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Aquella solitaria vaca cubana

Aquella solitaria vaca cubana
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Cuba es un espectáculo teatral que ha dado que hablar desde su estreno el jueves pasado. Pero no por lo que la obra propone sino por una polémica que derivó en la suspensión de las funciones.

La polémica tiene inicio en la forma en que, para difundir la obra, uno de los integrantes del colectivo TAF (Teatro Arte al Fondo) publicó fotos de dos personas involucradas en una acción anarquista en Argentina. Esto derivó en un intercambio en redes sociales que tomó ribetes insólitos, incluyendo un cuestionamiento a la temática que se puede tocar en una obra teatral. Para abordar la situación vamos primero a recordar algunos trabajos previos del grupo TAF que ayuden a posicionar al colectivo teatral, luego a analizar algunos aspectos de Cuba para, por último, detenernos en la polémica en sí.

 El marketing adelante, el arte al fondo

“El marketing adelante, el arte al fondo”, así titulábamos una entrevista realizada al grupo Teatro Arte al Fondo (TAF) publicada en este semanario en 2018 (Voces N° 607). El título se relacionaba directamente con una forma de construir relatos sobre hechos artísticos que los dimensionan según lo que se habla o se espera de ellos más allá de lo que ellos sean en sí. El grupo TAF había dejado al desnudo esa práctica en una serie de espectáculos-performances que comenzó en 2015 con la instalación performativa: “En el Marco de un Artista de la Muerte: Emilio García Wehbi, Montevideo” que fue anunciada por las redes sociales y generó gran expectativa. Algunos  espectadores que asistieron al Centro Cultural de España se sintieron estafados por lo que vieron (o por lo que no vieron), y allí surgía la pregunta ¿El mismo hecho estético vale distinto si es un cuerpo o es otro el que lo pone en pié? Esas preguntas se continuaban en Un artista de la muerte, obra que en el 2016 se presentó en la Sala Delmira Agustini del Teatro Solís y era la continuidad de la performance presentada en el CCE. “El artista de la muerte iba más allá del espectáculo en sí mismo, era un concepto –nos contaba Fernando Hernández, quien encarnaba a “el artista” de Un artista de la muerte-. El espectáculo en sí mismo funcionaba como tal, pero aquellos que participaron de todo el proceso anterior tenían otro panorama de lo que se estaba hablando. Habla del tema del arte y el comercio, de la promoción, del marketing del arte. Se habla mucho de cuánto estamos dispuestos a pagar por un contenido artístico, pero dependiendo de quien lo haga.”

Resumiendo, la “obra” jugaba con las estrategias de marketing artístico para desnudarlas, para dejar a la vista cómo muchas veces las salas teatrales se llenan porque hay campañas publicitarias que combinan diversas estrategias de comunicación en que juega un rol central alguno de los tres o cuatro encargados de prensa del medio capaces de conseguir, si se les paga, una gran cantidad de notas y entrevistas independientemente de qué sea lo que está promocionando. El juego tiene por supuesto un límite complejo, el borde entre desnudar las campañas de marketing apelando a ellas mismas para luego evidenciarlas, y la burla al espectador. Sobre eso agregaba Hernández: “hay un límite entre eso y el esnobismo puro. El ‘soy un multiloco y te tomo el pelo’. A mí eso me preocupaba mucho. Porque no es mi interés hacerme el re-transgresor. El tema era indagar en cómo muchas veces decimos que nos gustan cosas por el simple hecho de que nos deben gustar. Porque está de moda, o porque se supone que es vanguardista (…) en definitiva Un artista de la muerte habla de eso, de cómo elementos que no tienen que ver con el hecho artístico en sí terminan teniendo que ver.”

Lo interesante del proceso es que no se estaba trabajando desde un pedestal señalando a los demás, sino que se estaba asumiendo la crítica hacia la propia práctica del grupo, como agregaba el actor: “el espectáculo tenía una crítica al marketing, a las redes sociales, a los nombres, pero nosotros estábamos en el Solís, habíamos comprado un traje nuevo, teníamos una pantalla nueva y teníamos una agente de prensa que nos consiguió quince notas en diez días. En lugares donde nosotros jamás hubiéramos podido acceder. Pagamos a esa persona para que hiciera eso. Entonces el artista hablaba de eso que nosotros estábamos haciendo. Y ahí está la contradicción. Y parte de la intención de la obra era preguntarnos qué hacemos con eso.”

