Bastaron sólo 32 segundos para que un comando de encapuchados se llevaran los 200 mil dólares que iban para el cambio Indumex, en el Nuevocentro Shopping, poco antes de las once de la mañana, y muy cerca de una seccional policial. Además de la plata se llevaron las armas de la custodia, todas de grueso calibre.
No es un hecho aislado, la cronología criminal montevideana muestra una lenta pero firme presencia del delito en la vida de la ciudad. Este asalto fue una acción limpia, planificada, con gran trabajo de inteligencia previo. Pero no fue el único de estas características. Algunos les ha salido bien a los delincuentes, otros acabaron a los tiros. Parece tratarse de distintos grupos que se van fogueando, con distintas mentalidades, hasta con distinto nivel intelectual. Están los lobos solitarios, como en la madrugada del pasado día 5. El tipo llegó a la estación de servicio de Av. Italia y Murillo. De noche las estaciones tienen un tope para vender al contado, el asaltante se conformó con los 3000 pesos que tenía el pistero y el celular. En este caso huyó a pie, no tenía ni bicicleta, pero la policía no lo pudo encontrar.
Las modalidades son variadas y seguramente responden a una vasta camada de seres que ven en la calle una oportunidad. La bestialidad también es variada. El video que alguien subió a internet en el que se ve a un joven delincuente, el Kiki, llevándose la caja de un supermercado, y, casi de paso, la vida de una muchacha joven, que atendía una de las cajas, resulta espeluznante. El mismo joven delincuente parece formar parte de un friso tenebroso e interminable, frente al que circula la gente común. Ahora te toca a vos, a aquel otro lo dejo para mañana, una ruleta de la que cada vez estamos más convencidos que nos va a tocar algún día.
Otros grupitos de delincuentes se dedican a los vidrios laterales de los coches. En una esquina está el primer campana, el que observa si el vehículo tiene algo de valor al alcance de la mano. En la siguiente esquina todo transcurre como un rayo. Una piedra junto al acompañante, el vidrio lateral estalla y en menos que alguien pueda reaccionar, ya se llevaron la laptop, la cartera o lo que fuere.
Una de las escenas más impactantes de la película colombiana “La virgen de los sicarios”, basada en la novela de Fernando Vallejo, es cuando en un barrio de Medellín estalla en fuegos artificiales. Es de una belleza atroz, esos fuegos artificiales iluminando la ciudad son señal de que la droga llegó a destino. Parecía lejano, ahora los fuegos artificiales se ven en el cielo de Montevideo. Hay otras formas de festejos, como telón de fondo: tiros al aire, repique de tamboriles. ¿Qué quiere decir ese festejo barrial? ¿Para quién es esa señal? Para todos, para los que se acercan al mundo de la droga y el delito y empiezan a ver en esas manifestaciones el nuevo poder, para la policía, que se la ve incapaz de anticiparse, y para la población, que se atemoriza, y con razón. En primer lugar la población que intenta sacar su familia adelante en un barrio que amedrenta a quienes no participan de la fiesta.
Cada vez se repiten con más frecuencia los ataques a policías, con robo de armas y chalecos incluidos, pedreas a patrulleros, y un desanimo que se cuela en algunas declaraciones de policías. Esto es muy similar a cuando la policía se vio desbordada por el MLN. Los tupas aprendían más rápido que la policía, y ahora vuelve a pasar, la delincuencia parece tener la iniciativa. Golpea donde no lo esperan, y eso que cualquiera se puede dar cuenta qué tipo de objetivos son los que prefiere la delincuencia.
Bonomi intenta consolar a la población con un razonamiento muy primario: la delincuencia ha aumentado en todo el mundo, sobre todo en la región. Es cierto, en América Latina ha crecido el delito sobre las cenizas de los conflictos de los sesenta. Los países con tradiciones democráticas más fuertes han resistido mejor a esta tendencia, entre ellos Uruguay, pero no es con la región con quien nos tenemos que comparar sino con nosotros mismos, que no hemos sabido fortalecer las instituciones democráticas. La premisa para el establecimiento de un foco guerrillero en Uruguay fue que la democracia era una fachada tras la cual la lucha de clases se plantearía con toda su crudeza, en algún momento del futuro cercano. La guerrilla fracasó pero aquel experimento contribuyó, en cierta medida, al recalentamiento de las relaciones institucionales, y, en particular, al desprestigio del Parlamento, que acabó siendo un apéndice del Poder Ejecutivo de la dictadura.
Desde 1985 los partidos políticos uruguayos han demostrado no haber comprendido la fragilidad en que quedó la sociedad tras la presidencia despótica de Pacheco Areco y la dictadura que lo sucedió. Venimos cayendo, casi sin solución de continuidad, desde aquel lejano 1958, fecha de gloria para la oposición blanca, pero lúgubre para el que creyó en la rotunda afirmación de que “o gana la UBD o todo sigue como está”. Como un calco, el Frente Amplio utilizó el mismo pensamiento para transmitir pesadumbre por las cosas mal hechas más que por una propuesta que tuviese como norte sacudir a la sociedad para que retomase sus mejores momentos históricos.
Colorados, blancos y frenteamplistas han dirigido el país de 1985 a la fecha. Los tres, sin excepción, han alimentado el aparato estatal con gente correligionaria, sin marcar un rumbo claro para la producción nacional, salvo la aprobación de la ley forestal, que cambió el perfil industrial del Interior del país. Lo demás ha sido producto de la iniciativa privada. Colonización debió ser la gran locomotora de la familia rural pero se ha manejado con criterio de inmobiliaria. El fracaso económico de los pequeños y medianos predios, pudo evitarse con el apoyo del Estado, que tiene la capacidad científica y tecnológica como para hacer de Colonización un motor social importante, que no sólo frene el flujo hacia ciudades y pueblos, donde escasea el trabajo de calidad.
Si la delincuencia se explica desde la pobreza endémica entonces estamos frente a un problema sin solución. Uruguay, entonces, puede haber entrado en algo irreconocible, en lo que no éramos, en lo que no queremos ser. Porque reconstruir socialmente un país no es tarea de corto plazo, y lo que se ha visto del 85 para aquí es sólo eso, vivir al día, explicarnos las cosas después que pasaron.
La izquierda tiene un problema para enfrentar la delincuencia, y es su apego a una visión social que empareja a la víctima y al victimario, como productos de una sociedad injusta. Si es cierto que Uruguay crece económicamente no deberíamos estar contemplando este incremento del crimen. Algo está fallando en las explicaciones que da el ministro, cuando trata de tapar la realidad. El Uruguay es un país frágil, desprotegido, porque antes se dormía con la puerta de calle sin llave. En algún lugar de nuestras cabezas ese Uruguay todavía existe, como una aspiración. Seguramente la emotividad nos arrastra a dar fórmulas drásticas para cortar con la delincuencia, que cadena perpetua, que pena de muerte… Nuestras leyes fijaron en treinta años de penitenciaría y quince de seguridad, son muchos años, deberían ser suficientes. No es en ese extremo donde está la solución sino en prevenir, en adelantarse, en desarrollar una inteligencia policial eficaz. Después que otro inocente haya muerto ya es tarde. Una vida humana es algo sagrado.
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