnas. Lo demás, es cosa del Parlamento, donde está la representación popular.
Las redes sociales se hacen eco de mucha información tentadora, como idea general, pero discutibles si se las lee con detenimiento. La semana pasada estuvo circulando en las redes la opinión de Nayib Bukele, Presidente de El Salvador, con un impacto tremendo. Hace poco Bukele también tuvo su momento de gloria cuando entró al Parlamento salvadoreño con una tropa armada a guerra con el fin de forzar al Parlamento a que aprobase un préstamo de 109 millones de dólares del Banco Centroamericano de Integración Económica. Bukele declaró que al día siguiente volvería, y que si a la tercera vez el Parlamento (Congreso en S. Salvador), no aprobaba el préstamo, apelaría al Art. 87 de la Constitución, donde dice que “se reconoce el derecho del pueblo a la insurrección para el sólo objeto de restablecer el orden constitucional”. El empresario de 38 años, Nayib Bukele, ha vuelto a hacerse oír en las redes tras declarar la cuarentena obligatoria, y 30 medidas para enfrentar la crisis. Para muchos será música para sus oídos: “El gobierno de Bukele ha suspendido durante tres meses el recibo de la luz, del agua, la cuota de teléfono, cable e internet. También el pago de hipotecas y de alquileres, tanto para la vivienda como para locales comerciales. Sumarle el pago a plazos de coches o motos. En casos en los que haya un contrato de por medio, los pagos de esos tres meses serán diluidos a lo largo de lo que dure.”
¿Sabe Bukele cuánto va a durar esta crisis? ¿Qué va a suceder cuando venzan los plazos de los 109 millones que hizo aprobar por el Parlamento bajo la amenaza de una insurrección popular? Bukele, que es un joven empresario, un hijo de papá, en el 2015 resultó electo Alcalde de San Salvador arropado por el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional, pero dos años más tarde fue expulsado por el Tribunal de Ética del propio FMLN. Sus palabras son fuertes, como las de Chávez, o las de Fidel Castro, pero las crisis, en las que esas palabras suelen deslumbrar, son palabras de coyuntura.
Como empresario que es, Bukele se parece a Trump. Los dos tienen un acotado discurso que suena más a estrategia comercial que a drama humano. Trump, en lugar de poner a todo el país alineado en frenar el avance del coronavirus, con la enorme capacidad científica de su sociedad, ha comunicado a los estadounidenses que tendrán a su disposición una batería de beneficios económicos y crediticios para estimular la economía del país. Ni se le ocurre pensar que quien firme hoy los documentos de los créditos que pone a su disposición, el día de mañana ya puede estar muerto en el CTI de algún hospital. El sueño persistente de Trump es echar abajo el legado de Obama, lo demás es expresión contenida de una parte de su electorado que se adormece los fines de semana con las carreras del Nascar, y el apego a la cultura de las armas de fuego.
Las palabras del expresidente Vázquez, sumándose públicamente a la opción de la cuarentena general y obligatoria, suenan igual a las de Bukele. No le queda bien ejercer de líder de la izquierda uruguaya. No lo es. Seregni sí lo fue, y acabó mirando el espectáculo de lejos.
Los aplausos salen del alma, el caceroleo de la bronca. Vázquez se alineó con lo peor de Argentina en contra de Botnia, le exigió el default al gobierno de Jorge Batlle, ahora intenta ganar protagonismo proponiendo públicamente hacer del Uruguay un país cerrado a cal y canto, en lugar de pedir a su fuerza política que sea la más disciplinada en cumplir el aislamiento que pide el gobierno, y en convencer a sus vecinos a que respeten las medidas vigentes, porque entre las medidas actuales y la cuarentena general y obligatoria sólo hace falta que los díscolos las acepten y respeten.
El liderazgo lo ejerció cuando tomó del brazo al nuevo Presidente, esto de ahora hace pensar en una puesta en escena.
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