En 2018 TAF estrenó Finlandia, jugando nuevamente con un concepto “modelo”, en este caso educativo, que se pretendía trasladar mecánicamente a nuestro país. Pero por otro lado dejaba ver como la lógica burocrática-administrativa del sistema educativo es capaz de liquidar a la propia práctica docente. Esto Hernández lo explicaba desde su propia experiencia: “lo que intentaba mostrar es cómo el sistema se va comiendo lo mejor que vos tenés. Vos podés tener todas las ganas pero hay una maquinaria que te va morfando. Y eso lo veo muchísimo, en muchísimas personas. Se los va comiendo, nos va comiendo el sistema. Yo doy clases en la UTU y el primer día que fui firmé cuatro veces. Tuve una clase de 45 minutos y firmé para entrar, después cuando fui a la clase firmé mi lista, después firmé en la secretaría, y después cuando me fui firmé de nuevo.”

Nuevamente la búsqueda pasaba por dejar a la vista un mecanismo que anula lo sustantivo, en este caso el proceso educativo, proponiendo interrogantes en tono paródico. Y lo que no se debe perder de vista, tanto en Un artista de la muerte como en Finlandia, es que TAF cuestionó y parodió prácticas que protagonizan, señalándose a sí mismos como objeto de esa crítica en varias oportunidades.

Cuba

Si bien TAF produjo otros espectáculos en Cuba volvía a juntarse el trío que constituye el núcleo del grupo: Federico Puig (dramaturgia), Diego Devincenzi (actor) y Fernando Hernández (dirección). Y nuevamente las preguntas disparadoras pasaban por reflexionar sobre cómo un determinado mecanismo social es capaz de controlar a los individuos. En concreto las preguntas que se señalan como disparadores son: ¿Quién debate en los espacios donde ya no debatimos? ¿Quién ocupa esos espacios que abandonamos? ¿Qué ideas prevalecen cuando dejamos de luchar? ¿Quién gana? ¿Quién pierde?

La acción transcurre en una casa okupa, y reúne a cuatro personajes que parecen estar tensos por una acción que parte del colectivo realizará fuera. Mientras vemos momentos de convivencia algo caótica, en una casa con señas de descuido, los personajes interactúan pendientes de la desaparición de otros okupas, de mensajes que no llegan, y de tensiones sexuales no resueltas. Pero desde el comienzo hay un quinto personaje que los observa (y por momentos nos observa) desde el exterior, sin intervenir, pero con gestos de disfrutar lo que ve. Este personaje, “Eso”, aparentemente no tiene nada que ver con la acción central, pero a medida que la obra transcurre abandona su lugar en la platea para inmiscuirse en el espacio escénico ¿Signo de cómo la ideología que nos domina se inmiscuye en los espacios “libres” cuando caen en la inercia?

El texto de Federico Puig, titulado “Cuba o eso abanicar” comienza con una exposición de definiciones de la palabra “abanico” según la academia española, la séptima definición reza: “Cuba. Señal ferroviaria en forma de abanico para indicar al maquinista dónde se bifurcan las vías”. Si pensamos lo que sucede en la obra con estos nuevos datos las interpretaciones se disparan. Cuba es un símbolo de la revolución, para muchos estancada. El “abanico” señala vías que se bifurcan, y “eso” nos quiere llevar hacia algún sitio. Hernández, el director, cambia un detalle que sin embargo es relevante, “Cuba o eso la arenera” reza el espectáculo estrenado, como proponiendo que más que caminos que se bifurcan el abanico puede desparramar “sentido” como arena (o como posteos en redes sociales).

El espectáculo además separa escenas con canciones interpretadas en vivo que remiten, en algunos casos de forma polémica, a la “revolución”. Una canción de Viglietti por ejemplo, o El amor es más fuerte, de las pasteurizada película argentina Tango feroz. El contraste entre el registro naturalista de las actuaciones y las apariciones en otro plano estético de la cantante y Eso resultan una yuxtaposición de signos que multiplican los sentidos. El corolario que deja en claro que la situación de la casa okupa es una de las posibles “cristalizaciones” de un proceso emancipatorio, pero que se trata de una discusión que trasciende al espacio señalado, es la coreografía final en que los personajes lucen camisetas con figuras de Eva Perón, el Ché Guevara o Hugo Chévez, pero “intervenidas” con estética pop.

 “Debes quitarte el uniforme/ Y una sola manera de pensar” (NDI)

Pero la obra ha estado en el candelero por razones no artísticas. El día del estreno el director de la sala La gringa, junto a una integrante de FUTI, contaba que se habían recibido amenazas de grupos anarquistas por la temática de la obra. La segunda función nunca se realizó. TAF denunció amenazas desde perfiles de redes sociales, públicas y privadas, que iban desde boicot y escraches hasta golpes y deseos de ver el teatro arder.

La denuncia pública daba a entender que las amenazas eran por le temática de la obra. Luego supimos que faltaba información. Si bien Cuba no menciona en ningún momento hechos concretos, sí está inspirada en un atentado fallido realizado en Argentina hace dos años a la tumba de un represor argentino. En el atentado una militante anarquista sufrió heridas graves, y su imagen junto a la de su compañero fue expuesta por diversos medios de comunicación. No son necesarios más detalles para entender que usar esas mismas imágenes para promocionar la obra fue un error que volvió a exponer a personas que estaban, o están, en una situación delicada. Desde el perfil de un integrante de TAF se usaron esas imágenes y está confirmado que se le solicitó que las bajara, lo que no sucedió de forma inmediata. El malestar inicial fue por el uso de esas fotos.

Este devenir hizo que La gringa decidiera bajar la obra de cartel, comunicando que el teatro se enteró de las amenazas por el elenco, y de esa forma indicando que ellos mismos no habían sido amenazados. TAF habla de censura, pero el teatro baja la obra por las amenazas que el propio grupo comunicó, amenazas que en principio no son por la temática de la obra. Un post de la teatrista Angie Oña aclara algo los hechos y el integrante de TAF involucrado pide disculpas públicamente. Aquí la situación debió terminar, pero la dinámica de los hechos “virtuales” tomó otro cariz. Se pueden leer muchos post que hablan de “alcahuetes” y de “qué esperaban” pero ahora ya no por las fotos, sino porque la obra parodia, ahora sí, una acción anarquista. Un ingenioso personaje empezó a publicar memes burlándose de TAF, y las disculpas parecen no ser suficientes. Aquí sí hay cosas que resultan insólitas ¿Anarquistas prohibiendo parodiar algo? Inevitablemente se nos viene a la memoria Darío Fo, el célebre y sarcástico comediante anarquista italiano que solía llevar sus farsas a las fábricas en los años setenta, farsas como “Acá no paga nadie” en que Fo se ríe de la burocracia sindical comunista o “Pareja abierta” en que se ríe del amor libre unidireccional ¿Será que los anarquistas se pueden reír de los demás pero los demás no de los anarquistas? Y esto volviendo a lo mismo, la obra usa una situación como excusa para hablar del estancamiento de la búsqueda de la libertad, como antes hablaron del comercio del arte y de la burocratización de la práctica docente. Que la obra puede no gustar, y generar críticas, por supuesto. Y más aún, el grupo puede ser parodiado, como lo es, por una serie de memes, y esto es legítimo también. Lo que no se puede admitir es que en función de auto- percibirse como vanguardia moral haya gente que diga que de algo, lo que sea, no se puede hablar, de que hay cosas que no pueden ser objeto de parodia. Eso es digno de algún diputado riverense, no de anarquistas. A esas personas podemos dedicar los versos de No Demuestra Interés (NDI) “Sé que tu principio no es particular, ni original tu manera de pensar, sé que todo te lo has puesto bien, ¿Pero tus ideas donde están? Debes quitarte el uniforme, y una sola manera de pensar, debes quitarte el uniforme y no pensar en algo similar!”

Desde aquí, ya realizadas las disculpas correspondientes, esperamos un pronto reestreno de Cuba.

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Leonardo Flamia Periodista, ejerce la crítica teatral en el semanario Voces y la docencia en educación media. Cursa Economía y Filosofía en la UDELAR y Matemáticas en el IPA. Ha realizado cursos y talleres de crítica cinematográfica y teatral con Manuel Martínez Carril, Miguel Lagorio, Guillermo Zapiola, Javier Porta Fouz y Jorge Dubatti. También ha participado en seminarios y conferencias sobre teatro, música y artes visuales coordinados por gente como Hans-Thies Lehmann, Coriún Aharonián, Gabriel Peluffo, Luis Ferreira y Lucía Pittaluga. Entre 1998 y 2005 forma parte del colectivo que gestiona la radio comunitaria Alternativa FM y es colaborador del suplemento Puro Rock del diario La República y de la revista Bonus Track. Entre 2006 y 2010 se desempeña como editor de la revista Guía del Ocio. Desde el 2010 hasta la actualidad es colaborador del semanario Voces. En 2016 y 2017 ha dado participado dando charlas sobre crítica teatral y dramaturgia uruguaya contemporánea en la Especialización en Historia del Arte y Patrimonio realizado en el Instituto Universitario CLAEH.